Dicen que quienes pisan por primera vez la ya mítica Casa Yuyachkani no dejan de volver. El templo de uno de los más reconocidos grupos culturales de nuestro país posee un magnetismo único que hace que uno desee regresar a redescubrir y repensar al país. Y es que vivamos el contexto que vivamos, su vasto repertorio producto de medio siglo de trabajo interrumpido siempre nos resultará actual.
Y precisamente en los últimos años, más de uno en las tantas vueltas a este acogedor recinto en Magdalena, se habrá preguntado qué hacía ese enorme caballo en el jardín de entrada. Imponente, observador, vigilante.
¿Qué hacía? Esperar.
Más de dieciocho años después desde que su estreno, los Yuyas reponen SANTIAGO, creación colectiva del grupo y Peter Dalmore, en dos únicas funciones el 27 y 28 de marzo en el Gran Teatro Nacional, otro recinto inigualable que acoge otra de sus piezas más celebradas tras el éxito de Los Músicos Ambulantes en 2017 y Con-cierto olvido en 2018.
“La guerra ha terminado pero ¿cuándo comienza la paz?”. Con este pregunta se invita a ingresar a un pueblo casi fantasmal en los Andes del Perú, donde sus tres últimos habitantes, en un acto donde se unen la desesperación y la esperanza, deciden sacar en andas la efigie del Apóstol Santiago, buscando revivir una ceremonia abandonada durante los quince años anteriores. Así, a la sombra de un ritual a la vez interrumpido e inminente, se construyen las imágenes, las tensiones y las circunstancias de este montaje.
De SANTIAGO, se pueden decir muchísimas cosas. Muchos directores de teatro la consideran como una de las mejores obras de Yuyachkani e incluso se han realizado tesis univerisitarias de su proceso de creación. Pero al interior del grupo tiene un significado tan potente como el que le dan aquellos que han tenido la suerte de verla: se trata de la primera obra que nació de intervenciones en las que participaban todos los Yuyas.
"La primera relación con Santiago fue para un trabajo que hicimos que se llamaba Ríndete Atahualpa, inspirados en una pintura cusqueña donde está el patrón Santiago pero debajo hay un indio. En nuestra puesta iba un danzante de tijeras abajo, ese era Amiel, y Augusto iba arriba y en algún momento tomó vida. Yo iba empujando un cochecito de anticuchera y en determinado momento aparecía una tropa de sicuris tocando, y el danzante y el patrón cobraban vida. Fue la primera acción que hicimos donde estábamos todos. Había una banda, una serie de cosas para tomar el espacio". Ana Correa
Pero cuando se quiso convertir aquella intervención en una obra teatral, diversas circunstancias hicieron que los integrantes del colectivo no pudieran participar, quedando solo Ana Correa, Augusto Casafranca y Amiel Cayo. La duda surgió de forma natural pero, según cuenta la misma Ana, empezaron a recibir distintos tipos de señales, tan básicas como caer en cuenta que los nombres y apellidos de los tres iniciaban con las mismas letras, y que el segundo nombre de Miguel Rubio era Santiago, hasta potentes como investigar y descubrir que a Santiago era la última evolución del dios Illapa, "que es trueno, relámpago y rayo", y entonces decidieron que tenían que hacerla de todas formas.
Esta reposición supone además, el regreso sobre las tablas de Amiel, artista puneño que nunca ha dejado de estar vinculado a Yuyachkani, pero que desde hace muchos años no participa en el escenario de los montajes.
"Yo siempre he estado cerca del grupo. Esta reposición de Santiago nos permite revisar muchas cosas. Es muy importante porque marca un antes y después en mi carrera actoral. Hace años siempre había ese conato de decir hay que reponerla (...) Hay muchas cosas que en el Perú que no están resueltas. O la violencia que simplemente está transmutando. Si antes era la violencia armada, ahora se ha trasladado a los diferentes estratos de la sociedad. Y de eso trata Santiago, todo el espectáculo está cargado de acciones muy violentas, desde la propia imagen del santo, hasta las mismas acciones que hemos construido. Eso cobra un nuevo sentido en estos momentos." Amiel Cayo
Augusto Casafranca, otro de los fundadores y artistas más respetados de los Yuyas, al ser quechuablante al igual que Amiel fueron los pilares en la construcción del texto, y es que gran parte de la obra está en quechua. Algo que puede ser visto como un problema para el espectador, pero que termina siendo totalmente natural y motivador para entender la historia.
"El quechua es algo muy perturbador en los espectadores. Significa que van a leer lo que sucede, la situación a partir de las acciones de los personajes. Los actores despiertan el cuerpo de otra manera y el espectador también su sentido de atención y el preguntarse por qué no entendemos, por qué tenemos igual DNI y no podemos entendernos". Miguel Rubio
Autodenominados como parte del "parque jurásico del teatro latinoamericano", los Yuyas no dejan de considerar que sigue siendo una responsabilidad el transmitir su repertorio como una memoria que transmitir las nuevas generaciones sin pretención de las adopten, sino de generar en estas las propias.
"Nosotros hacemos lo que nos toca como un grupo viejo de casi 50 años. Esta es la memoria que hemos vivido, las crisis que hemos tenido permanente. Las técnicas y las obras son respuestas a las crisis. Cuando vienen los jóvenes a decirnos cómo lo hicieron, cuáles son las claves para ser actor de Yuyachkani, lo que nosotros podemos transmitir es una experiencia, una memoria de grupo y que cada uno pueda construir su propia historia. Nosotros lo hemos construido desde las crisis. Nosotros hemos aprendido a no tenerles miedos, saber que es un desafío para encontrar respuesta. Sin crisis no hay preguntas y sin preguntas no hay posibilidad de un acto artístico".
SANTIAGO, creación colectiva de Yuyachkani y Peter Elmore va este miércoles 27 y jueves 28 de marzo a las 20.00 horas en el Gran Teatro Nacional. En escena Ana Correa, Augusto Casafranca y Amiel Cayo; con la dirección de Miguel Rubio Zapata.
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