El perfil sobre Máxima Acuña que esta semana ganó el Premio Ortega y Gasset que entrega cada año el diario El País a los mejores trabajos periodísticos escritos en español, fue catalogado por el jurado como “una historia local que se hace universal”. Pero la primera versión que entregó Joseph Zárate (29) a los editores de la revista Etiqueta Verde tuvo un veredicto distinto: "No vuelvas a hacerte esto. Es una mierda", recuerda Zárate que le dijeron.
‘La Dama de la Laguna Azul versus la Laguna Negra’, cuenta la historia de Máxima Acuña, la campesina que habita frente al lago que el Gobierno y la empresa minera Yanacocha quieren convertir en depósito de desechos tóxicos. Detrás del texto hubo tres meses de trabajo, dos semanas de convivencia y ocho versiones del texto. “Si digo que esto es gracias a un trabajo en equipo puede que suene a lugar común, pero me refiero a un diálogo constante”, explica Zárate. “Hoy no hay editores con todas sus letras. Hay los que te tocan las comas, pero no los que te discuten la idea y el sentido de un texto”.
Ya en el 2015, el perfil sobre el líder amazónico Edwin Chota -’El hombre que eligió el bosque y lo asesinaron’- lo había hecho arañar el mismo premio en la recta final. La trilogía que produjo la revista sobre los defensores nacionales del medio ambiente, que incluyó también a la lideresa asháninka Ruth Buendía -’Ruth Buendía, La guardiana de la amazonía [no puede dedicarse a su jardín]’-, se apropió de la distinción con la insistencia. Con la insistencia, como dice el autor, de comprender una historia de la que todos hablaban pero a la que nadie se acercaba.
- Cuando publican la historia de Máxima Acuña ya todos los medios habían hablado de ella e informado sobre los enfrentamientos entre ella y la minera Yanacocha. ¿Por qué volver sobre esa historia?
Me enteré de la historia por el año 2012 y lo primero que me causó fue indignación, la reacción normal cuando uno ve a alguien aparentemente débil, aparentemente invisible, enfrentarse con algo tan poderoso. Pero en ese entonces yo era editor de una revista de vida social y no tenía el espacio ni el tiempo ni los recursos para poder hacer esa historia. Cuando regreso a Etiqueta Negra propuse la historia. Ya había mucha información pero sentía que no había conocimiento. Sabías que era una señora que se enfrentaba a la minera, que le habían puesto un juicio, que lo había perdido y que lo había apelado. Pero hacía falta corroborar quién era ella.
Algunos periodistas desde Lima, desde sus escritorios, llaman y preguntan qué ha pasado. Y así diez periodistas más. Pero la realidad de ellos sigue igual. Nuestros primeros contactos fueron su abogada y su hija, pero la hija no quería hablar conmigo porque ya estaba harta. ¿Qué ganaba ella con que yo la entrevistara? Tuve que convencerla de que la historia me interesaba al punto que iba a ir con mi plata para escucharla y ver cómo vive. La llamé durante dos semanas una y otra vez. Le envié incluso otros textos que había escrito para que entendiera a qué me refería.
- ¿Cuán distinta era la Máxima Acuña que conocías por los medios y la que llegaste a conocer en Cajamarca?
Tienes los medios que la satanizan y dicen que ella se quiere aprovechar de la mina, que se hace la pobrecita o que está manipulada por las ONG que quieren sacar plata a las mineras. Y también están los medios vinculados a organizaciones de medio ambiente que tienen el discurso que cree por el solo hecho de ser campesina es buena o que la ennoblecen de una manera exagerada. Lo mío, más que tratar de unirme a alguno de los dos coros, se trataba de ver por mí mismo y conocerla realmente.
Allá ya no conoces a la Máxima estereotipada cándida o antiminera, sino una persona con pasiones, con miedos, con una visión del mundo muy distinta a la nuestra, una persona compleja, ni blanco ni negro, un ser humano pues. Una persona que a su perro le pone el nombre del policía que quemó su choza. Ese es un humor negro muy fino. Esa es una persona, no una caricatura de los medios.
