Difícil de procesar y comprender el rechazo al Acuerdo de Paz en Colombia. No es que el triunfo del 'Sí' estuviera asegurado, pero luego de la firma de los acuerdos entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC la semana pasada, lo esperable era que los colombianos los ratificaran este domingo. Sin embargo, más de 6 millones 400 mil colombianos votaron por el 'No'.

¿Por qué ocurrió esto? ¿Qué pasará ahora? El portal colombiano 'Silla Vacía' nos brinda una explicación, en puntos clave, para entender los motivos por los que ganó el 'No' en el plebiscito. A continuación, compartimos su publicación:

Colombia dijo No y siguió partida en dos

El país que dijo No

fotos: efe

Con el 99,64 por ciento de las mesas escrutadas, 37,4 por ciento de los colombianos aptos para votar lo hicieron, 50,23 por ciento por el No. Fue una participación similar a la que se vivió en la primera vuelta cuando la maquinaria y el clientelismo no jugaron un rol en la votación total.

Mientras el Gobierno esperaba una votación favorable al Acuerdo de 10 millones de votos y todas las encuestas (cuya credibilidad ha quedado nuevamente por el piso) le daban una ventaja al Sí de más de 20 puntos, el resultado fue totalmente decepcionante para los que añoraban con terminar ya el conflicto con las Farc.

Una primera conclusión de la votación es que hay un rechazo y una desconfianza muy profunda frente a las Farc. Es tan hondo que todos los manejos que se hicieron para lograr pasar los acuerdos y el umbral no dieron frutos: bajar el umbral, el show en la Habana y Cartagena, usar validadores internacionales y hasta condicionar la venida del Papa a que ganara el Sí.

Queda claro que sin un acuerdo político no hay un acuerdo de paz legítimo. En cierta forma le pasó lo mismo a Álvaro Uribe con la desmovilización de los paramilitares.

La segunda conclusión es que el país que menos ha sufrido el conflicto votó de manera muy diferente al país que más azotado ha sido por la violencia.

De los 81 municipios más afectados por el conflicto según la Fundación Pares, en 67 ganó el Sí y solo en 14 ganó el No.

Por ejemplo en Bojayá, Chocó, donde las Farc masacraron unas 100 personas, arrasó el Sí. Con 1.966 votos por el Sí contra 87 por el No. En el Cauca, uno de los departamentos más golpeados por las Farc, que ha destruido pueblos dos y tres veces, el Sí dobló al No y ganó en todos los municipios. En Tibú, otro sitio donde las Farc ha sido el mandamás, el Sí casi dobla al No. En cambio en Bucaramanga, donde nunca ha habido guerrilla, el No le ganó al Sí por más del 11 por ciento. En Bogotá si ganó el Sí por 12 por ciento, o más de 300 mil votos.

La distribución regional de los votos por el Sí coincidió con la votación por Juan Manuel Santos en la primera y segunda vuelta presidencial del 2014 cuando se impuso una coalición pro Acuerdo de Paz entre los partidos de la Unidad Nacional y la izquierda. Pero no en el caudal electoral.

Hay cinco excepciones. Tres donde ganó el candidato uribista en las presidenciales del 2014 y ahora ganó el Sí: Boyacá, Vichada y Amazonas. Y dos donde ocurrió lo contrario: Santander y Norte de Santander, lo que puede explicar la diferencia en contra del Sí.

Otra cosa que quedó clara en estas elecciones es que la maquinaria política –sin la ayuda de la mermelada- es incapaz de mover a sus bases.

En Barranquilla, menos de 150 mil votos tuvo el Sí, cien mil personas menos que en la segunda vuelta presidencial. Y votaron por el No, 108 mil personas, 23 mil más que los que votaron por Óscara Iván Zuluaga.

En Sahagún, el paraíso de la ñoñomanía, una noche antes de elecciones suele haber un desfile de gente por los comandos, de buses cuadrándose para el transporte; la gente ni duerme pensando en el líder que se puede voltear. Pero ayer no se vio nada de eso. Los mismos caciques auguraban que el resultado sería la mitad de lo que obtuvo Santos en primera vuelta, cuando los políticos tradicionales no movieron sus clientelas para “dejarse contar” y hacer que Santos les tuviera que comprar su apoyo.

