Por un momento quisimos pasar por alto su impertinencia y falta de respeto porque al fin y al cabo estamos hablando de un tipo de 87 años que, a juzgar por sus declaraciones, no se da cuenta ni de lo que dice.

Pero después pensamos y nos dijimos que si ya hemos ubicado a Don Isaac con sus teorías sobre las violaciones animales y las clases de boxeo de sus hijos, y al conductor de radio Fernando Maestre con las frustradas soluciones a sus traumas familiares, ¿por qué tendríamos que dejar que el obispo emérito de Chimbote se refiera despectivamente a un congresista por su condición sexual en cadena nacional? Llevar sotana, don Lucho, no es lo mismo que llevar corona.

"Estoy totalmente en contra (del proyecto de Unión Civil) No hace falta una ley, tú puedes formar una sociedad con otra persona y pones las normas en la administración de bienes (...) El congresista Carlos Bruce está haciendo un papelón con todo eso, apareciendo como un maricón en medio de todo. Él mismo ha dicho que es gay, gay no es la palabra peruana, la palabra es maricón", dijo esta noche en RPP.

No nos vamos a poner a discutir en términos legales con el 'señor obispo' porque con sus declaraciones demuestra que sabe muy poco de lo que realmente se busca con esta ley. En lo que sí vamos a recaer, es en esa obsesión lingüística que lleva desde hace años con la palabra 'gay'. 

Recordemos que ya en 2011, durante la campaña presidencial, se despachó con la misma cantaleta ante reporteros que hacían preguntas de cachimbos.

"Por qué hablan de gay, gays, hablemos en castellano, en criollo: maricones, así se dice"

Vamos a ver. La palabra gay efectivamente no tiene su origen en nuestro idioma, sino que es un anglisismo (o considerado como tal) adoptado por la comunidad homosexual desde que la de San Francisco decidiera en los años 70 empezar a usarla por su connotación positiva (hasta entonces se utilizaba para referirse a una persona alegre, divertida). Con el paso de los años el término ha sido adoptado en todo el mundo y hoy se ha 'castellanizado'. Es decir, bastaría con que Bambarén tome un diccionario antes de abrir la boca para hacer el ridículo.

Y esto último teniendo en cuenta que el sacerdote nos pide que 'hablemos en peruano'. Que en ese idioma que se ha inventado el término correcto es 'maricón'. El asunto es que este es un término peyorativo, (aunque desde los colectivos que luchas por los derechos LGTBI hay una tendencia a reivindicarlo, así como el 'marica'), utilizado a manera de insulto no solamente hacia los gays, sino también hacia todo aquello que se aleja de la masculinidad. Algo que si nos ponemos a pensar tiene bastante sentido, porque si hay una institución que se caracteriza por navegar orgullosa con la bandera de la misoginia, esa es la iglesia católica.

Así que con lo dicho hoy a Carlos Bruce -en un tono claramente insultante-, a Bambarén no le queda otra que pedir disculpas. No importa, a regañadientes, tal y como lo hizo en 2011. Eso sí, en sus trece con aquello de que 'no hay que usar palabras extrajeras'. Sería interesante que nos cuente como hace para pedir un 'taxi' o gritar un 'gol' o pronunciarse en contra del 'bullying', ¿no?

Tranquilo, don Lucho. ¿Para qué se estresa? Retírese tranquilo, relajado a disfrutar de su jubilación. Que si no le aguantamos pulgas a los representantes de su iglesia que permanecen en activo, menos aún vamos dejar que la guardia vieja de una institución cuyo principal pasatiempo es inmiscuirse en las políticas públicas de un Estado laico, nos señale levantando el dedo acusador como si dentro de sus filas todo fuera ejemplar.

Y es que sería interesante que diera el ejemplo y saliera a decir cómo debemos referirnos en 'peruano' a un cura pedófilo.  O cómo tenemos que explicar ese eufemismo con el que se evita hablar de casos de encubrimiento de pederastia clerical. ¿Cómo era? ¿'No hacer leña del árbol caído'?

Porque mire que también existen palabras bien españolas, bien peruanas y bien criollas para referirnos a aquel que aprovecha un micrófono radial para insultar, quedar en ridículo y decir tonterías.

Pero, señor obispo, no creemos que le guste... 



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