- Antes de esa historia habían publicado otra de Ruth Buendía y otra de Edwin Chota. ¿Qué elemento en común crees que hay en ellos más allá de sus luchas?
Desde el 2012 más o menos me han interesado estos temas por una razón más personal. Mi familia es de migrantes amazónicos. Mi abuela es una mujer indígena y nació en una canoa en Belén. Pero desde que llegó a Lima, debido a la inferioridad con que se los mira, se empezó a avergonzar de eso. Como era guapa la invitaban a las fiestas de la FAP y poco a poco fue tapando su identidad de indígena y adoptó las formas de las esposas de los oficiales. Quiero escribir esa historia a la que he llegado por lo trabajos que me han tocado en los últimos años y que me han hecho preguntarme por mis orígenes. Lo que me pregunto ahora es por qué estas personas, a diferencia de mi abuela, decidieron reivindicar su identidad.
Ellos se enfrentan a grandes poderes de su entorno, pero también liberan una lucha dentro de ellos mismos para autoafirmar su identidad, para descubrir quiénes son ellos y cuál es su lugar en el mundo. Edwin Chota, por ejemplo, no era indígena ni siquera. Era un electricista que decidió adoptar esa identidad. A nadie se le ocurrió llamar a los familiares que tiene en Ancón y preguntarles quién era este señor. La información está ahí, pero no la vemos. No. La realidad es que muchas veces no nos interesa. Lo primero que descubrí fue que no era asháninka. Eso es noticia en cualquier lado. Pero lo que nos interesó a nosotros fue entender cómo un hombre se reinventa, cómo se hace a sí mismo un hombre valiente.- Un día antes que se anunciara el Ortega y Gasset, Máxima Acuña ganó el premio Goldman. En el texto sobre Ruth Buendía cuentas cómo ella fue aclamada en el extranjero por el mismo premio y cómo cuando regresa a su comunidad nadie entiende la importancia del premio. ¿Cuál crees que es el significado real de estos premios para ellos?
- Eso fue gracioso y triste. En el caso de Ruth Buendía significó que le dio visibilidad a su lucha, porque un premio así, primero, le da visibilidad a su agenda y, segundo, ese dinero entra muy bien para poder comprar otro motor para el bote que tienen y que se para malogrando. Y ella es pobre. Ella vivía en un cuarto alquilado. Pero un cuarto que había sido una tienda, que tenía una puerta metálica de las que se bajan. Ahí vivía con su marido y con sus hijos. Ella dijo que la mitad de ese dinero lo iba a utilizar para educar a sus hijos.
- Entrevistaste a más de 25 personas para el texto de Máxima Acuña. Hay muchas fuentes que hablan sobre ella, pero son muy pocas, si no es solo una, las que hablan por la empresa. ¿Cuán difícil es tomar una postura en temas como estos que crean bandos fácilmente?
- Si bien es cierto que en la nota aparecen pocos, yo hablé con tres ejecutivos: el director de comunicaciones, el de asuntos legales y el de asuntos externos. Son cargos de oficiales dentro de la corporación. No puedes hablar con muchos más porque tienen sus voceros. Cito a dos, pero hablé con tres. Uno no quiso aparecer. El perfil era de Máxima, no de Yanacocha ni de la situación. Igual a mi no solo me interesa contar la historia, sino ofrecer mi mirada sobre esa historia. Por eso firmo mis notas. Y como toda mirada y punto de vista, también es incompleta. Mi objetivo no es saber si Máxima o Yanacocha son dueños de los terrenos. Mi objetivo es comprender el choque de esas dos visiones del desarrollo, del progreso. El trabajo que ha hecho toda la revista no es solo para escribir una historia bien contada, es un trabajo para que la gente sea menos indiferente, que las saque de un lugar y las ponga en otro, que termine el texto con preguntas, que no vea igual un anillo de oro, que no vea igual una bolsa de plástico tirada en el mar.
- Una de las frases que los medios más han citado es la pregunta que abre el texto sobre si vale más el oro de todo un país que la tierra y el agua de una familia. ¿Ya tienes una respuesta para eso?
Yo me pregunto si vale la pena extraer el oro.
Foto de portada: © FOTO: Adrián Portugal / LaMula.pe
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