Una columna de opinión y la llegada de un nuevo editor activan las alarmas en el diario The Globe, de Boston: una serie de denuncias por violación de menores de parte de curas católicos ha pasado desapercibida, y hay quienes afirman que el cardenal de Boston se está haciendo de la vista gorda. Marty Baron (Liev Schreiber), el primer editor en jefe judío del Globe, le asigna la tarea de averiguar qué está pasando a la unidad de investigación del periódico, llamada Spotlight y conformada por cuatro periodistas cuyo líder es ‘Robby’ Robinson (Michael Keaton). Durante los meses siguientes los investigadores encuentran evidencia cada vez más contundente y que llega a rangos cada vez más altos en la jerarquía eclesiástica, finalmente publicando un trabajo que les valdría el premio Pulitzer en 2003. 

Esta es la investigación en el corazón de Spotlight, un drama dirigido por Thomas McCarthy y nominado a seis premios Oscar: Mejor película, Mejor actor, Mejor actriz y actor de reparto, Mejor edición y Mejor guion. Definitivamente, una de las principales cualidades de Spotlight es su elenco: Michael Keaton continúa el renacimiento magistral que inició el año pasado con Birdman, y su trabajo se complementa con actuaciones escuetas pero por momentos brutales de parte de Schreiber, Stanley Tucci y los nominados al Oscar Rachel McAdams y Mark Ruffalo. A lo largo de la película, en el ambiente constante de la redacción del Globe, son los actores quienes sacan a la luz la frustración con el silencio profesional que deben seguir los periodistas para cuidar una historia, aunque eso signifique permitir que los crímenes sigan sucediendo sin hacer nada al respecto.

Sin embargo, lo que convierte a Spotlight en una fuerte contendiente para ser la mejor película de Hollywood de 2015 es el enfoque dramático y cinematográfico que McCarthy sigue con un rigor extraordinario. El director y coescritor (junto a Josh Singer) ha tomado la riesgosa decisión de seguir al pie de la letra la indicación del título de su película: su único eje narrativo es la unidad de investigación y su relación con el periódico, dejando de lado todo el melodrama y, especialmente, toda la sordidez que implicaría aproximarse explícitamente a las violaciones que están investigando.

Lo que sí vemos en la pantalla son las discusiones políticas, el cinismo de los abogados y el escepticismo de los periodistas que se va disolviendo a medida que desenmarañan la red de impedimentos burocráticos y religiosos impuestos por la iglesia católica. Estos procesos, que en la vida real son tediosos pero cuya ejecución en Spotlight es la razón para su nominación a la Mejor edición, sumados a la episódica aparición de sobrevivientes de las violaciones, que describen las escenas con dolor pero sin dramas innecesarios, permiten que tanto los personajes de la película como los espectadores se hagan poco a poco una idea de la magnitud del caso. Como resultado, Spotlight es un drama angustiante y descorazonador en el que lo que más queda en claro es que, para detener el comportamiento de los curas, no hace falta más que una sencilla pero aparentemente imposible tarea: conseguir que la iglesia, la ley y la sociedad tengan la voluntad de castigar los perpetradores.

En cambio, lo que obtiene la investigación de los periodistas de Spotlight -además del prestigioso Pulitzer- es que solamente cinco de los curas pederastas (existe evidencia sobre por lo menos setenta) vayan a la cárcel, mientras la iglesia católica se vio obligada a pagar unos 100 millones de dólares en indemnizaciones a las víctimas. Mientras tanto, acusado de haber barrido decenas de casos bajo la alfombra, incluyendo el John Geoghan, que abusó de unos 130 niños mientras sus superiores lo cambiaban de una parroquia a otra, el cardenal Bernard Law renunció a su trabajo en Boston, solo para ser convocado por el papa Juan Pablo II para trabajar en el Vaticano hasta su retiro en 2011.

No es difícil ver el paralelo entre este procedimiento eclesiástico y el que le tocó al líder del Sodalicio, Luis Fernando Figari, tras la publicación de la investigación Mitad monjes, mitad soldados, en la que se revelaban testimonios de personas que habían sido abusadas física y psicológicamente por los miembros del Sodalicio durante su infancia. Figari, que a diferencia de Law era directamente acusado de abuso sexual, fue convocado a Roma y se encuentra en una ‘casa de retiro’. Más que nada, esta es otra prueba de que el punto principal de Spotlight -que no sirve de nada sacar los casos a la luz si no hay voluntad política de parte de la iglesia y la sociedad para hacer algo al respecto- da en el clavo.

En cuanto a sus posibilidades en los Oscar, Spotlight ha quedado en un año difícil: aunque su potencial como Mejor película definitivamente es bueno, se enfrenta a la competencia directa de The Revenant y The Big Short. Su nominación en Mejor edición es merecida, pero no tiene chance frente a obras maestras como Mad Max: Fury Road o, una vez más, The Big Short. En cuanto a los actores, las categorías de Keaton, Ruffalo y McAdams les pertenecen a Leonardo DiCaprio, Sylvester Stallone y Alicia Vikander, respectivamente.

Quizá su único Oscar seguro, y el que más se merece, sea el de Mejor guion gracias al implacable rigor narrativo de McCarthy y Singer, que convierten a Spotlight en una película tan entretenida como difícil de ver: al final, uno siente que ha asistido a la investigación de la investigación, pero lo ha hecho con los brazos cruzados de la misma forma en que millones de personas van a misa todas las semanas para seguir cruzando los brazos.


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