Y tuvieron razón.

Las implicaciones 

La implicación más inmediata de esta votación es que no se podrá implementar el Acuerdo que llevaba a que las Farc desapareciera como guerrilla y comenzará a existir como partido político legal y actuando bajo las reglas de la democracia.

Es decir que no se le pone fin por ahora a un conflicto armado de 52 años, que –como lo ha dicho varias veces La Silla– ha dejado una estela larga de dolor y ha traumatizado la vida política del país.

Aunque el costo humano de este conflicto no se ha calculado con exactitud las cifras aproximadas dan una idea del sufrimiento: 13.001 víctimas de minas antipersonales, la mayoría de ellas sembradas por las Farc; 21.900 secuestrados, según el ex secuestrado y líder de víctimas de ese flagelo Herbin Hoyos; más de 3,500 niños reclutados, según el Informe Basta Ya de Memoria Histórica; decenas de pueblos destruidos, torres derribadas, oleoductos bombardeados; más de 30 mil campesinos despojados por las Farc, según los casos que ha recibido la Unidad de Restitución de Tierras.

Son 220 mil colombianos los que perdieron la vida entre 1958 y 2013 por cuenta del conflicto armado, según el informe de Memoria Histórica. Solo una fracción de ellos a manos de las Farc, pero la mayoría de los otros -los de los paramilitares, los de las fuerzas del Estado- también justificados en aras de su existencia.

No se pueden cuantificar las capturas masivas que injustamente se hicieron para encontrar a los supuestos auxiliadores de las Farc. Ni los torturados por las fuerzas de seguridad para sacar información que condujera a los guerrilleros. Ni las familias que se quebraron pagando un secuestro o que se rompieron porque no pudieron superar el trauma. Ni los que se enfermaron de la angustia ni los que en cambio de ser una cosa terminaron siendo otra por el odio, el miedo o incluso la ilusión que desencadenó en ellos la revolución fariana.

Por eso que los colombianos mayoritariamente hayan rechazado el Acuerdo que cerraba definitivamente este conflicto armado con las Farc es una noticia que sorprende a muchos colombianos y que sin duda será incomprensible para la comunidad internacional.

Su efecto inmediato es que los frentes guerrilleros que iban a llegar en los próximos días a las zonas donde se concentrarían durante máximo seis meses que duraba el proceso de dejación de armas ya no lo harán y quedarán en un limbo mientras se decanta lo sucedido.

Tampoco comenzará el trámite legislativo vía fast-track ni las facultades especiales para sacar las leyes y reformas legislativas necesarias para comenzar a implementar los acuerdos de paz.

Pero, sin duda, el mayor impacto es sobre la gobernabilidad de Juan Manuel Santos.


La gobernabilidad de Santos

El triunfo del No es una gran derrota para Juan Manuel Santos, que a partir de hoy queda con escasa gobernabilidad puesto que había puesto a su gobierno a girar alrededor de este acuerdo de paz y fue incapaz de convencer a los colombianos de su bondad.

Esto a pesar de haber conducido una negociación seria y juiciosa. Y de tener de su lado el respaldo no solo de todos los partidos salvo el Centro Democrático sino de cientos de organizaciones y movimientos sociales, de grandes medios como El Tiempo y Semana, de todos los cacaos, de todo el aparato estatal, hasta 16 alcaldes de grandes ciudades y 21 gobernadores haciéndole campaña de frente. Mejor dicho, de todos los factores de poder, menos Uribe.

Hace unos meses cuando en una entrevista de la BBC el periodista le preguntó qué pasaría si ganaba el No, Santos insinuó que renunciaría. Y esta posibilidad, sin duda, se pondrá a partir de hoy sobre el tapete.

Incluso si no se da este debate y no renuncia, su margen de maniobra a partir de este momento es muy limitado puesto que Santos puso todos los huevos en la canasta de la paz.

Su incapacidad demostrada de persuadir a los colombianos lo dejan ante la terrible decisión de tener que echar seis años de negociación por la borda, y además sin un plan B claro (están reunidos en este momento diseñandolo). Es el Brexit a la colombiana y él es hoy el David Cameron.

