Los seguidores de la literatura peruana no olvidaremos el primer semestre del 2016. En el futuro recordemos este periodo como uno de los más tristes porque perdimos, en menos de tres meses, a dos escritores nacionales: Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez

Anoche conocimos la noticia de que el autor -nacido en Piura en 1940- falleció a causa de un infarto, cuando estaba a días de cumplir 76 años. La editorial Penguin Random House -sello que publica sus libros- informó que su velatorio se realizará el jueves y viernes en la Casona de San Marcos.

Mucho se puede decir de este escritor que convirtió la Biblioteca Pública de su ciudad natal en un espacio personal, donde iluminado por los poderosos rayos solares del norte, leyó Crimen y Castigo de Fiódor Dostoyevski a los catorce años: "recuerdo que iba caminando por la avenida Grau de Piura y me desmayé en la calle. Pensé que podía ser un ataque de epilepsia al igual que le ocurre a Raskólnikov, protagonista de la novela", le reveló al periodista Jaime Cabrera Junco en una entrevista que se publicó en la revista Buensalvaje. 

El 'éxtasis' que sintió aquel adolescente no lo abandonaría nunca. Prueba de ello es la publicación de novelas fundamentales para la historia de nuestra literatura peruana, como Ese viejo saurio se retira (1969), La violencia del tiempo (1991) o Babel, el paraíso (1993).

El ensayo no le fue ajeno y son recordados, principalmente, La generación del 50: un mundo dividido (1988) y Celebración de la novela (1996). El primero de ellos despertó polémica y se le acusó de hacer una lectura puramente marxista. A su vez, lo criticaron duramente por haber mencionado a Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso.

 "Otra cosa que me enrostran siempre es decir que Guzmán era un intelectual: «¿Cómo va a ser intelectual ese terrorista?». Pero es un intelectual, un intelectual de partido. Ahora, que sea bueno, malo o mediocre es otra cosa, pero es un intelectual", le contestó al creador del portal Lee por Gusto. 

Precisamente, si existe una cualidad a destacar en Gutiérrez fue su frontalidad para exponer sus postulados políticos y literarios. En un medio cultural, donde muchos escritores se proclaman como 'incómodos', el narrador piurano se atrevió  a escribir sobre la violencia social y política que atravesaba nuestro país, sin ningún tipo de autocensura y sobre todo sin esconder su educación marxista, lo cual le granjeó la animadversión de muchos colegas que no quería juntarse con un autor zurdo. Quizás el problema era que Gutiérrez no era un izquierdista de café. Era un hombre que viajó por el Perú y conocía nuestras contradicciones como país a partir de su propia experiencia. Tan es así que sus personajes de La violencia del tiempo podían incomodar a los dos lados del espectro político. 

" [...] la historia está llena de violencia, es casi una dimensión del ser humano y de la historia. La cuestión es que lean la novela misma… a ver, díganme si le hubiera gustado a (Abimael) Guzmán el personaje de Primorosa Villar, la visión del padre Azcárate, el retrato de los personajes campesinos, quienes eran políticamente incorrectos, etcétera. Allí hay que ver, no simplemente la violencia, que, además, es un concepto tan grande".

Esto último, sin embargo, no lo alejó de sus preocupaciones históricas porque, ante todo, fue un narrador. Él mismo señaló que, en una etapa de su vida, se vio ante una disyuntiva.

"Hubo un momento en que debía elegir entre la novela o el camino de la revolución, bueno, para decirlo metafóricamente había que elegir entre Marx y Cervantes y elegí a Cervantes, pero no quiere decir que renuncie a mis preocupaciones de tipo social y político, que siguen siendo pero ya no de tipo partidarista, orientado dentro de una línea política, me mantengo dentro del campo de la izquierda", dijo en una entrevista hecha por Alfredo Herrera

Éste, tal vez, sea el legado más importante de Miguel Gutiérrez. Recordarnos que un escritor no es un habitante de un planeta lejano, sino un ser humano, partícipe de los eventos históricos que se suceden durante su tiempo de vida. Que uno debe ser honesto consigo mismo y no esconderse bajo una falsa imparcialidad.

[Foto de portada: Bereniz Tello]

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