“¿A qué pueblo te refieres?”, le preguntó en una carta Joel Calero a un amigo con una antigua militancia de izquierda. El cineasta desconfiaba de esa palabra tan mentada en los discursos políticos, pero que para él tenía otro cariz más real y lejos de las ensoñaciones: es ese pueblo el que ha validado con sus votos el resurgimiento del fujimorismo. Su afirmación es clara, sin titubeos. Calero recuerda así, desde un muro barranquino con vista hacia el mar y casas antiguas, la génesis de La última tarde, su segundo largometraje.  



Egresado de Literatura, Calero se educó en el cine a través de la cinefilia que se expresa en sus películas. Para una cinta con constantes diálogos entre una expareja, la primera referencia es el director estadounidense Richard Linklater y la triología que inició con Before Sunrise, recordada por las largas caminatas y el guión donde la conversación prima. Pero también era necesario delinear la personalidad de los protagonistas. Otorgarles 'hueso y carne'.

“En general yo siempre tengo películas de referencia. Además de las películas de Linklater hay gustos más personales como Sin testigo de Nikita Mijalkov. También hice una revisión de algunas películas como Copia certificada de Abbas Kiarostami y Anónimo veneciano de Enrico María Salerno”, explica.



El aporte personal de Calero fue el componente político. Los personajes Laura y Ramón, dos exmilitantes de izquierda radical (con guiños del MRTA), se encuentran 19 años después para firmar un tardío divorcio.

Si un largometraje va a recaer en buena medida solo sobre dos personajes, la selección de los actores es aún más delicada. Los elegidos de Calero fueron Katerina D'Onofrio y Lucho Cáceres, cuyas interpretaciones fueron premiadas en el Festival de Cine de Punta del Este y el Festival de Cine de Lima, respectivamente. 

Mes y medio antes del rodaje, Calero, D'Onofrio y Cáceres reconstruyeron los diálogos del guión línea por línea de “manera que cada palabra, cada fragmento, sean suyos”.

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Laura y Ramón caminan por calles de Barranco esperando el regreso de un juez con el que terminarán, al menos sobre el papel, su relación. Una relación que esconde deudas pendientes. Las veredas que pisan son las mismas que recorrió Calero, reloj en mano, para cronometrar cuánto tiempo podían hablar sus personajes mientras descendían por la Bajada de Baños.

Si existe un lugar que el cineasta recuerda con cariño es Mar del Plata. Ahí, La última tarde, caló en los espectadores argentinos, quienes inevitablemente se remontaron a la época de los montoneros y la dictadura. A un hermano desaparecido o un amigo secuestrado. Las lágrimas fueron el colofón de las largas colas que se formaron en las boleterías.

“Para mí tiene una cierta lógica", explica Calero. "En Argentina, la subversión fue hecha por los montoneros que eran de las clases medias ilustradas. Eran abogados, médicos, ingenieros...Creo que esas mismas clases medias ilustradas están emparentadas con las clases medias cinéfilas”.

La introspección que genera el filme la sintió Lucho Cáceres cuando Calero le comentó sobre el proyecto. “Para mí, el personaje era un terruco”, había dicho Lucho Cáceres en una entrevista para Cineencuentro. El rechazo a interpretar a un subversivo era evidente.

Hace poco, Salvador del Solar, actual ministro de Cultura, abogó por el impulso de la lectura como una forma de desarrollar la empatía entre nosotros, entre peruanos. Curiosamente, ese fue el elemento que generó un cambio en Cáceres: el libro Los rendidos, el testimonio de José Carlos Agüero, hijo de dos senderistas asesinados extrajudicialmente.

Los terroristas cometieron delitos execrables. Eso lo sabemos todos. El problema, enfatiza Calero, radica en que les ponemos “cola y trinche” y nos olvidamos que también eran vecinos, parientes lejanos, excompañeros de clases. Su trabajo nos recuerda que si queremos entender la tragedia,  hacer memoria, hay que tratar de entender por qué actuaron como lo hicieron durante veinte años (1980-2000). Explorar su “condición humana”.

estos son los horarios para la última tarde en lima

Para el cineasta dejar de lado la “demonización” es importante porque el término “terruco”, por estos días, es utilizado  para atacar a aquellos que piensan distinto. 

“Están demonizados porque hay un uso político. Concretamente por el fujimorismo”, dice Calero mientras camina y recuerda, con claridad, el altercado que tuvieron dirigentes de Fuerza Popular con peruanos que les recordaron, en el aeropuerto de Arequipa, la estela corrupta del movimiento político. “¿Que hicieron? Llamaron terroristas a lo que protestaban. ¿Qué es lo que dice Magaly Medina cuando protestan los estudiantes de San Marcos?”, remata.

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“Somos nosotros los que estamos en la pantalla”, ha escrito Jorge Bruce sobre esta película. Para el psicoanalista, el largometraje nos recuerda que, tarde o temprano, debemos enfrentar un pasado doloroso. Ahí, en la pantalla, dice, están los cuestionamientos de los privilegiados (representados por Laura) y el rencor de los perdedores (representados por Ramón), “incapaces de encontrar una salida ajena a la violencia que los carcome”.

Pero a esta apreciación y a la de Calero, falta una más: la tuya. A partir del 27 de abril puedes acudir a ver La última tarde y ser parte de una experiencia que combina la cólera, la reflexión y el humor.

[Videos: Stefany Aquise y Patricio Lagos]

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