En NN, un equipo de antropólogos forenses se dedica a viajar por el Perú exhumando restos de los lugares de entierro clandestinos creados durante el conflicto armado interno, entre 1980 y 2000. Durante uno de esos viajes, se encuentra un cuerpo adicional a los que estaban reportados, en cuya camisa hay una fotografía de una chica. Fidel (Paul Vega), uno de los antropólogos más experimentados, trata de identificar el cuerpo para entregárselo a su familia, y poco después aparece en la oficina de los forenses la señora Graciela (Antonieta Pari), cuyo esposo desapareció hace 27 años llevando una chompa azul.  

Una vez expuestas estas premisas, Héctor Gálvez, el guionista y escritor de NN, no agrega mayores elementos a la trama, sino que se dedica a describir la vida cotidiana de Fidel y, a través de sus encuentros con los forenses, de Graciela. Vemos al personaje de Vega describiendo fracturas y lesiones como si se tratase de un diagnóstico de caries en el dentista; una celebración de cumpleaños en la oficina de los forenses, que es como cualquier otra; la impotencia de Fidel ante la indiferencia del Estado para la conservación y entrega de los restos. También, poco a poco, Gálvez acerca al espectador a comprender la necesidad de los forenses de distanciarse hasta cierto punto de las historias de las víctimas.

La elección de Paul Vega para el papel de Fidel es excepcional: el actor no solo encaja físicamente con el estereotipo del líder profesional sino que consigue -con ayuda de la música de Pauchi Sasaki- mostrar la extraña contradicción a la que se enfrenta su personaje, entre una frustración que casi amenaza con la indolencia y un sentido de la responsabilidad humanitaria respecto a personas como Graciela, para quienes él y su equipo representan una especie de luz al final del túnel. Es desde este punto de vista que Gálvez explora conceptos que, desde distintas interpretaciones, pueden contradecirse. Verdad, compasión y ética son algunos de ellos.

Quizá la única inconsistencia de NN esté en la camarografía. En una película tan congruente consigo misma -en su parquedad de palabras, en su trama expositiva, en sus actuaciones naturalistas- es extraño que se tomen decisiones fotográficas que parecen por completo arbitrarias. El grueso de NN está filmado con cámara fija o con movimiento panorámico (la cámara gira sobre su eje, pero no se desplaza).

Tendría sentido que se trate de una decisión explícita, ya que las tomas quietas pueden representar la paciencia y la observación minuciosa que los personajes necesitan para cumplir su trabajo. Así, incluso en los momentos de mayor tensión -como cuando Graciela empieza a reconocer sus zurcidos en la chompa azul- la cámara se mantiene fija -como lo hace Fidel-. Sin embargo, toda esta teoría sobre la expresividad del trabajo de cámara de NN se va por los suelos gracias a tres o cuatro tomas sueltas en las que se usa la cámara en mano sin razón aparente, quebrando la unidad conceptual y estética de la fotografía de la película.

Héctor Gálvez consigue, con NN, el que parece ser su objetivo principal: aunque la trama transcurre sin picos ni momentos de clímax, llega un momento en el que lo único que el espectador quiere es gritarle a Paul Vega / Fidel que grite o rompa algo. Cuando, finalmente, rompe algo, no se trata de la computadora de una secretaria indiferente en la Fiscalía de la Nación (lamentablemente), sino de algo mucho más sagrado. Gálvez se pasa la película convenciéndonos de la necesidad o, más bien, de la justicia de esa ruptura.  

Por eso, la feliz coincidencia de NN con iniciativas como la campaña #Reúne y el libro Chinkaqkuna, los que se perdieron -además de películas como Magallanes y La última noticia- parece indicar una nueva disposición de la sociedad civil a generar conciencia de lo poco que está haciendo el Estado peruano respecto a las miles de personas que aun viven las consecuencias de un conflicto armado interno en el que solo están involucrados gracias a la pérdida de un ser querido. Haber conseguido representar ese dolor sin aludir a él directamente y sin dejar de hacer una película bella y universal -lo suficiente para ser la candidata peruana al Oscar- es el mayor mérito de Gálvez.


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