En julio del 2013, se presentó el Frente Amplio de Izquierda, que en ese entonces estaba integrado por Fuerza Social, Tierra y Libertad, Ciudadanos por el Cambio y el Movimiento de Afirmación Social. Las diferencias entre estas organizaciones políticas se fueron reflejando a lo largo del camino hasta que de ahí salieron dos grupos: la Coalición Progresista Unión de Fuerzas de Izquierda (CPUFI), con el Partido Humanista de Yehude Simon; y el Frente Amplio, que incluye a Tierra y Libertad y otras organizaciones.

Un desencadenante de la ruptura fue Simon, quien fue el Jefe del Gabinete del último gobierno de Alan García cuando ocurrió el trágico "Baguazo" que afectó a policías e indígenas. Los dirigentes de izquierda que se aliaron con Simon lo hicieron por una cuestión práctica: su partido tiene inscripción electoral. El Movimiento Tierra y Libertad se separó de este grupo porque, afirman, no pueden ir junto a un exministro de un aprista e involucrado en un conflicto socio-ambiental que provocó muertes. Los derechos ambientales e indígenas están por delante.

Otros frentes de izquierda se están formando: Sergio Tejada y su Bloque Nacional Popular y Guillermo Bermejo del Movimiento Todas las Voces.

En este contexto, Héctor Béjar, abogado, sociólogo y exintegrante del Ejército de Liberación Nacional (ELN), publicó una carta abierta en la que da cuenta de las lecciones que debe aprender la izquierda peruana. A continuación, compartimos el texto: 


Estimados compañeros: 

Vivimos un sistema abominable que debe ser cambiado. Por lo menos para mí, la palabra revolución, ahora olvi­dada, mantiene su sentido.

Sin embargo, hay un enorme desbalance entre un poder concentrado por la riqueza en el mundo y en el Perú, por un lado; y en el otro extremo un pequeño grupo de voluntades como las nuestras que resulta débil frente a ese poder.

Queremos un sistema distinto sin contar con ejércitos, ni bancos, ni esta­ciones de televisión, ni radioemisoras de alcance nacional.

No hay punto de comparación entre el poder de los conservadores del sis­tema, y quienes queremos cambiarlo.

Esa parte del problema es la condi­ción natural de la que partimos. Si la con­centración de riqueza y la injusticia no existieran, no tendríamos razón de ser.

Sin embargo, conviene hacer algu­nas precisiones.

Si ahora no contamos con ningún instrumento de poder real es porque desperdiciamos las circunstancias favo­rables cuando se presentaron: parte de la izquierda fue el más firme obstáculo a la revolución militar de Velasco. La izquierda parlamentaria de los setenta abandonó su base popular. La Izquierda Unida no estuvo realmente unida. Par­tidos y personajes de izquierda corrie­ron detrás del actual presidente cuando era candidato, en vez de formar una agrupación capaz de contribuir a una candidatura respetable.

En términos históricos, la izquierda ha contribuido de manera decisiva a la organización de los trabajadores, la defensa del pueblo, la denuncia de la explotación. Pero eso no es suficiente.

Personajes de izquierda han parti­cipado en todos los gobiernos nacio­nales incluido el de Fujimori solo para hacer seguidismo.

Nada trascendental cambió, todo siguió igual porque miramos la reali­dad social desde el poder o desde nues­tra situación pero no desde las nece­sidades de la gente. Por eso, al final, resulta que ante los ojos del pueblo no hay ninguna diferencia real entre un gobierno regional o local de izquierda y otro de derecha.

No tenemos el valor de analizar los acontecimientos que hemos vivido o protagonizado. ¿Persistir? ¿En qué vamos a persistir? ¿En los errores, los oportunismos, los egoísmos, las pequeñas y grandes traiciones? ¿O en lo bueno, lo positivo que logramos?

Nuestras organizaciones no son democracias que se renuevan sino pequeñas dictaduras en que los líderes excluyentes se desgastan y envejecen sin soltar los cargos.

Hagamos que nuestros partidos y nuestros grupos sean un ejemplo vivo y actual de lo que sería el nuevo sis­tema por el que luchamos. No somos un ejemplo de eso.

Hemos idealizado al proletariado y al pueblo. Aunque explotados, ellos, no nosotros, no son mejores que las burguesías. Todos somos humanos. Tenemos los mismos egoísmos e irracionalidades. Elogiarlos sin censura, seguir sus instintos y sus protestas sin ejercer pedagogía política, es demagógico. Y la demagogia no conduce al cambio de sistema sino a formas diversas de populismo y caudillismo.

Decenas, cientos de los nuestros han muerto en distintas acciones armadas. Después fueron víctimas del terrorismo que nació de nuestras propias filas como hijo de la ignorancia política, la rabia, el dogmatismo y el fanatismo. Otros miles de peruanos y peruanas padecieron las consecuencias de esta tragedia. En muchas partes de América Latina y también en el Perú, las cuentas de asaltos a bancos y secuestros de personas indefensas están por rendirse. Ninguna tolerancia, ninguna trenza es admisible con los métodos terroristas ni con nada que los ignore, minimice o justifique.

La revolución debe empezar en nosotros. Si no somos ejemplo, no somos nada.

Debemos construir mentalmente y aplicar en nuestras organizaciones el modelo de sociedad y de sistema polí­tico por el cual luchamos. Ese sistema debe ser creativo, libre, alegre, de cara a la vida, no sombría ni burocrática. Un sistema generoso, abierto a los demás, no exclusivo y excluyente.

Nuestras historias son demasiado fuertes y demasiado distintas. Las lealtades y complicidades de nuestros grupos están tan enraizadas como nuestras desconfianzas de cada uno acerca de los otros grupos. Es mucho lo que debemos cambiar para que la unidad sea posible. Y aun así, ella no garantiza el éxito político en los tér­minos que convienen al país. ¿Por qué deberían seguirnos si estamos unidos? ¿Cuál es nuestra virtud especial, qué les ofrecemos?

Lo mejor es hacer un balance honesto, sereno, crítico y dejar el paso a las nuevas generaciones contribu yendo de manera modesta a su formación. Dedicarnos a preparar el recambio. Explicar, hablar claro y hacernos a un lado. Preparar algo más duradero, más firme que nuestro propio recuerdo. Es el turno de los que vienen, no de los que nos vamos.

Si realmente queremos algo positivo propongo lo siguiente:

Que cada partido anuncie un cronograma de renovación de cargos directivos en el corto plazo prohibiendo la reelección de dirigentes.

Que todos los partidos y grupos convoquen a una inscripción ordenada y general de los hombres y mujeres que se autodefinen de izquierda.

Que haya en todo el país elecciones democráticas y primarias para la nominación de candidatos a los procesos electorales que se avecinan, incluido el presidencial.

Que el Frente Amplio de Izquierda publique el cronograma de inscripción y de organización hacia las elecciones primarias.

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