“Yo soy un hombre de honor”, le dijo firmemente Valentín Paniagua Corazao –a través del hilo telefónico- al periodista Nicolás Lúcar. Y lo hizo en vivo y en directo ante millones de peruanos y por una sola razón: porque no soportó que se le asociara a la corrupción.
Cuando el político cusqueño dio estas declaraciones, el periodista había propalado un reportaje donde un supuesto exguardespaldas de Vladimiro Montesinos lo acusaba de haber recibido US$ 30,000 de parte de Alberto Venero –testaferro del ‘Doc’- para su campaña electoral que lo había llevado al Congreso en el año 2000.
Ese día -21 de enero del 2001- estaba sentado al costado de mi padre siendo testigo de un hecho insólito. Un hecho que, teniendo como antecedente la historia reciente de la política peruana, podría catalogarse como un episodio de ciencia ficción: un presidente de la República llamaba a un periodista para hacerle ‘ascos’ a los corruptos y a los bribones. Y 12 días antes, había cumplido 14 años con el ánimo rebelde pero nihilista de quien ha crecido en la década de los 90. La década de la infamia.
Aquella noche de verano, Paniagua, sin saberlo, me dio una patada en toda mi decepción. Y lo hizo con su firme voz y pequeña estatura. A diferencia de otros políticos, él no necesitó transformarse en un locuaz actor con una colección de sofismas bajo el brazo. No. El popular ‘Chaparrón’ usó la razón y la inteligencia. Y claro, con ambas armas, fue muy fácil tirarse abajo un programa de la televisión peruana.
Nataly Jara (28 años), estudiante de postgrado de Cooperación Internacional en Corea de Sur, recuerda así al expresidente y, claro, su respuesta a Lúcar:
"Mi primera impresión fue de alivio porque odiaba a Fujimori por corrupto y me pareció muy bien que alguien tan respetado como Paniagua asumiera el poder [...] Cuando escuché la respuesta a Lúcar, pensé: ¡qué maestro!"
La firmeza de Paniagua llegó al Congreso de manera soterrada. En las elecciones del 2000 tuvo una votación modesta pero que le alcanzó para ganar una curul. Y es que, en el Perú, la honestidad se aplaude pero casi nunca se vota. Esa es la verdad. No obstante, la historia se enfrentaría a la matemática para ‘desagraviar’ a don Valentín. Y lo hizo, como tantas otras veces, a través de la cobardía de los que no quieren enfrentar a la justicia.

paniagua es elegido presidente del congreso, poco después asumiría la primera magistratura.
El 22 de noviembre del 2000, luego de que el Congreso rechazara la renuncia e inhabilitara -por incapacidad moral- a Alberto Fujimori, Paniagua fue investido, como presidente de la República. Su misión principal: liderar el gobierno de transición y a su vez desmontar un aparato de corrupción que había generado el descrédito de la clase política (y que dura hasta el día hoy).
Aunque hayan pasado 15 años, aún es muy pronto para saber con claridad el sitio que ocupa Paniagua en la historia peruana. Por supuesto, tampoco vamos caer en la santificación ‘post-mortem’.
¿Debió reformar con mayor profundidad el capítulo económico de la Constitución? Las penas contra el terrorismo, ¿debieron endurecerse aún más? ¿Debieron seleccionarse a otras personas para integrar la Comisión de la Verdad y Reconciliación? Todas estas interrogantes son pertinentes para entender mejor nuestra propia historia. Y esa fue otra virtud del gobierno de transición: traer el debate público de vuelta.
Para quienes nacimos en la segunda mitad década de los 80, el líder acciopopulista representó una pequeña heroicidad que alumbró la oscura mediocridad de la politiquería. Es cierto. Hoy la coyuntura nos golpea en la cara. Nuestras opciones para la Presidencia, en su mayoría, más allá del espectro ideológico, dejan mucho que desear. Entonces, indaguemos en las causas. Quizás sea porque nos olvidamos de una de las lecciones que nos dejó Paniagua: "No hay tarea histórica que no sea obra colectiva. No es verdad que yo o solo el Poder Ejecutivo ha hecho posible este tránsito exitoso. Es obra que a todos nos corresponde".
¿Qué estamos esperando?
[Foto de portada: Andina]
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