Mirarse a un espejo. Quizás no haya mayor cualidad en un personaje literario que la capacidad de interpelarnos, de separarnos de aquello que consideramos seguro e impenetrable. Tal vez por ello, algunos prefieran abstenerse de la lectura: pocos se atreven a verse desnudos, sin aspavientos o eufemismos.
"La literatura es fuego", escribió Mario Vargas Llosa en su discurso de agradecimiento del Premio Rómulo Gallegos en 1967. Si eso es cierto, los habitantes de las novelas, cuentos, poemas y obras de teatro son 'antorchas' que remueven nuestros sentidos para mirar, de otra forma, la realidad. Y cuando uno cae en sus garras, ya no hay vuelta atrás. Nuestra literatura está plagada de personajes inolvidables. Seres de papel que cortejaron nuestras tardes para relatarnos al oído sus sueños y frustraciones. Algunos, a través de sus propias vidas, nos revelaron dolorosos capítulos de la historia peruana.
Precisamente, en la Semana del Orgullo LGTBI, queremos recordar a dos personajes de la literatura peruana que pertenecen a este comunidad. A su vez, consultamos a tres escritores -Javier Ponce Gambirazio, Karen Luy de Aliaga y Melissa Ghezzi Solis- que compartan con nuestros lectores el nombre del personaje peruano 'no heterosexual' que más recuerdan.
EL ENAMORADO DE MALTE
El 24 de mayo pasado, Oswaldo Reynoso nos dejó para ya no volver. Al menos no físicamente. Nos quedan, por supuesto, sus personajes, muchos ellos generadores del homoerotismo. A partir de este término, el primer nombre que muchos recuerdan es Colorete, uno de los protagonistas de Los inocentes, quien se enfrenta a a Cara de Ángel. La pelea despierta una pulsión sexual que -como anotó Regina Limo en un texto publicado en la revista Crónicas de la diversidad- desliza la propuesta de que "el amor y la fuerza se parecen demasiado".
En este artículo, sin embargo, queremos centrarnos en uno de los protagonistas de El goce de la piel (2005). Nos referimos al narrador que, en cada capítulo, profesa -bajo diferentes 'ropajes'- un amor incondicional hacia Malte, un personaje que representa el erotismo, la belleza, y el desafío a una moral castrante del deseo sexual.
Así, en los cinco capítulos que conforman este libro, asistimos a una liberación erótica:
"Desperté a mis amigos y con Malte a la cabeza corrimos desnudos y esbeltos al encuentro de las olas y al sentir el goce aterciopelado del mar en toda mi piel y al aspirar su aroma de lujuria nocturnal me enfrenté a la ola más grande gritando: Dios no existe" (Pág. 27).
Ahora bien, la culpa es un enemigo poderoso, una mancha que parece impregnarse con tinta indeleble, al punto de instalar un miedo que empuja hacia un camino opuesto al deseado, como sucede con el Otro -una versión más de Malte- que decide alejarse de Uno (narrador):
"Y ahí estaba acodado en el alféizar de la ventana con Malte. Los dos frisando los veinte. Solo contemplábamos el mar. Entonces, sin mirarme, Malte, con la respiración entrecortada, me dijo: Debes comprenderme. Me da miedo sumergirme en tu amistad. No sé lo que quieres de mí. Nunca he tenido un amigo como tú. Creo que lo mejor para los dos es la distancia. Te extrañaré mucho. Me has marcado para siempre" (Pág. 48).
LA VIOLENCIA, EL PERIODISMO Y EL CUERPO
Miedo y odio. Dos simples palabras que adquieren una inusitada y malvada fuerza cuando las relacionamos con el Conflicto Armado Interno (1990-2000) que sufrió el Perú. Ambas palabras caminan -como fantasmas- por las páginas de La sangre de la aurora escrita por Claudia Salazar Jiménez y que ganó, el Premio Las Américas del IV Festival de la Palabra de Puerto Rico.
El libro tiene como protagonistas a tres mujeres: la terrorista Marcela; la campesina Modesta; y la fotoreportera Melanie. En todas ellas, la violencia política lacera y hiere sus cuerpos. Este ataque, además, tiene como combustible la condición femenina. Debajo de los insultos de terruca, serrana o burguesa existe un deseo por aniquilar el cuerpo de la mujer.
