Durante siete años, Rory y Lorelai Gilmore fueron las parlanchinas protagonistas de Gilmore Girls, una serie previa a la ‘Era de Oro’ de la televisión que salía por el canal de Warner Bros. Creada por Amy Sherman-Palladino y su esposo Daniel Palladino, Gilmore Girls se convirtió entre el 2000 y el 2006 en un ícono como drama de familia, comedia sobre la amistad y presentación de una aislada y algo pintoresca forma de vida en un pueblo estadounidense. Cuando los Palladino tuvieron conflictos de contrato y se retiraron al final de la sexta temporada, los escritores que quedaron resolvieron la última temporada tomando algunas decisiones de guion dudosas (como el matrimonio entre Lorelai y Christopher), pero consiguieron cerrar la serie con una situación esperanzadora: mientras Rory empezaba su vida profesional habiendo terminado una formación de lujo, Lorelai regresaba con Luke, que claramente era su media naranja, y quedaba en buenos términos con sus padres, acordando cenar con ellos una vez por semana aunque ya no hayan deudas de por medio.

Aunque esta conclusión era coherente con los avances de ambas chicas durante la serie, siempre quedaba la duda de cómo habría cerrado su aventura la creadora Sherman-Palladino, y este año la cadena Netflix decidió que sería bueno averiguarlo. Ahora, A Year in the Life está disponible en la plataforma, y el resultado es franca y completamente decepcionante. No solo se hace evidente que las restricciones creativas de Warner le hacían bien a la desquiciada guachafería de los Palladino (véanse el eterno ‘musical’ a mediados del episodio 3 y la ‘aventura’ de Rory con Logan y sus amigos al principios del ep. 4). Además, esta nueva versión mantiene la falta de diversidad entre sus personajes e incluye algunas bromas subidas de tono sobre los inmigrantes y la gente con sobrepeso. Mientras los afroamericanos son prácticamente tratados como parte de la escenografía, los latinos son objeto de burla por su idioma y el ‘nuevo gay’ (que no es Michel) de Stars Hollow no es suficiente para hacer una marcha del orgullo. Quizá era mejor cuando podíamos atribuirle el conservadurismo de la serie a la cadena productora.

En términos narrativos y ya no políticos (que deberían bastar para darle una luz roja a este 'revival') la peor decepción de Gilmore Girls: A Day in the Life es el tratamiento que les da a Lorelai y Rory, revirtiendo buena parte del progreso personal que habían tenido durante la serie original. Privándolas de aspiraciones y de perspectiva sobre sus propias vidas, Sherman-Palladino ha quitado todo atractivo a quienes fueron un modelo a seguir como madre e hija, como mujer y adolescente, como empresaria y periodista. La única que recibe justicia como personaje es Emily Gilmore, y esto solamente como una ramificación secundaria. Escudándose en la nostalgia por los momentos y el estilo del pasado, la creadora de la serie ha deformado su mensaje.

Lorelai

Al principio de la miniserie, Lorelai está exactamente en el lugar donde la dejamos hace casi diez años: en una relación feliz pero sin matrimonio con Luke, dueña de un exitoso hotel y un perro que no envejece, teniendo sueños absurdos y encantadores sobre escenas de películas de David Cronenberg. Por supuesto, también sigue siendo la misma persona: manipuladora sutil, egoísta, increíblemente infantil y resentida en su relación con sus padres. Está tan triste como todos por la muerte de su padre, Richard, pero está tan atrapada en los pleitos del pasado que ni siquiera es capaz de pensar en una historia bonita para consolar a su madre, ahora viuda.

Todas estas cualidades eran parte de las razones por las que queríamos a Lorelai en su maravillosa imperfección durante las siete temporadas originales de la serie, pero el retorno de Gilmore Girls parece decirnos que todo lo que ha pasado desde que la conocemos no ha tenido ninguna influencia en quién es en el fondo. Aunque no deja de ser admirable que una mujer que huyó a los 17 años con un bebé en brazos de la casa de sus padres represores se haya convertido en un éxito financiero y madre excepcional, esto ya lo sabíamos cuando la serie terminó hace una década.

