Pudieron haberlo previsto: apenas unas horas después del anuncio de los nominados para los premios Oscar, el jueves pasado, la Academia estadounidense de las Artes y las Ciencias Cinematográficas recibió una tormenta de fuego de críticas contra su lista blanquísima de nominados. Por segundo año consecutivo, todos los nominados en las categorías de actuación son blancos, y este año además sucede lo mismo en la categoría de dirección y en las temáticas de las películas nominadas para los premios más importantes.
La Academia intenta sistemáticamente suplir la falta de diversidad en los premios propiamente dichos contratando a anfitriones diversos: en 2014 y 2015 trabajó con dos homosexuales (Ellen Degeneres y Neil Patrick Harris) y este año el anfitrión será el comediante afroamericano Chris Rock. Como recalcó Jada Pinkett Smith hace unos días, a la gente de color se le permite entregar estatuillas y hasta entretener a los asistentes, pero no entrar en la competencia real.
En 2015, como protesta, se creó el hashtag #OscarsSoWhite, pero solo lo usaron críticos y televidentes indignados. Esta vez, dado que las protestas del año pasado no hicieron mella, se unieron a las críticas varias celebridades, llamando a un boicot contra la ceremonia de entrega, que se realizará el 28 de febrero. Entre los famosos que se han pronunciado están Will Smith y su esposa, Jada Pinkett Smith, Spike Lee y George Clooney.
Dándose cuenta del desastre de relaciones públicas que se había generado (y de que no aguantarían cinco semanas más de lo mismo hasta la ceremonia), hoy se reunió la Junta de Gobernadores de la Academia y votó por unanimidad para hacer algunos cambios. El objetivo, según anunció la presidenta Cheryl Boone Isaacs, es que en 2020 se haya duplicado el número de personas de color y de mujeres entre los votantes de la Academia.
Para conseguirlo, el cambio fundamental será que, en vez de otorgar membresías de por vida a los trabajadores de la industria (que son quienes votan tanto para las nominaciones como para los premios), la Academia hará una evaluación de cuánto está trabajando cada miembro cada diez años para decidir si renovar o no su membresía. Esta medida también se aplicará retroactivamente a los miembros actuales, evaluando si han trabajado durante los últimos diez años. De no ser así, su membresía pasará a ser emérita, de forma que no tendrán derecho a voto, pero sí a todos los demás privilegios de la Academia (suponemos que esto significa que todavía los invitarán a las fiestas).
Además, y quizá esta es la medida más interesante, la Academia sumará al proceso actual de admisión de miembros, que consiste en ser patrocinado por alguien que ya esté dentro del club, una campaña de búsqueda y reclutamiento a nivel global.
Estas medidas deben ayudar no solo a diversificar la demografía étnica y de género de los votantes, sino también a darle un nuevo espíritu de juventud a la Academia: el promedio actual de edad de los votantes es de 63 años. Además, el 96% son blancos y el 76% son hombres. Si quienes deciden lo que es nuevo y bueno son una sarta de hombres blancos y, para colmo, viejos, es fácil entender cómo una película tan conservadora como American Sniper fue un éxito en las nominaciones del año pasado.
En todo caso, y aunque la Academia esperó el momento en que era absolutamente imposible no hacer nada (porque a este paso se iban a quedar con un corte inaceptable de televidentes el día de la ceremonia), este es un paso revolucionario y sin precedentes para hacer de los Oscar, que son un reflejo de Hollywood, un lugar más diverso.
Ahora, falta que la industria de Hollywood misma abra más puertas para las mujeres y para los actores y creadores que no son blancos, pero este es un buen primer cambio que promete un futuro más interesante para el cine estadounidense.
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