Avenida Larco es una comedia musical con una historia lineal y sencilla, escrita por Rasec Barragán: un grupo de chicos y chicas de clase y media alta que acaba de salir del colegio debe decidir qué hacer con su vida. Este pequeño drama que define hasta cierto punto las vidas de todos los que tenemos el privilegio de escoger guía la primera parte del musical, que también es la más tradicional.
Andrés, el líder del grupo, debe lidiar con su relación con Lola, la chica guapa a la que no le gusta que su novio piense ser músico, y con su padre, el militar que obliga a su hijo a tener una carrera universitaria. Intercalando canciones más bien evidentes, como ‘Al colegio no voy más’, de Leusemia y ‘La universidad’, de Rio, Andrés y sus amigos Güicho y Micky se deciden a intentar hacer una vida con su banda de rock. La posibilidad de realizar esta idea se hace presente cuando conocen a Pedro, un chico de El Agustino que pasa a formar parte del grupo.
Más allá de despertar los sentimientos de nostalgia de todo miraflorino imaginable -como admite el director, Giovanni Ciccia- hasta aquí Avenida Larco no se constituye como nada más que una antología de canciones de rock peruano. Después del intermedio, sin embargo, la idea se amplía y el musical empieza a correr riesgos. En la primera parte, más allá de una mención al toque de queda, el contexto peruano de principios de la década de 1990 no se había hecho presente. Ahora, sin embargo, el eje de la historia se empieza a constituir alrededor de ese contexto, y la cosa se pone interesante.
Desde un enfrentamiento espeluznante entre Pedro y el padre de Andrés hasta la representación de un grupo de terroristas como ninjas sedientos de sangre pero con un fundamento social, Avenida Larco deja de jugar con el facilismo de la nostalgia y pasa, sin dejar de arrancar carcajadas, a hablar del nudo que se forma en la garganta de todos cuando pensamos en la injusticia y la rabia de esa época.
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El contraste entre ambas mitades del musical no cesa aquí, y por momentos la diferencia es tan fuerte que las dos partes podrían estar escritas por personas distintas. Así, mientras la historia de la primera parte parece creada para usar las canciones, en la segunda las canciones parecen escritas para el musical -sin dejar de tocar la vena sentimental del público-. Incluso la puesta en escena pierde el miedo a romper el formato tradicional apenas Avenida Larco vuelve del intermedio, y se intensifica una escenografía cuyos cambios se simbolizan a través de luces y sombras. Es en la segunda parte, también, cuando Ciccia se anima finalmente a romper la cuarta pared, cuya ruptura estaba tácita desde el momento en que Andrés y compañía se pusieron a cantar ‘Cuando la cama me da vueltas’ con el inevitable coreo del público.
Porque si algo consigue Avenida Larco desde el principio es la complicidad de los espectadores, y lo hace con tres actuaciones principales: la de Juan Carlos Rey del Castro como Andrés, que se mantiene durante toda la obra como el líder carismático y justo, sin melodramas; la de Andrés Salas como Micky, que tiene momentos fuertes de canto y humor; y la de Gisela Ponde de León como Susana, que complementa a Micky y se la pasa verbalizando lo que piensan los personajes en los momentos más tensos, volviéndolos hilarantes. Mayra Goñi, en cambio, cuya Fantasy termina de convencer a Andrés de la necesidad de dejar su burbuja miraflorina, entrega una actuación disforzada, canta sin convicción aunque se supone que se está enamorando del protagonista y no consigue convertir su desdén por el musical en un personaje de chica mala.
En cuanto a la selección de canciones, es recurrente ‘Avenida Larco’, de Frágil, que aunque se ha convertido en el cliché del rock peruano aparece varias veces sin resultar irritante, gracias a los arreglos del director musical Diego Dibós. Por lo demás, la selección está compuesta por canciones de Pedro Suárez-Vértiz (en sus varios formatos), La liga del sueño, Los Mojarras, Leusemia, Traffic Sound… Salta a la vista que se trata de puros músicos hombres, pero tampoco se puede acusar a Avenida Larco de falta de inclusión: por un lado, porque el rock peruano no ha tenido muchos hits femeninos; por otro, porque la obra misma hace un gran esfuerzo -una vez más, solo en la segunda parte- no solo por darles un lugar desprejuiciado a las mujeres, sino también a las minorías sexuales.
A pesar de la desconcertante asimetría entre sus dos mitades y de algunos momentos en los que el entrenamiento vocal de los actores deja bastante que desear, Avenida Larco es un espectáculo que deja boquiabierto a cualquiera. Con más de treinta canciones en vivo, interpretadas por casi veinticinco actores y bailarines, coreografías de Vania Masías y la participación de Julio Pérez, vocalista de La Sarita, el primer musical de rock peruano es una superproducción como pocas en el país. Felizmente, gracias a su segunda parte, no es puro show sino un documento para pensar en una época de la historia limeña bajo una luz cautelosamente optimista.
¡Sí, Perú!
[Foto de portada: Raúl García / LaMula.pe]
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