A Year in the Life le da un arco extrañamente indefinido a Lorelai. Primero, prácticamente obliga a Luke a ir a una entrevista de reproducción asistida. Un Luke que bien podría ser aquí Joey, de Friends, pregunta una y otra vez si el proceso implica tener sexo con las madres sustitutas, y finalmente el tema queda en nada. Después, Lorelai va a terapia con su madre, pero ni siquiera hace el intento de abrir la comunicación después de su increíble escena de engreimiento y falta de consideración durante el funeral de su padre. Aparte de un par de tomas que no hacen más que recordarnos el excelente episodio de la temporada 6 en el que la familia se reconcilia, la terapia también queda en nada.

Su siguiente línea narrativa es un intento de viaje a lo desconocido que pudo quedar en una broma para un par de minutos, pero en cambio se convierte en una serie de escenas que introducen un personaje irrelevante tras otro para terminar con una revelación ‘crucial’: Lorelai sí tiene por lo menos un recuerdo bueno de su padre. Como consecuencia de esto, se da cuenta de que la vida es corta y decide casarse con Luke, porque Emily tenía razón todo el tiempo y no hay forma de tener una relación comprometida sin casarse. La historia de Lorelai termina con un matrimonio que parece un comercial de perfumes y la reinstitución de su relación con su madre a través del dinero, porque en el mundo de Lorelai Gilmore el afecto duradero para sus padres tiene precio.

Rory

Se puede decir que Rory es el personaje principal de A Year in the Life, siendo la única que tiene una línea narrativa cuyas ramas se entrelazan para dar un resultado más o menos coherente, y siendo además quien emite las famosas palabras finales como quien da la estocada final. Rory siempre fue una heroína problemática en Gilmore Girls porque siempre fue un ejemplo flagrante del privilegio blanco contra el que Lorelai se rebeló durante su adolescencia. Aunque al principio tuvo dificultades para adaptarse a la vida del colegio privado en Chilton, la Rory que terminó la universidad en Yale sin pagar un centavo y sin ninguna experiencia de trabajo pagado tampoco tenía problemas en usar una cartera que cuesta tanto como un auto.

Entre las temporadas 1 y 7, Rory recibió una sobrecogedora cantidad de bienes materiales y educativos, incluyendo el beneficio de la duda cuando se dedicó a la buena vida durante su crisis de la temporada 6. Esta abundancia, inimaginable para la mayor parte de chicas de los Estados Unidos o de cualquier otro país del mundo, se justificaba en el hecho de que Rory era una estudiante excepcional, ambiciosa y bien dispuesta; lectora insaciable, amiga fiel y capaz de un cariño incondicional poco común en la familia Gilmore; capaz de lograr lo que sea que se proponga gracias a estas cualidades que la definían y la convertían en un modelo a seguir. Además, el esfuerzo conmovedor y heroico a su manera de Lorelai por enseñarle todas estas cosas mientras veían televisión y comían comida chatarra la hacía también merecedora de ver a su hija triunfar.

Así dejamos a Rory al final de la serie: después de gozar y aprender a ser más atrevida con su novio rico, Logan, y de terminar sus estudios en una de las universidades más aristocráticas del mundo, Rory iba a empezar su carrera como periodista política siguiendo la campaña presidencial de Barack Obama. La Rory de A Year in the Life, sin embargo, bien podría haberse quedado fuera de la universidad en la temporada 6, y habría llegado al mismo sitio. Viviendo, nadie sabe con qué dinero, entre Londres y Stars Hollow, tiene 32 años, se sigue acostando con un Logan ahora comprometido para casarse con otra y cree que las revistas más importantes de los Estados Unidos le deben algo porque sacó un perfil exitoso en el New Yorker. Cansada de tratar, por un día, de encontrarle el ángulo a una historia que ha conseguido gracias a los contactos de Logan (para variar), y de hacer entrevistas durante las que o se queda dormida o se termina acostando con el entrevistado, Rory decide contentarse con un trabajo sin paga en el periódico local de su pueblo.

