Para el momento de publicación de esta nota, ya mucho se ha escrito sobre la marcha #NiUnaMenos del 13 de agosto, sobre su importancia, la cantidad de gente que fue y la posibilidad de que esta sea la manifestación pública más grande desde, por lo menos, los 4 Suyos con los que recuperamos la democracia allá por el 2000. Aquí solo se puede dar cuenta de las sensaciones y pequeños momentos vistos a lo largo de ella. Como por ejemplo, el hecho de que desde que la concentración gigante en el Campo de Marte se empezó a mover -a las 3:30 pm.- pasaron 3 horas y media hasta que la última persona terminó de entrar por la avenida Guzmán Blanco, primer punto de recorrido de la marcha. 3 horas y media de un mar de gente, que llenaba los 4 carriles de una avenida principal, fluyendo sin parar. Si eso no es apoteósico, nada lo es.
De arranque, el punto de concentración estaba copado. Antes del desplazamiento, era imposible caminar de un extremo de la marcha a otro debido a la cantidad de gente que había. La gran mayoría de las personas ahí eran mujeres. Era un buen lugar, eso sí, para observar cómo se iba juntando cada pequeño grupo, cada pequeña organización emplazada a atender a #NiUnaMenos. Como pequeños focos que iban cobrando vida, e iban inventando arengas para la marcha. Era interesante también, dentro de la concentración, sentir la emoción y la falta de conocimiento de las dinámicas de las manifestaciones que tenía mucha de la gente reunida. Sentir el verdadero poder de convocatoria de la marcha, que había animado a mucha gente a que vaya a una manifestación por primera vez en su vida.
Es por esto que no sorprendió que los primeros desplazamientos hayan sido poco ordenados. No ayudó, además, la presencia de sujetos que no respetaron el protocolo y, sin ninguna aunque sea pequeña noción de respeto, trataron de ubicarse a trompicones al frente de la marcha para ‘ganar puntos’ políticos, aplastando a las sobrevivientes y familiares de víctimas de feminicidio, a quienes se había asignado encabezar. Este pequeño traspié fue controlado al poco rato, mientras el flujo de gente se fue volviendo más continuo.
Mientras la gente se iba yendo a marchar se crearon más espacios para que los distintos grupos se sigan definiendo y para que, también, distintos colectivos artísticos tomen la plaza con ‘performances’ e intervenciones. Entre las arengas empoderadas y el espíritu festivo de la mayoría de los grupos y lo fuerte e indignante de la realidad sobre los feminicidios en el país que las ‘performances’ querían mostrar, la concentración de #NiUnaMenos fue un espacio que en pocos minutos te podía desbordar de alegría y llevar al borde de las lágrimas.
No es casualidad el hecho de que no hubo ningún partido o actor político tradicional organizando uno de los pocos momentos en los que nuestro país ha estado a la altura en la hora de afrontar sus responsabilidades históricas. La política tradicional y sus instituciones -que tienen la función de representarnos- son los que han vuelto necesaria esta marcha, por la impunidad que la corrupción y su machismo inherente causan. Y son los que, con sus declaraciones o ignorantes o malintencionadas, meten el dedo en la llaga de las víctimas de violencia de género (o sea, todas las mujeres del Perú, como nos hemos enterado muchos a partir del grupo de Facebook que se armó con esta marcha) una y otra vez.
Y es así como ingresó gente sin parar a la marcha por 3 horas y media. Y como, para llegar hasta el punto final -el Palacio de Justicia, que estuvo siempre recordado (“Poder judicial, verguenza nacional”), se tuvo que caminar 2 horas y media más. Entre grupos distritales (“¡Chalacas unidas, jamas seran vencidas!” y “¡San juan de Lurigancho presente!”), organizaciones estudiantiles, de sobrevivientes (“Ni un minuto de silencio por las compañeras caídas. Toda una vida de lucha”), instituciones públicas, grupos de barristas mujeres (“¡somos mujeres barristas, no somos delincuentes!”), y sus arengas.
El punto final del recorrido recibió a la marcha con unas banderolas gigantes desplegadas en su fachada que decían: “El Poder Judicial rechaza el maltrato a la mujer”. De sus portones salió un grupo de magistrados que saludó a las decenas de miles de personas que estaban fuera del Palacio reclamando justicia, pero que no permitió a Cindy Arlette Contreras y a Lady Guillen ingresar para una audiencia. Este espectáculo le pareció una gran burla a la mayoría de sus espectadores. A pesar de las sonrisas y las manos alzadas, los magistrados volvieron a sus premisos bañados en pifias y cuestionamientos. Un banner gigante no va a cambiar las cosas.
Una particularidad muy interesante de #NiUnaMenos es cómo esta diversidad de grupos y posturas, y esta falta de alineación a una lista de objetivos ‘concretos’ juega a su favor; a diferencia de la mayoría de protestas sociales y movimientos ‘de las redes a las calles’, que se suelen diluir por la ausencia de estos factores. El problema que atañe ha sido tan poco atendido, y afecta a tantas personas (a todos), que el plano común de indignación y repudio a la violencia e impunidad en el que estuvieron todos los que marcharon son combustible suficiente para ya estar generando cambios.
A pesar de este factor que juega en favor del movimiento, es necesario que el riesgo de que sea coactado (por aprovechadores políticos, por grupos, medios o instituciones que quieran introducir puntos no-feministas a la ‘agenda’) debe estar presente. Y se debe seguir con el debate. No por eso se debe dejar de celebrar lo logrado este sábado. "Dicen que las mujeres no saben luchar..." cantaron, sarcásticas, miles este sábado. Si algo demostraron, fue todo lo contario.
(Foto de Portada: Augusto Escribens/Lamula.pe)