Alexander Soros es un hombre afortunado. Su apellido cuenta una parte de la historia: Alexander es uno de los hijos menores del afamado financista George Soros, y George Soros es uno de los hombres más ricos del mundo. Alexander, que bordea los 30 años de edad, ha nacido en aquella proverbial cuna de oro, y es difícil imaginar un futuro en el que no tenga a su disposición ingentes capitales, y el enorme poder que ellos conllevan.
Pero la medida de una persona no es su fortuna -en cualquiera de los dos sentidos del término-, sino lo que hace con ella. Y esto es lo que Alexander Soros está haciendo en estos días: ha venido al Perú, junto a una delegación de Global Witness y la fundación Rainforest, para visitar la comunidad ashéninka de Saweto, en la región Ucayali.
Soros en Saweto
La Fundación Alexander Soros, establecida en 2012 para canalizar los esfuerzos de su fundador como activista ambiental y de causas políticas, otorgó el año pasado su premio anual a cuatro dirigentes ashéninkas asesinados por madereros ilegales: Leoncio Quincima Melendez, Jorge Ríos Perez, Francisco Pineda y Edwin Chota Valera. A recibir el premio en Nueva York viajó Diana Ríos, hija de Jorge, y el evento fue cubierto por la prensa global. Ahí, nos cuenta Soros, Diana lo invitó personalmente a visitar la comunidad, y él asumió el compromiso.
"Lo sucedido en Saweto está precisamente en la intersección de los temas ambientales y los derechos humanos, algo que a mí me interesa visibilizar", dice Soros explicando la concesión del premio. "Para muchas personas, lamentablemente, el ambientalismo es un concepto muy abstracto, algo a lo que no se le puede poner un rostro que no sea el de Leonardo di Caprio o Al Gore. Ellos han hecho mucho por el movimiento, pero los rostros de Saweto son otros".
Saweto y sus mártires saltaron a las primeras planas peruanas y a la conciencia mundial el año pasado tras el asesinato de los cuatro dirigentes. Sus nombres y el de su pueblo se han vuelto símbolos de la lucha de las comunidades indígenas de la amazonía por proteger sus tierras y su medio ambiente (que es el nuestro), en medio de una extrema pobreza, la desidia e injusticia del Estado y la carencia de cualquier otro recurso que no sea su propia tenacidad y su valor. Una realidad que llevó a Global Witness a titular su más reciente reporte sobre los derechos ambientales en el Perú de esta manera: "Un ambiente mortal".
Lo que ha visto ahí, nos dice también Soros, ha sido en parte una revelación, y le ha dado algunas esperanzas. "Ya desde el helicóptero en el que partimos de Pucallpa me sorprendió ver cuán prístinas se mantienen todavía amplias extensiones de la Amazonía. No quiero restarle importancia al efecto que tiene la extracción de madera, pero no puedo evitar la comparación con otros lugares que conozco, como Western Papua, en Indonesia, donde los efectos de la destrucción producida por el cultivo de palma aceitera son mucho más pronunciados en el terreno y en la topografía"
Otra sorpresa igualmente esperanzadora, añade, ha sido el papel asumido por las mujeres de la comunidad, como Diana y su madre Elgiria, para llenar el vacío de dirigencia política causado por el asesinato de Quincima, Ríos, Pineda y Chota. Pero nada de esto vela las enormes dificultades que enfrentan Saweto y muchas otras comunidades indígenas de la Amazonía.
"Uno siente la presencia de los madereros ilegales, los escuchas, están ahí. Tratan de penetrar las tierras de las comunidades, tratan de sobornar, tratan de intimidar. Esta comunidad en particular ha sido heroicamente persistente en no permitir que eso suceda, pero muchas otras están siendo afectadas, a vista y paciencia de la policía y las autoridades", dice.
Soros afirma enfáticamente que no es un experto y que no busca ofrecer o condicionar soluciones. Dice, de hecho, que una de las cosas que ha aprendido en su carrera como activista es a desconfiar de los expertos y de la demanda de estar cien por ciento seguro antes de actuar, y cita una tragedia griega para subrayar el punto: Antígona, de Sófocles, donde el coro afirma que "conoce todos los caminos, pero no avanza por ninguno". Aún así, deja muy en claro su perspectiva.
"Entiendo que parte del problema es que se necesita crear empleo y en muchas regiones las industrias extractivas lo hacen, de hecho son el catalizador del crecimiento económico en el Perú. Pero a la larga, con frecuencia, las comunidades locales son las que salen perdiendo. Y el boom extractivo también está conectado con problemas como la corrupción, e incluso con la poca efectividad del proceso de regionalización que se dio en el Perú desde Toledo. Es un equilibrio difícil, pero se necesita darle el poder a los habitantes locales para proteger sus tierras, con lo cual a fin de cuentas nos protegen a todos".
Escepticismo ambiental
En un artículo de opinión que publicó el año pasado en el diario británico The Guardian a raíz de los asesinatos de los dirigentes de Saweto, Soros fue enfático en afirmar que, en su perspectiva, el problema es sistémico, con muchas ramificaciones pero dos extremos claros: el de la oferta y el de la demanda. Y en nuestra conversación, lo repite.
