Edwin Chota, Jorge Ríos, Leoncio Quinticima y Francisco Pinedo. Cuatro líderes indígenas ashéninkas, cuatro peruanos de la comunidad nativa Alto Tamaya–Saweto. Cuatro guardianes de los bosques que fueron asesinados hace un año a manos de taladores ilegales, quienes durante años fueron sus enemigos. Soportaron amenazas, burlas, pero sobre todo el desinterés del Estado.

En Ucayali y en Lima, iban y venían a denunciar ante las autoridades esas amenazas, los ingresos de madereros a sus tierras, los abusos que sufrían sus hermanos comuneros. Pedían seguridad, respeto, pero sobre todo la titulación de sus tierras, aquellas en las que habían nacido, al igual que sus padres, abuelos y demás antepasados. Y no recibían más que sellos en sus cartas entregadas en distintas mesas de parte. Y, claro, etéreas promesas.

“¿Dónde está tu título? Enséñame y no entraré. Si no tienes, seguiremos viniendo”. Esto es lo que le decían los madereros a los ashéninkas, me contó el año pasado Julia Pérez Gonzales, viuda de Chota. Un hecho que era recurrente, cotidiano. “Edwin sabía que iba a morir. Cada vez recibía más amenazas. Cuando salía al bosque, no sabíamos si iba a regresar”, añadió con tristeza y rabia, por el crimen y por la indiferencia del Estado, respectivamente.

Efectivamente, Chota era consciente de que su vida tenía un precio. Él se había enfrentado a los 'extraños' numerosas veces, y otras tantas veces los había denunciado ante la Policía, el gobierno regional y otras instancias. No le hicieron caso. Era un indígena más, un 'invisibilizado'. Pero él no cejaba en su empeño de lograr la titulación de las tierras de su comunidad. “Él me decía: 'La comunidad debe tener su título pronto, por justicia, por respeto. Antes de que me maten a mí y a mis hermanos'. Él pudo haberse quedado callado, pero era el líder de la comunidad y luchaba por el derecho de todos nosotros”, me contó la viuda en nuestro encuentro en el Museo de Historia y Antropología de Pueblo Libre. 

Chota sabía que su causa prácticamente no existía para el Estado peruano. Ejemplo de ello fue que las primeras informaciones de su asesinato las conocimos por las autoridades y medios de comunicación brasileños; y no porque el gobierno central de ese país estuviera más cerca geográficamente, sino porque tiene una política descentralista en la que los pueblos indígenas –aunque continúan marginados– son menos invisibles. Durante esos primeros días de setiembre del año pasado, la prensa brasileña tuvo más noticias sobre este crimen que la peruana. Antes de ello ya lo había entrevistado The New York Times, entre otros medios internacionales.

Y ya conocemos las penurias por las que debieron pasar las viudas para recuperar los cuerpos de sus esposos y para que se hiciera justicia. Por un lado, en Ucayali, hubo algunas detenciones, pero sin sanción. Por el otro, en Lima: “No hay helicópteros, no hay condiciones climatológicas, no se puede acceder a esa zona...”. Y en medio de ello, siempre en Lima, ofrecimientos; mientras que en Ucayali, burla, sorna: “Las conocemos, para qué nos denuncian, ya verán...”. [Por cierto, fuentes de organizaciones internacionales me contaron que hasta una embajada poderosa en el Perú ofreció sus helicópteros, pero que no tuvo eco en el gobierno peruano. “No tenemos presupuesto para mantener esas naves”, habría sido una de las respuestas del gobierno, que durante esos meses estaba dedicado a la organización de la COP20].


Los ashéninkas en la escena internacional

¿El Estado recapacitó y la titulación de tierras estuvo en su agenda? Si ello ocurrió fue debido a la intensa campaña emprendida por organizaciones internacionales, quienes pusieron en la escena global a Chota. Cartas, pronunciamientos, llamadas de larga distancia, por un lado. Por el otro, activistas, ambientalistas, artistas, políticos y periodistas extranjeros impulsaban el pedido de justicia para Saweto, la defensa y el respeto de sus derechos, la invisibilidad de sus miembros y la titulación de sus tierras. 

Quienes cubrimos la COP20 no olvidamos el día en que las viudas –ante la sorpresa de algunas autoridades– llegaron al recinto. Hubo tensión por el lado gubernamental, que se movilizó de inmediato, pero por el lado de la sociedad civil internacional una gran solidaridad con esas valientes mujeres peruanas y resonancia en los medios globales. Todos fuimos Saweto aquel día.

Este año estuvo en Ucayali, Alexander Soros, hijo del famoso magnate. El multimillonario activista estadounidense visitó la comunidad de Saweto y dijo al mundo que había que darles poder a las comunidades nativas para proteger sus tierras. Con él llegaron organizaciones y periodistas que transmitieron su mensaje.

El 19 de agosto pasado, tras más de una década de lucha, Saweto por fin recibió el título de propiedad de 80,000 hectáreas de su territorio ancestral, que les pertenece por ley. Sentimientos encontrados. Por un lado, alegría, por otro desazón e indignación, pues tuvieron que ser asesinados cuatro peruanos para que –tras idas y vueltas– el Estado peruano responda –tardíamente– a favor de los pueblos indígenas, tan peruanos como ustedes, amigos lectores.

Esta semana la comunidad recibirá el documento oficial y habrá un homenaje a sus líderes. Quedan pendientes entierros, encarcelamientos, seguridad para la comunidad y, sobre todo, un verdadero respeto por los derechos de indígenas.

Edwin, Jorge, Leoncio y Francisco, compatriotas, gracias por defender los bosques que nos permiten respirar.


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