Game of Thrones ha cerrado su sexta temporada dejando todo listo para las dos grandes guerras que están a punto de llegar a Westeros: en el norte, la confirmación de la llegada del invierno es también la confirmación de la venida del Rey de la Noche; en el sur, Cersei Lannister ha tomado el Trono de Hierro sin saber que se acerca Daenerys Targaryen, una amenaza contra la cual la obsesión de Cersei por ‘quemarlo todo’ no va a servir de nada. Por si esto fuera poco, Arya Stark está de vuelta en Westeros ejecutando sus ansiados asesinatos de venganza; Samwell Tarly ha llegado a Oldtown para descubrir los secretos de los maestres (vitales para vencer a los White Walkers); y la más grande teoría de Game of Thrones recibió su confirmación: Jon Snow, como muchos creíamos ya saber, no es un bastardo cualquiera engendrado por Ned Stark en alguna taberna durante la guerra, sino el hijo -ilegítimo, sí, pero de ‘sangre real’- de Lyanna Stark y Rhaegar Targaryen.

Por si fuera poco, estas cantidades ingentes de información vienen empaquetadas en el episodio más largo de la historia de la serie (69 minutos), presentado a través de una escena meticulosa después de la otra gracias a la dirección de Miguel Sapochnik y el guion de los creadores David Benioff y D.B. Weiss. Sapochnik, Benioff y Weiss ya habían entregado, la semana pasada, el espectacular ‘Battle of the Bastards’ y, en la temporada anterior, el terrorífico ‘Hardhome’, pero el tono bélico de estos dos episodios es completamente distinto de la belleza casi nostálgica que guía el estilo de ‘Winds of Winter’.
El tono y el paso del episodio son marcados por su primer bloque, que abre con una paciente presentación de los personajes de King’s Landing preparándose para el juicio de la Fe Militante contra Loras Tyrell y Cersei Lannister. El juicio de Loras es veloz y llega a la conclusión esperada cuando el más débil de espíritu entre los Tyrell confiesa sus ‘pecados’ y se convierte en integrante de la Fe. Cersei, sin embargo, no está dispuesta ni siquiera a enfrentarse al juicio, y cuando la Reina Madre no aparece Margaery sabe que algo está pasando. La magia de este momento es el juego de poder entre Margaery, siempre un paso delante de los demás, y el Gorrión Supremo, tan borracho de poder religioso que no es capaz de imaginar que Cersei podría escapar a lo que él llama justicia divina. En última instancia, es culpa suya que ninguno de ellos salga a tiempo del Septo, y una escena que combina en partes iguales las precisas actuaciones de Jonathan Pryce y Natalie Dormer con los efectos especiales del fuego valyrio le pone fin a la existencia en King’s Landing tanto de la Fe Militante como de la familia Tyrell.

Cersei, mientras tanto, observa a lo lejos y con placer la realización de una venganza que ha esperado durante toda la temporada, creyendo que encerrar a Tommen en su cuarto para que no pueda ir al juicio iba a salvarlo a él también de las garras de la Fe (y de Margaery). Sin embargo, el joven rey, enamorado de Margaery y sabiendo lo que su madre ha hecho, salta por la ventana para hacer realidad la profecía que decía que Cersei perdería a sus tres hijos. Por un lado, esta parece la mejor y única venganza que Tommen puede ejercer contra su madre, aunque él quizá no conciba su suicidio como una venganza: durante seis temporadas, hemos oído decir una y otra vez que Cersei hace todo lo que hace por amor a sus hijos, por protegerlos y salvarlos de la violencia reinante en King’s Landing. Ahora, su acción máxima de venganza ha tenido como resultado directo la pérdida del último de sus hijos, dejando abierta la cuestión de si lo mejor que podía hacer Cersei por Tommen, esta vez, era ir al juicio y enfrentar las consecuencias.
Por otro lado, la muerte de Tommen tiene fuertes repercusiones sobre el panorama político de la capital de Westeros. En primer lugar, era el último heredero de Robert Baratheon, que a su vez le quitó el trono a Aerys Targaryen, cuya última heredera -o al menos eso se cree en Westeros- es Daenerys Targaryen. Así, la reina madre Cersei Lannister asume el Trono de Hierro, convirtiéndose en la primera reina mujer de Westeros y un extraño remanente de la breve dinastía Baratheon. ¿Qué pasaría si Cersei muere antes de la llegada de Daenerys? Este es el tipo de caos que Petyr Baelish convertiría en una escalera para sí mismo. En segundo lugar, quizá nadie tiene pruebas para decir que Cersei orquestó la explosión del Septo, pero habría que tener muy pocas luces para no saberlo. ¿Cuánto puede durar un reinado basado en el miedo, con una reina sin aliados y sin ejército?

