A veces, en el Perú, es difícil estar convencida de que es razonable exigir un gobierno democrático, que luche contra la corrupción en vez de ejercerla, que no viole los derechos humanos de sus ciudadanos ni obligue a las mujeres a hacer cosas que no quieren con sus cuerpos. A veces es casi tentador pensar que somos un grupito, una burbuja de caviares influenciados por ideas extranjeras de una modernidad imposible en nuestro país. A veces, incluso, parece que sería más fácil dejarlo todo en manos de una mayoría que, en aparente democracia, haga lo que quiera con nuestros recursos, con los cuerpos de quienes decidan o tengan que quedarse.
Hoy, 5 de abril, no es uno de esos días. Recordando ese día infame de 1992 en que demasiados observaron sin levantarse cómo un grupo de corruptos se apropiaba del estado peruano; recordando el momento en que el fujimorismo reveló su verdadera cara para no volverla a ocultar sino demasiado torpemente hasta ahora; recordando el verdadero inicio de un régimen que ordenó la esterilización forzada de cientos de miles de mujeres peruanas: el recuerdo de nuestra atrocidad hace que hoy, 5 de abril de 2016, cuarenta mil peruanos en Lima sepamos que no estamos locos, que no estamos solos, que no es solo nuestro barrio, nuestra universidad o nuestra familia la que detesta el crimen organizado que es el fujimorismo.
Tras una concentración en la plaza San Martín, emblemática de las manifestaciones y marchas contra la corrupción, la marcha contra el regreso de la familia Fujimori y sus compinches al gobierno central peruano salió a las seis y media de la tarde a recorrer el centro de Lima. A la cabeza iban las mujeres víctimas de la esterilización forzada fujimorista y sus aliadas, gritando la consigna símbolo de esta campaña contra el fujimorismo: “¡somos las hijas de las campesinas que no pudiste esterilizar!”.
Este, liderado por la Coordinadora Nacional de los Derechos Humanos, era uno de los pocos grupos grandes que se notaba organizado en la marcha de decenas de miles de personas: aparte de las universidades, ONGs y organizaciones sindicalistas, la mayor parte de la gente había ido por su cuenta, con amigos o compañeros en grupos pequeños. Aunque esto implica, en cierta medida, el sacrificio del orden y la disciplina para gritar consignas y formar cuerpo, también significa que muchos de los que estaban hoy en la plaza San Martín no marchan por costumbre ni tradición, sino por un sentido de urgencia ante la situación política actual.
Entre quienes sí tienen la costumbre de asistir a las marchas, estaba el grupo de teatro Yuyachkani con sus características máscaras de personajes fujimoristas, la comunidad LGBT con sus banderas de arcoíris, los sindicatos de construcción con sus banderas altas sujetas a cañas y los siempre desubicados reservistas arengando por la liberación de Antauro Humala. Además, estaban ahí varios de los personajes que nunca faltan cuando la democracia llama: Rocío Silva Santisteban, Susana Villarán, Gustavo Gorriti, Paola Ugaz, decenas y decenas de fotógrafos en cuyas fotos uno espera encontrarse a sí mismo al día siguiente y, por alguna extraña razón, Daniel Urresti, Anel Townsend y Fernando Olivera, disfrutando de sus cinco minutos de fama.
Los demás éramos nosotros, un grupo elástico de miles de personas de todas las edades, profesiones y convicciones, avanzando por la avenida Alfonso Ugarte, el Paseo Colón, el Parque Universitario, preguntándonos por el significado de arengas extrañas (“¿si somos mayoría, cómo estás arriba”?), por las implicancias morales de insultar a Fujimori diciéndole “china rata”, por la necesidad de traer a 3500 policías a una marcha que todos sabíamos que iba a ser pacífica.
En última instancia, la marcha contra Keiko Fujimori y el retorno de su partido al poder en el Perú es, como gritaban algunas consignas, una respuesta a las encuestadoras y los titulares diseñados para meter terror del monopolio de la prensa peruana: quizá hay un 35% que quiere votar por Keiko, y otro 15 que votará por su aliado PPK, e incluso un 10% más que se inclina por retrógradas como Alan García o Miguel Hilario (?), pero el 40% restante somos una fuerza que ellos cometen una y otra vez el error de menospreciar.
Somos suficientes para tomar el Centro de Lima, para tomar el centro de Cajamarca y el de Arequipa; somos suficientes para asustar tanto a las fujirratas que empiezan a invertir en falsas sospechas de golpes de estado; somos suficientes para que el recelo contra los Fujimori y todo lo que toquen no sea una actitud paranoica o exagerada sino una preocupación internacional. Somos, en suma, suficientes para darles la vuelta a las elecciones y conseguir que este 28 de julio Keiko Fujimori esté metida en alguno de sus huecos de roedor, lo más lejos que pueda de Palacio de Gobierno.
[Foto de portada: Adrián Portugal / LaMula.pe]
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