Quizá ya no le gusta el periodismo, y quizá ya no le gusta leer libros (no lee ni uno durante los cuatro episodios), y eso es válido, pero la Rory que queremos y admiramos es capaz de preguntarse qué es lo que sí quiere y levantarse a hacerlo. En vez de eso, el siempre maravilloso y ahora irónicamente más íntegro que ella Jess Mariano le sugiere una idea: escribir un libro contando su historia y la de Lorelai. Esta es, por supuesto, una idea maravillosa, aunque las habilidades de Rory como escritora están a estas alturas francamente en tela de juicio. Aceptando el reto, Rory decide seguir usando su inagotable y mágico presupuesto de niña rica para escribir la historia de cómo no ella sino Lorelai empezó su vida adulta tendiendo camas y limpiando cuartos de hotel. Excusada de la ya privilegiada búsqueda de un salario haciendo lo que le gusta, quien fuera alguna vez nuestra heroína intelectual se encierra en la mansión de sus abuelos para escribir las memorias de su madre (sin su permiso).

El final

Se pone así la mesa para servir las últimas palabras de una serie que a estas alturas espero quede enterrada de una vez por todas para no seguir manchando en retrospectiva mis aspiraciones juveniles:

- Mamá-, dice Rory.

- Sí-, responde Lorelai.

- Estoy embarazada.

Amy Sherman-Palladino tira por la borda años de decirnos que Rory es una chica dedicada a su carrera y que no se conforma a las expectativas que otros tienen de ella como mujer. Años de demostrar que Lorelai no solo se define por su maternidad sino que es capaz de otras aspiraciones. Quien las ha acompañado todo este tiempo pensando que los hombres son un elemento más entre tantos que las construyen como mujeres de pronto se ve obligada a concluir la historia de Rory y Lorelai con una pregunta sobre un hombre: ¿quién es el padre?

Mientras los créditos pasan al son de la canción característica de la serie, surgen otras preguntas aún más angustiantes: ¿este es el fin de la carrera profesional de Rory? ¿para esto se endeudó Lorelai con sus odiados padres con el fin de darle oportunidades invaluables a su hija? ¿de verdad es posible que Sherman-Palladino haya planeado darle este final a la serie en la temporada 7, cuando Rory tenía 22 años? A estas alturas solo queda agradecer que la creadora de Gilmore Girls y su esposo hayan renunciado hace una década: por lo menos pudimos ver a Rory seguir el camino, en cierto sentido más difícil y valiente, que se había propuesto.

No se trata, en absoluto, de que la maternidad sea mala o que cualquier persona que decida ser madre renuncie automáticamente a sus sueños. Lo que pasa es que A Year in the Life no deja espacio para que Rory vuelva a buscar su amor por la vida profesional. Además, jamás la hemos oído considerar siquiera la posibilidad de tener hijos, así que la conclusión parece ser que toda mujer termina por ser madre y eso es bueno bajo cualquier circunstancia.

Que la respuesta más lógica a ‘¿quién es el padre?’ sea Logan Huntzberger es una amarga ironía más para este revival que no ha hecho más que retroceder en su afirmación de Rory como una mujer determinada a hacer lo que realmente quiere en la vida: ahora que ha renunciado a su carrera, está embarazada y parece decidida a dedicarse a la maternidad y la escritura sin paga, Rory puede ser finalmente la esposa de sociedad que los Huntzberger querían que fuera. Cuando Logan la llevó a esa catastrófica cena de la temporada 5, cuyas consecuencias llegaron al extremo de Rory dejando la universidad para hacerse miembro de la sociedad de beneficencia de Emily Gilmore, todas nos ofendimos con la sola sugerencia de que nuestra chica Gilmore pudiese dejarlo todo para convertirse en una esposa rica.

El cierre de A Year in the Life deja a Rory en la situación perfecta para casarse con Logan (que obvia y convenientemente sigue enamorado de ella) y convertirse en una Huntzberger a tiempo completo. Un clásico caso que demuestra que es mejor no (volver a) conocer a tus heroínas.


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