Estuvimos en Satipo (Junín), en la zona norte del VRAEM, para conocer la ruta turística que vienen promoviendo las municipalidades de Río Tambo, Río Negro y Mazamari, comunas que buscan ofrecer una imagen que trascienda los estigmas que acompañan al valle del Río Apurímac, Ene y Mantaro.
Casi al final del viaje tuvimos la oportunidad de entrevista a la líder asháninka Ruth Buendía Mestoquiari, quien hace unos días atrás recibió el Premio Bartolomé de las Casas en reconocimiento a su labor de defensa de los derechos de los pueblos amazónicos, además de lograr que se detenga el proyecto hidroeléctrico Pakitzapango, que hubiera inundado las tierras de varias comunidades nativas.
Buendía es la presidenta de la Central Ashaninka del Río Ene (CARE), organización que se encarga de acompañar y orientar a sus comunidades en potenciar su buen vivir ‘Kametsa Asaike’ y fortalecer sus derechos, en un contexto de violencia, narcotráfico y megaproyectos que amenazan sus tierras y su calidad de vida.
Machismo
Las comunidades indígenas enfrentan una serie de flagelos, muchos de ellos históricos, aprendidos entre las generaciones. Uno de ellos es el machismo, y este va más allá de los pueblos indígenas. Buendía es consciente de esta realidad.
Para aliviar esta realidad, nos dice Ruth, "la mujer indígena tiene que formarse. Tenemos que sensibilizarla y capacitarla en los derechos de la mujer, porque muchas veces ella ha sido sumisa. Hace poco hemos tenidos movimientos de mujeres, por eso el apoyo del esposo también es importante".
Narcotráfico y contaminación
Buendía nos cuenta que algunos de los territorios asháninkas ubicados en la cuenca del río Ene están siendo invadidos por agricultores que plantan hoja de coca. Y no para el chacchado, ya que están sembrando entre cinco y veinte hectáreas y "eso ya no es para consumo ni para chacchar", advierte.
"Si siembra hoja de coca, al costado está su poza de maceración de drogas. Y esos químicos que utilizan, los botan a los ríos pequeños, que llegan a los ríos grandes (Ene, Ayaviro Meantari). Y allí, en esos ríos, pescan mis hermanos, allí se bañan mis hermanos, consumen mis hermanos", así resume una realidad que viene impactando de forma negativa la salud de los asháninkas.
Autodefensa y armamento
El día que visitamos el anexo asháninka de Tsyapo, a casi una hora en auto desde el centro poblado Los Ángeles de Primavera, vimos que asháninkas jóvenes llevaban consigo armas de fuego, escopetas, un hecho que se reproduce en otras comunidades. La inseguridad en la zona sigue siendo un problema muy poco atendido por el Ejército que tiene sus bases militares a horas de camino de esa zona.
El proceso de pacificación en la zona, tras el periodo de violencia reciente (1980-2000) -en el que se asesinó a 6000 asháninkas entre los años ochenta y noventa, y más de 10 000 de ellos acabaron siendo desplazados del VRAEM-, aún no termina.
La llegada de colonos de la sierra para trabajar la tierra ubicada en la ceja de selva, que también es usada por las comunidades nativas, ha empezado a cercar y afectar las reservas comunales asháninkas, y esto data desde hace muchos años atrás; en especial, las acciones de invasores y traficantes de tierras, en algunos casos en complicidad con las Fuerzas Armadas, como ocurrió en abril de este año en la comunidad de Meantari.
Frente a la pregunta si mantenerse armados era parte de su método para enfrentar los principales problemas que afectan a sus comunidades, Buendía nos explica que así se mantienen porque "no hay seguridad en el río Ene, el militar no apoya mucho a la comunidad (...) Sí es importante tener autodefensa por lo que hemos pasado. No confiamos en el Ejército".
"Después de la violencia no hubo acompañamiento en las comunidades, no hubo tratamiento psicológico en los hermanos asháninkas de la cuenca del Ene", sotiene.
Mira la entrevista realizada días antes de que recibiera el premio Bartolomé de las Casas.
(Foto de cabecera: Jorge Paris)
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