En sociedades desarrolladas, dice, "este es un tema que no preocupa a la mayoría, o sobre el cual la mayoría prefiere no pensar. Creo que buena parte de la responsabilidad está del lado de la demanda, y creo también que las leyes en Europa o en los Estados Unidos podrían ir mucho más lejos de donde están ahora. Esos países, y China, y los BRICs, deben avanzar por ejemplo en obligar a los proveedores a identificar claramente la proveniencia de la madera que se comercializa".
Más allá de eso, y ya hablando de temas ambientales de rango más amplio, Soros se muestra escéptico, en particular sobre las posibilidades de que surjan acciones efectivas de las negociaciones internacionales como la COP20 de Lima el año pasado y la COP21 de París, programada para este año.
"Trato de evitar el 'narcisismo del presente', que nos hace creer a todos que siempre estamos viviendo en épocas excepcionales", dice, "pero la verdad es que hay un quiebre en la gobernanza internacional y en la sostenibilidad de las resoluciones que se adoptan, pero no se cumplen. Todavía estamos lidiando con los efectos del recrudecimiento del unilateralismo estadounidense después del 9/11, con el daño que eso le ha hecho a las relaciones internacionales. Y en Europa las cosas están empeorando en términos de cooperación. Creo que los Estados Unidos han hecho un gran esfuerzo para que la ONU no sea efectiva. Y la ONU sólo es tan buena como lo son sus países miembros".
Si hay algún motivo para el optimismo, Soros lo encuentra sobre todo en la sociedad civil, que es precisamente a donde se dirigen sus esfuerzos de financiamiento. "Sueno pesimista", dice, "pero no lo soy. Sí, el estado actual de la cooperación internacional en temas ambientales no es bueno, pero hay aperturas en otras áreas. El ambientalismo es una de las pocas áreas en las que la juventud se moviliza políticamente en muchos lugares del mundo". Aunque, claro, la presión de la sociedad civil no basta, pues al final del proceso "la sociedad civil es un instrumento, pero sí se trata de gobernanza y de políticas públicas internacionales".
Activismo, no filantropía
La segunda parte de la herencia de Alexander Soros debe estar también clara a estas alturas. Su padre es, como dijimos, uno de los hombres más ricos del mundo, pero es también el fundador de Open Society, organización filantrópica concentrada en promover proyectos de fortalecimiento democrático, libertad de expresión y derechos humanos.
Soros, quien también es miembro del directorio de Open Society Foundation (OSF), estableció su propia fundación hace tres años para promover y financiar proyectos específicos no necesariamente cubiertos por OSF. Como los de su padre, sus intereses tienden hacia la izquierda del espectro político, y sus compromisos son con causas progresistas. Es por eso que prefiere para sí y para lo que hace el término "activismo", antes que "filantropía".
"Me preocupa mucho el que con frecuencia se mira a una situación y se cree que si la Fundación Gates u Open Society van a financiar respuestas, entonces los gobiernos ya no tienen que hacerlo", explica. "Esto le resta mucho a la idea de la acción cívica, al involucramiento político, que son los mecanismos por los cuales se produce el cambio. En la historia, queda claro que cuando las cosas se despolitizan, cuando los ciudadanos no quieren hablar de políticas públicas, las soluciones a las que se llega no son buenas. Entender y conocer la política es, creo, de extrema importancia".
Soros -quien además de activista e inversionista, es estudiante doctoral en el programa de historia de la Universidad de Berkeley, en California- atribuye el origen de esta visión de las cosas a la historia de su familia: George Soros, su padre, es un sobreviviente del holocausto, y eso es algo que, dice Alexander, "uno no puede olvidar".
"Ser judío y haber crecido con esa mentalidad, conociendo el costo de haber sido ciudadanos de ningún estado, la enorme desprotección que eso representó, es el ímpetu detrás de lo que hago", dice. "Genera una solidaridad con las minorías, porque nosotros también lo somos, y una responsabilidad hacia la justicia social, porque es realmente un milagro que estemos vivos y que hayamos podido lograr lo que hemos logrado, dados los hechos de la historia".
Estas son lecciones que el joven Soros ha aprendido bien, y que lo llenan, dice, de una sensación de tremenda responsabilidad. "Siendo mi padre quien es, crecí como espectador de muchos hechos históricos, viajando mucho con él, conociendo a muchos de sus contactos. Conocer el mundo de esa manera fue una parte muy importante de mis años formativos. Y de parte de mi madre también aprendí algo: a no ser otro chiquillo rico, otro playboy con mucho dinero. Debido a nuestra enorme riqueza, hay algunas reglas que no aplican para nosotros, eso es verdad, y ese es un privilegio. Pero también es una responsabilidad. Hay que hacer algo que valga la pena con todo eso. Ser muy rico y no hacer nada es completamente la antítesis de mi naturaleza".
(Foto de portada: Ana Cabrera)
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