En el caso de la periodista existe otro aspecto importante. Se trata de una mujer que se asume como lesbiana y que ,luego de viajar a la zona del conflicto, es golpeada y abusada sexualmente por terroristas.
Antes del ultraje, Melanie vive en un 'burbuja' de la que no se aparta para mantener 'el roce social y profesional' que le asegure una vida tranquila. Su vida sexual, por otro lado, está reservada para la noche, para las salidas a las discotecas.
"Aquello era un templo pagano donde podríamos vibrar sin interrupciones. Nunca más de catorce, tampoco éramos muchas. Una fiesta entre amigas. Suena bien decirlo así. No hay complicaciones para nadie. 'Melanie, darling, quiero felicitarte por tu excelente reportaje de la semana pasada'. La aspirante a congresista siempre halaga mi trabajo.[...] Las veo a todas bailar, conversar, beber. La fiesta es una burbuja. Si dependiera de ellas, muchas se pasarían la vida en Europa o Miami. Se quedan en la ciudad de la garúa porque saben bien que la burbuja no sería tan compacta ni exclusiva en otra parte. Tal vez la burbuja sea también una cárcel"(Pág. 18).
Tras salir de ese encierro simbólico, movida por su olfato profesional y su hartazgo de una prensa monolítica, el personaje femenino sufrirá una violencia que, por poco, la lleva a la muerte. A partir de ahí, se inicia un doble encierro. El primero es el de la memoria -esa dificultad para borrar la mancha del abuso sobre el cuerpo- y el encierro social. Tras su vuelta a Lima, su círculo 'amical' no cambia.
Ese panorama tiene una tabla de salvataje y, por supuesto, está fuera del Perú. Solo en Francia puede dejar atrás el horror que ha sufrido y expresar, sin necesidad de la oscuridad, su amor por otra mujer: Daniela.
"¿Y si te lo cuento? ¿Y si te lo digo, Daniela? Algo se impregnó en mi cuerpo pero ya no está más. ¿Para que vine a París? Para sacarlo, un fruto que no debería existir, que se alojó en mi cuerpo contra mi voluntad. [...] Ahora esos cinco, son tus dedos que navegan sobre mi piel. Derrotada por el deseo en tus ojos, el grito se transforma en un gemido. Por esto valía la pena vivir. Te haces río en mi boca. Lago, mar, oceáno en mí " (Pág. 84).
EL PERSONAJE LGTBI FAVORITO DE...
Javier Ponce Gambirazio
"Recuerdo con mucho aprecio la novela 'Salón de Belleza' de Mario Bellatín en la que el personaje principal transforma su peluquería en un moridero para personas con sida. Es una bella metáfora de todo y es una realidad tan cruda que no necesita representar nada más".
Katerin Luy de Aliaga
"Cuando recién salía del clóset me marcó el personaje principal de '56 días en la vida de un frik' de Morella Petrozzi. Tenía 19 años y sentía que al fin alguien entendía lo que yo pasaba en ese momento, el miedo de ser 'the rotten apple', enamorarse de una mujer, escribirle poemas, que te ignore, que ese dolor se vuelva hasta físico y refugiarse en placebos para aniquilarlo. Cargaba con ese librito por todas partes, merodeaba por el café de Camacho dónde el personaje trabajaba, buscaba al gato Conflicto, me obnubilé con el personaje y la historia para poder encontrar respuestas en ese momento de mi vida".
Melissa Ghezzi Solis
"Pienso que son más los personajes de películas a los que he sabido amar y desmoronarme con ellos: como Diego de 'Fresa y chocolate', un homosexual orgulloso de su condición en un contexto donde la homosexualidad estaba vetada, o el personaje de Guy Pearce en 'Las aventuras de Priscilla', reina del desierto con un despilfarro de alegría y de diversión que caracteriza al universo gay, o La Agrado en 'Todo sobre mi madre', una transmujer con un despliegue de maravillosas ocurrencias, o el Reynaldo Arenas en 'Antes que anochezca', que llegó a mí sin haber llegado el libro, cuyo protagonista refleja el pensamiento cubano y la represión del régimen militar homofóbico del cual él se niega a huir, o las chicas Camile y Petra de 'Cuando cae la noche', película canadiense y primera que viera de género lésbico. Encuentro un eje que los une: una mezcla de humor, amor y dramatismo en estos personajes que me han permitido volar y por supuesto humanizar lo que ha sido y sigue siendo incomprensible, el simple hecho de ser LGBTIQ".
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