El golfo de México es una cuenca contenida entre los litorales de México, Estados Unidos y las islas del Caribe. En el fondo de sus aguas se encuentra uno de los ecosistemas más hermosos del planeta. Ahí habitan especies como el famoso (y gigantesco) tiburón ballena. Al mismo tiempo, existe riqueza petrolera que viene siendo explotada desde hace muchos años. Basta un simple viaje, ya sea por aire o mar, para toparse con una plataforma petrolera donde trabajan, en su gran mayoría, estadounidenses y mexicanos.

Uno de esos trabajadores fue, alguna vez, Richard Linklater. Un norteamericano nacido en 1960 que aún no tenía claro a qué dedicarse. Poco antes había abandonado la universidad. Cuando no estaba trabajando, ‘mataba’ el tiempo leyendo novelas y ensayos filosóficos existencialistas.

Esa era la experiencia y el conocimiento que tenía el joven Linklater cuando vio la película Toro Salvaje de Martin Scorsese. Y a partir de ese momento, el dinero ahorrado en el Golfo tuvo un objetivo: adquirir una cámara Súper 8. El itinerario del cineasta había comenzado.

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Existen dos Linklater. El primero es el más comercial. Este cineasta ha sido responsable de películas llamativas como Escuela de Rock (2003), Bernie (2012), Orson Welles y yo (2009), entre otras. El otro, el más personal, revela una estética que busca derribar los muros entre la ficción y la realidad. Esta mirada puede rastrearse en Slacker (1991), un rompecabezas fílmico que une a varios personajes de la ciudad de Austin, capital de Texas. El largometraje expone un conjunto de personas que vienen y van. Así, se instala la impresión de estar ante una película que no tiene personajes principales. Al contrario, los hombres y mujeres que desfilan comparten un hilo conductor: la crítica al sistema capitalista pero, sobre todo, al conformismo de la adultez. Seres marginales que divagan sobre su propia existencia y su entorno pero sin ningún deseo de cambiar el orden establecido.

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Cuatro años después, el ex obrero petrolero sorprendería a la crítica internacional con Before Sunrise, una íntima película enfocada en el encuentro de dos jóvenes veinteañeros, el estadounidense Jesse (Ethan Hawke) y la francesa Celine (Julie Delpy). El largometraje se desarrolla en, aproximadamente, 80 minutos, el mismo tiempo que dura el encuentro de los protagonistas en la ciudad de Viena. La película parte de un hecho puramente romántico: el encuentro fortuito de un hombre y una mujer. No obstante, el tratamiento revela un deseo por desmarcarse del esquema clásico de un drama romántico. Los diálogos entre los protagonistas son frescos y los giros en las conversaciones son bastantes reales. 

Casi 10 años después, Linklater estrenó Before Sunset (2004), la segunda parte de la que llegaría a ser una trilogía. Esta vez, escribió el guion junto con Hawke y Delpy. Esta situación posibilitó que los personajes se enriquecieran con las experiencias personales de los propios actores. Así, al verlos en la pantalla caminando por las calles de París, una década después, el espectador percibe que los protagonistas realmente han sido moldeados por el tiempo. 

La misma dinámica creativa estuvo presente en la parte final de la trilogía: Before Midnigth (2013), rodada en Grecia y en la cual se aborda el amor en su fase matrimonial. En las tres películas, el director materializa el guión con el viaje (y las caminatas). En ese ejercicio se van deslizando las frustraciones y las expectativas de los protagonistas. Hay, asimismo, referencias a la contemporaneidad. Por ejemplo, en Before Sunset se habla sobre problemas ambientales y en la película de cierre se comentan las protestas en Europa tras la reciente crisis económica.

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La propuesta de emparentar el paso del tiempo ficcional con el real se radicaliza en la última producción del cineasta norteamericano: Boyhood (2014). Su realización tomó doce años. Cada año, el director filmó una pequeña parte de la cinta. De esta forma, la evolución psicológica de los personajes coincide con su evolución física. El argumento, por su parte, es muy simple: el crecimiento del protagonista, Mason. Así, los giros narrativos son marcados por los cambios biológicos y sucesos sociales que experimenta cualquier ser humano, como el paso de la niñez a la adolescencia, el descubrimiento de la sexualidad, la experimentación con drogas o el ingreso a la universidad.

Si en la historia de Jesse y Celine la cámara “caminaba”, en Boyhood se amolda a la cotidianeidad para registrar el crecimiento de Mason y, a través de él, exponer a su familia, especialmente a su padre (Ethan Hawke) y madre (Patricia Arquette). El crecimiento de Mason estará marcado por las decisiones de ambos. El protagonista es testigo de los planes frustrados que sus progenitores tienen como individuos. Su padre no cumple su deseo de ser músico y su madre no logra tener una relación de pareja saludable. Ambas experiencias influyen en Mason, que desarrolla una desconfianza ante la posibilidad de seguir una vida convencional. De esta forma, buscará diferenciarse de la manera como sus padres han enfocado sus vidas. Aquí se aprecia una de las mejores críticas de la película a la vida moderna: la idea de que la sociedad le exige al hombre determinados "logros” conforme pasan los años. Más importante aún, es que el director realiza esta observación sin apelar a un discurso moralista o religioso, tan solo con una película que “documenta la vida”.

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Richard Linklater ha demostrado en sus películas más personales que no se necesitan grandes recursos económicos para transmitir poderosas reflexiones sobre la condición humana. Su trabajo fílmico nos recuerda que una de las tareas más difíciles (y necesarias) del arte es retratar la simpleza de la vida.

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