En tercer lugar, y quizá lo más importante, el gran vacío que queda en la motivación humana de Cersei, que ya no tiene hijos que proteger, la convierte en un peligro cuyo único precedente es el Rey Loco Aerys Targaryen. Y quien mejor lo sabe, a juzgar por la mirada que intercambiaron durante la coronación de la reina, es Jaime Lannister, que ya asesinó a Aerys para evitar que King’s Landing quede reducido a cenizas. ¿Volverá a vencer el sentido moral de Jaime por encima de cualquier otra motivación? Probablemente esta sea la mayor línea dramática entre los mellizos amantes durante la próxima temporada.
Cersei no es el único personaje de Game of Thrones que ha terminado la sexta temporada muerto por dentro. Arya Stark, aunque ha vuelto a asumir su nombre familiar, también ha sufrido un cambio alarmante que vemos manifestarse en el castillo de los Frey. Tras asesinar a los dos hijos mayores de Walder, Arya pasa a servírselos en un pastel al patriarca Frey. Para ser justos, Walder Frey orquestó la Boda Roja, la masacre Stark más grande de la historia de Westeros desde, una vez más, Aerys y su obsesión por quemar gente. Sin embargo, nunca es una buena señal que una niña como Arya sea capaz de cortarle la garganta a un anciano y saborear el momento sin miramientos. Después de todos los horrores que ha vivido Arya, no es sorprendente que se haya alejado de todo lo que la convertía en una Stark, pero ojalá que, en la próxima temporada, pueda volver a encontrarse con sus hermanos y recuperar una parte de sí misma.

Los Stark que sí están en Winterfell, por su parte, están teniendo un buen momento: tras mucha discusión y un discurso implacable de Lady Lyanna Mormont, Jon Snow ha sido declarado Rey del Norte en una escena reminiscente del coronamiento de Robb, el primogénito Stark, con el mismo título. Este paralelo podrá ser emocional, pero también es preocupante: el destino de Robb no fue exactamente alegre, y Jon, aunque no tiene que preocuparse por King’s Landing, tiene tantos enemigos como su hermano. Uno de ellos, siempre disfrazado de oveja, es Petyr Baelish, que además está dispuesto a volver a Sansa Stark en contra de Jon. La verdad es que Sansa tenía tanta potestad sobre el título de Reina como Jon, dado que incluso fue la autora de la victoria del norte contra los Bolton. Jon y Sansa tuvieron una escena de fraternidad tierna, pero Baelish es una serpiente y Sansa tiene razones para ser pesimista y temer que Jon no tenga la sangre fría que se necesitará para lo que viene.
Por ahora, sin embargo, nada puede venir. Como dijo el zombi de Benjen Stark en el final de temporada, quizá por primera vez en la serie, pero no en los libros de G.R.R. Martin, el Muro de la Guardia de la Noche está protegido contra los White Walkers con una magia antigua y fuerte, que tampoco le permite el paso a él, que está más muerto que vivo. Para que el Rey de la Noche y su horda de muertos vivientes puedan cumplir la antigua amenaza de convertir el invierno más largo de la historia en el fin de la historia de los vivos, algo tendría que pasarle al Muro. El instrumento para que esto suceda está ahí: Bran Stark, en una de sus visiones sin la supervisión del Cuervo de Tres Ojos, vio al Rey de la Noche y fue marcado por él. Esa marca le permitió al supuesto mayor villano de Game of Thrones entrar a la cueva del Cuervo, y podría permitirle también atravesar el Muro. Si es este o algún otro artificio el que inicie la verdadera guerra del norte de Westeros recién lo sabremos en la séptima temporada, pero lo cierto es que algo tiene que desencadenar este conflicto que la serie nos ha prometido desde su primera escena.

Lo que sí nos dio Bran, finalmente, es la segunda parte de la visión que tuvo al principio de la temporada en la Torre de la Alegría. Ahí, Ned Stark encuentra a su hermana Lyanna en su lecho de muerte después de dar a luz a un hijo. El hijo es suyo y, todo lo indica, de Rhaegar Targaryen, quien se dice que secuestró a Lyanna aunque lo más probable es que hayan estado enamorados y huido juntos. Lyanna muere tras pedirle a Ned que le prometa que cuidará al niño y que Robert Baratheon no se enterará de su ascendencia, pues lo mataría en venganza contra Rhaegar (Robert también estaba enamorado de Lyanna). Esta visión confirma la teoría más importante de Game of Thrones, en la que además se basan muchas otras: Jon Snow, conocido como el bastardo de Ned Stark, es en realidad hijo de Lyanna Stark y Rhaegar Targaryen, convirtiéndolo en uno de los personajes con sangre más noble de todo Westeros, dándole derecho a reclamar el Trono de Hierro como sucesor de Rhaegar, que habría sido a su vez sucesor de Aerys si no hubiese muerto antes; en suma, la vida de Jon Snow ES la ‘canción de hielo (Stark) y fuego (Targaryen)’ que le da nombre a toda la saga de Martin.

Así las cosas, Game of Thrones termina su último capítulo poniendo un broche de oro: mientras en el norte el Lobo Blanco Jon Snow (Targaryen-Stark) recibe el respaldo que necesita para enfrentarse a los White Walkers, en el sur se vuelve realidad otra de las deudas de la serie mientras Daenerys Targaryen y sus dragones zarpan hacia Westeros para ‘tomar lo que es suyo’. Como han dicho otros críticos, este episodio le ha dado a Game of Thrones el impulso narrativo más drástico desde la Boda Roja, excepto que esta vez, en vez de subvertir o aniquilar todas las misiones que parecían tener sentido, Benioff y Weiss han puesto el énfasis sobre las únicas tres historias de Westeros que importan: la inminente invasión de Daenerys, la aún más inminente demencia de Cersei y el doble conflicto de Jon Snow como personaje que enfrenta una responsabilidad enorme a la vez que no tiene idea de sus propios orígenes.
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