Aquí en la redacción de LaMula.pe, atentos como estamos todos a los sucesos que conmueven la política nacional, tenemos desde hace días un debate que no tienen visos de cesar. Es sobre las recientes y repetidas apariciones de Luis Castañeda Lossio en distintos puntos de la capital, ampliamente comentadas en los medios y las redes, y ya reseñadas también por este portal. 

Nos intriga, por supuesto, el sentido y el propósito de estas salidas repentinas (o "repentinas") del exalcalde y candidato, que se baña de gente y pisa las calles pero sigue sin decir ni mús sobre su programa y sus planes para la ciudad, o sobre las multiples denuncias y cuestionamientos que lo persiguen.

Pero nuestro debate no es ese, sino otro. Nos hemos venido haciendo esta pregunta, sin hallar respuesta: ¿por qué es que Castañeda sale casi siempre de madrugada o al caer de la tardecita, protegido por la neblina de la ciudad, en la semipenumbra? ¿Por qué, digamos, no termina nunca de salir a la luz?

Las hipótesis abundan. Hay entre nuestros redactores quienes ven tras el asunto una explicación simple, aunque con resonancias psicoanalíticas: Castañeda sabe que tiene mucho que esconder, y por eso tiende hacia la oscuridad, dicen.

Aunque el candidato y sus asesores ya deberían saber que protegerse entre el crepúsculo y el amanecer no es garantía de nada. Bien le pueden hacer ahí mismo su ampay. Ha sucedido antes.

También hay quienes opinan, más prosaicamente, que en estas salidas son en realidad llegadas: que Castañeda más bien viene de boleto, que lo agarran por ahí las primeras luces cuando se está yendo para su casa y se detiene por un emoliente o un caldo de gallina, y simplemente aprovecha la oportunidad. El propio Castañeda parece haber sugerido tal interpretación, por ejemplo en esta foto.

En todo caso, la duda continúa. Ninguna de estas especulaciones termina de parecernos convincente. Porque la verdad es que incluso cuando la hora del día podría permitírselo, Castañeda prefiere mantenerse a buen recaudo de los rayos del sol, ya sea bajo techo

O en interiores, aún si se trata de los interiores del Metropolitano. 

¿A qué se debe pues esta predilección por las sombras, este rechazo a la luz solar? Descartados los motivos estéticos (aunque es tentador, estas fotografías no permiten deducir una intención artística), la respuesta en la que terminamos recalando, la única que parece convencernos y producir consenso, es que se trata de un motivo de salud.

Y no cualquiera. La fotofobia, como es sabido, es una de las características diagnósticas esenciales del vampirismo. A los afectados de ese mal, el mero contacto de la luz natural sobre la piel les produce una desaparición instantánea. Su forma física convertida en humo, en polvo, en nada. Revela su condición de muertos vivientes, y los condena (por fin) a la inexistencia. Puf, y adiós. 

Creemos que existe esa posibilidad, y nos parece que de no ser cierta Castañeda debería salir a despejarla. Si no lo hace, si continúa en su mutismo, no nos quedará más remedio que darla por definitiva. Y saber que en estas elecciones, el candidato que solo sale de noche no se apresta, cual Bátman, a salvar una ciudad (ca)gótica, sino como Drácula, a -una vez más- chuparle la sangre hasta dejarla muerta. 

(NOTA: estas son especulaciones. Que ningún político peruano las asuma como noticia confirmada y haga conferencias de prensa para denunciar el hecho. O sí, y así nos reímos todos un poco más, que hace falta.)  

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