"Para Angelo, con el aprecio de su pata Oswaldo". Una dedicatoria simple, directa sin artificios literarios y propia de un escritor que se burlaba de las diferentes versiones que construían sus colegas cuando les preguntaban sobre sus primeros textos y lecturas.  "En los testimonios, los escritores dicen que cuando tenían nueve años habían leído El Quijote... que a los doce escribieron su primera novela", le dijo Oswaldo Reynoso al periodista Jaime Cabrera, creador del sitio web Lee por Gusto. 

La rebeldía fue la insignia de la cual nunca se despojó, ni siquiera cuando se convirtió en un autor de culto y asediado por jóvenes aspirantes a escritores que vieron en él a un guía. Un hombre que nos los miraría con desprecio y que, en la medida de lo posible, respondería todas sus inquietudes. 

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"Inmoral". Este fue uno de los tantos calificativos que recibió el autor nacido en Arequipa -en 1931- cuando publicó Los inocentes (1961). Una sociedad colonial, conservadora, racista no podía soportar que un escritor se atreviera a mezclar la poesía con el habla popular, el discurso de la calle que era visto con asco, como un fenómeno del que había que avergonzarse. En los cuentos que integran su primer libro de narrativa, los protagonistas son unos jóvenes marcados por la pobreza. Reynoso, provisto de un fino oído, creó un lenguaje que marcaría la literatura peruana. José María Arguedas lo entendió bien y lo expresó así: "Reynoso ha creado un estilo propio: la jerga popular y la alta poesía reforzándose". 

"Yo escribo para el Perú", dijo en más de una oportunidad y lo cumplió a cabalidad. En sus libros, nuestro país aflora en cada línea. Reynoso no necesitó escenificar sus relatos en un café de París para que sus obras alcancen una dimensión humana. En el diario argentino Página 12  lo entendieron así y no dudaron en calificar al arequipeño como "el secreto mejor guardado de la literatura peruana". Aunque, hay que decirlo, Reynoso no fue un secreto para muchos compatriotas. En octubre no hay milagros (1965), El escarabajo y el hombre (1970) -así como Los inocentes- son libros que aún hoy son buscados en espacios urbanos conquistados por libreros. 

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Su rebeldía tuvo un componente marxista. Reynoso nunca renegó de sus convicciones políticas. Ahí existe una arista que hay que resaltar. El escritor supo aunar su vocación artística con su filiación política. En un espacio donde la mayoría de autores prefieren considerarse 'apolíticos' por sentir que la política puede 'empañar' el trabajo creativo, Reynoso marcó 'la contra'. Sin caer en el realismo social ni en el panfleto, mantuvo una línea de trabajo y de ciudadanía con la que uno podría discrepar abiertamente pero difícilmente calificar de incoherente. 

Sus convicciones le valieron la animadversión de algunos escritores y críticos pero también la consideración de un paisano suyo: Mario Vargas Llosa. El respeto y la admiración del Nobel peruano quedan evidenciados en una anécdota que el propio Reynoso cuenta en una entrevista -concedida a la revista Ideele- y que tuvo lugar en 1978: 

"Después de dos años regresé de vacaciones y encontré que se estaba preparando una gran huelga contra Morales Bermúdez y uno de los pedidos era que se reabra La Cantuta. Yo no me involucré porque estaba con mi familia, pero una noche estaba en El Palermo y me tomaron preso. Me llevaron al último piso de la prefectura a una celda grande donde había una concentración de dirigentes. Mi hermana estaba preocupada. Se enteró por el periódico de que Vargas Llosa estaba en Lima como representante del Pen Club mundial. Él le contestó y le dijo: 'Yo me voy a interesar de inmediato porque Oswaldo es un buen escritor y es mi amigo', le dijo. Entonces llamó al ministro del interior, Richter Prada y me liberaron". 

Posteriormente, Reynoso llamó a su colega para agradecerle el gesto que tuvo. La respuesta que recibió es una clara muestra de estima que provenía de alguien que no compartía sus ideas: "Él [Vargas Llosa] me tenía consideración porque yo era un escritor marxista que me había ido a trabajar a un país socialista, y no como otros que se iban a trabajar a los países imperialistas"

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La búsqueda de la belleza que siempre enarboló fue, al mismo tiempo, una afirmación de su homosexualidad. Reynoso nunca renegó de ella y al contrario, a lo largo de sus libros, retrató con una poderosa voz poética, el descubrimiento del placer corporal lejos y en rechazo de la moralidad cristiana , a la que siempre presentó como opresora. 

En el  El goce de la piel (2005), por ejemplo, se expresa con claridad esa rebeldía sexual que Reynoso retrató con vehemencia y ternura juvenil. Dos características difíciles de unir pero que el autor arequipeño expresó con naturalidad y sin morbo. 

"Me quité la ropa y por primera vez contemplé mi cuerpo. Y era hermoso. Desperté a mis amigos y con Malte a la cabeza corrimos desnudos y esbeltos al encuentro de las olas y al sentir el goce aterciopelado del mar en toda mi piel y  al aspirar su aroma de lujuria nocturnal me enfrenté a la ola más grande gritando: Dios no existe" (Pág. 27). 

Fuera de la ficción, como buen profesor que era, también hizo docencia para desterrar la hipocresía de la sociedad peruana contra la comunidad LGTBI. El mismo escritor relataba que cuando lo invitaban a dar charlas, lo primero que hacía era sacar un billete de 20 soles (con el rostro de Raúl Porras Barrenechea) y otro de 50 soles (con el rostro de Abraham Valdelomar). "Estos dos señores son los más ilustres homosexuales del Perú", rememora Reynoso. Entonces, el escritor se paraba frente a su audiencia y declaraba: "A todos los homofóbicos yo les aconsejo que cuando reciban estos billetes los rompan". 

Y por esa actitud siempre desafiante, contra la política, la religión y el conservadurismo, lo vamos a extrañar, maestro. 

[Foto de portada: Revista Ideele]

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