Su apuesta por convocar un plebiscito, que le sirvió inicialmente para abrirle un espacio a la negociación en una sociedad que lo había elegido para terminar de aniquilar militarmente a las Farc y también como herramienta de negociación frente a las Farc, no le salió y ahora tendrá que enfrentar las consecuencias. Que son impredecibles.

La más inmediata es que no podrá implementar los acuerdos. Es decir que las Farc no procederán a concentrarse ni se activará el acto legislativo para la paz que ponía en funcionamiento el sistema de fast-track.

Lo que viene después solo se sabrá en los próximos días cuando el Gobierno –que estaba totalmente confiado en que ganaría por lo menos con diez puntos de diferencia– supere el shock.

Cuando lo haga, estará entre dos presiones muy fuertes. Las del uribismo que seguramente reclamará un lugar privilegiado en la ‘renegociación’ de los acuerdos con unas Farc que insistió hasta el cansancio en que no había espacio para negociar una coma adicional. Y las de los movimientos y organizaciones sociales que presionarán para que no se eche por la borda la negociación.

Seguramente esto abrirá nuevamente el espacio para la convocatoria de una Asamblea Constituyente, un proceso que en todo caso tomará por lo menos un año.

Un año en el que la economía podría verse afectada por la incertidumbre política y por el desconcierto que causará la noticia en la comunidad internacional que ya se había jugado a favor del Sí.

Y un año en el que, para desgracia suya, Álvaro Uribe volverá a estar en el centro de las decisiones más importantes sobre el futuro del país.


Uribe no lo explica todo

El triunfo del No es una victoria para Álvaro Uribe, la cara más visible del No y quien logró darle un lenguaje y exacerbar el rechazo de los colombianos a las Farc y al Gobierno y al giro que le dio Juan Manuel Santos al curso de la Seguridad Democrática.

Pero quizás su popularidad no lo explique todo. Después de 52 años de infligir daño a la población, la gente le pasó la factura a las Farc, que salvo en las últimas horas no logró tener la humildad de pedir perdón a los colombianos y de comprometerse a reparar a las víctimas con su plata. No se puede hacer todo lo que se hizo y salir como si nada luego. Sus actos dejaron huella. Y en este momento no tendrán la excusa de la manipulación mediática para explicar este resultado puesto que en este caso la propaganda se puso a su favor.

Con 6.411.832 votos a favor del No, cualquier escenario futuro frente a las Farc pasará por Álvaro Uribe, sobre quien recaerá ahora en parte la responsabilidad de plantear cómo hacer la negociación del ‘mejor acuerdo’, que dijo que era posible si ganaba su opción.

También es la puerta que se abre para su regreso al poder en cuerpo ajeno (o propio si este No desemboca en la convocatoria de una Asamblea Constituyente donde se rebaraja todo, incluida la prohibición de la reelección).

Santos, entonces, es un gran perdedor en esta contienda. Pero no es el único ni el más perdedor. Lo son los miles de colombianos que viven en las zonas más afectadas por el conflicto y que votaron mayoritariamente por el Sí con la ilusión de que la Colombia urbana los pusiera a ellos como prioridad al momento de votar.

Pero quizás no todo está perdido. Quedó demostrado, una vez más, que en Colombia existe una democracia y que la Registraduría no es un apéndice del Gobierno. Más de 13 millones se interesaron por el destino del país sin que les pagaran por el voto. Incluso frente a los acuerdos, hay una ligera posibilidad de que se salve algo del esfuerzo. 

En diciembre de 1989, el gobierno Barco hundió la aprobación de los acuerdos con el M-19 porque le quisieron colgar la prohibición de la extradición y al M-19 y al Gobierno les tocó salvar el proceso aunque se hundieran los acuerdos.

Quizás con generosidad, creatividad y serenidad se logre salvar la oportunidad de la paz negociada ahora que las Farc, Álvaro Uribe y prácticamente todos los colombianos coinciden en que esa es la mejor salida para este país. De pronto se encuentre la fórmula.


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