Seis jóvenes hombres homosexuales se reúnen para dar cuenta de su experiencia de infancia y juventud en una sociedad que tiene la heterosexualidad como norma. Durante el proceso de apertura, los seis coinciden en encontrar en la figura de la madre un apoyo, un lugar seguro para resistir a la adversidad del mundo exterior. A través de anécdotas, música y acciones simbólicas, el elenco de Un monstruo bajo mi cama refleja un paisaje social familiar para todo aquel que no se ha ubicado en el extremo heterosexual del espectro.
Un monstruo bajo mi cama es una obra de teatro testimonial, género que se ha extendido en la escena teatral limeña a partir, sobre todo, de Criadero, de Mariana de Althaus. De Althaus realizó, primero, una obra de mujeres que hablaban de la maternidad -Criadero- y, luego, una de hombres que hablaban de la paternidad -Padre Nuestro-. Sebastián Rubio, por su parte, llevó un concepto similar al de de Althaus al ámbito político con Proyecto 1980/2000 innovando, además, al trabajar con cinco personas que no se dedicaban a la actuación pero estaban dispuestas a narrar sus experiencias relacionadas al Conflicto Armado Interno.
El mismo Rubio, con el colectivo No tengo miedo, que también produce Un monstruo bajo mi cama, presentó en 2014 Desde afuera, un proyecto escénico que presentaba a cinco personas que se identifican cada uno con una etiqueta distinta en el mundo no heterosexual. Desde afuera fue co-dirigido por Rubio y Gabriel de la Cruz, quien ahora presenta Un monstruo bajo mi cama.
Lo más interesante de la aproximación de de la Cruz a la experiencia de un chico gay en la sociedad limeña es el humor que consigue al exponer los prejuicios y la ignorancia respecto a la comunidad no heterosexual. De la Cruz demuestra una aguda percepción de la realidad al establecer el contraste entre la ligereza con la que, por ejemplo, uno de los actores cuenta cómo su madre le ofreció hacer polladas para pagarle una operación de cambio de sexo que asumió que él quería y la dureza de los comentarios en las redes sociales proyectados al fondo del escenario que revelan violentos insultos contra una forma de vida que aún asusta a muchos.
Así, la puesta en escena le permite al espectador reírse y sentir algo de ternura por las experiencias de estos chicos más o menos afortunados, pero no olvidarse del trasfondo limeño, que sigue siendo conservador y hostil. Aunque la representación de ese conservadurismo y hostilidad está en constante peligro de caer en una retórica demasiado anecdótica, Un monstruo bajo mi cama tiene momentos de genuina crítica política, resumidos en una versión hilarante de la congresista más detestable de la República del Perú personificada como villana de telenovela.
A pesar de su honestidad, o quizá por una excesiva atención a la honestidad, Un monstruo bajo mi cama termina por sacrificar el esfuerzo dramatúrgico para resaltar la identificación de jóvenes que se han visto en situaciones similares a las de los protagonistas. Estos -y de la Cruz- parecen no darse cuenta de que, a pesar de las detalladas anécdotas, sus historias son en realidad parecidas entre sí. Da la impresión, entonces, de que Un monstruo bajo mi cama es una proyecto demasiado personal -de la Cruz también es joven y homousexual, también creció solo con su madre-, y de que nadie ha dado un paso atrás para darse cuenta de que donde hay seis personajes tranquilamente podría haber tres.
Prescindir de dos o tres de los chicos habría ayudado, también, a prestar más atención a algo que solo uno de ellos, Orlando Sosa, llega a poner sobre la mesa: la intersección de luchas con las que se encuentra cualquiera que sale de su zona de confort para defender sus derechos. Sosa pone en evidencia no solo la lucha por la inclusión de la comunidad no heterosexual, sino la de la comunidad afro peruana, el feminismo y la imagen corporal.
Así, Un monstruo bajo mi cama es una obra que consigue una fuerte identificación con un sector del público -cualquier persona no heterosexual y su familia-, pero no está diseñada para apelar dramática y artísticamente al público en general. Es, pues, una obra de lucha y de celebración de una identidad y, como tal, tiene una fuerza emocional más bien sobrecogedora.
Temporada: del 3 al 13 de abril de 2015
Lugar: Auditorio AFP Integra del Museo de Arte de Lima - MALI (Paseo Colón 125, Parque de la Exposición, Lima 1)
Dirección: Gabriel De La Cruz Soler
En escena: Mariano Amézaga, Jose Carlos Goytizolo, Henry Huere, Jonathan Rojas, Orlando Sosa y Fernando Villena.
Funciones: viernes, sábados y lunes a las 8:00 p.m. Domingos a las 7:00 p.m.
General S/. 30 | Jubilados, estudiantes y amigos del MALI* S/. 15 | Viernes y lunes populares*: S/. 15 | Atrápalo: S/. 20 (solo para sábados y domingos, 20 entradas por función)
*Las tarifas reducidas solo serán efectivas en la boletería del MALI.
**La obra es recomendada para mayores de 14 años.
Notas relacionadas en lamula.pe:
Regina Alcóver:"Hacer teatro también es una forma de curar"