En Cusco se respira tradición y cultura, pasado y presente. Pero Cusco no es, ni de lejos, solo la ciudadela de Machu Picchu, Sacsayhuamán o las catedrales virreinales. El 'ombligo del mundo' concentra tantas comunidades como festividades, rituales y conmemoraciones religiosas y paganas se puedan imaginar.   

El fotógrafo Henry Rodríguez Ortiz (Kalato Masa) se trasladó a Santo Tomás de Chumbivilcas, ubicado a más de diez horas de Cusco. A este distrito se le conoce como “Tierra brava”, pues ahí, cada 25 de diciembre, después del compartir navideño, el pueblo se concentra en torno al tradicional Takanakuy, que en quechua quiere decir “golpearse mutuamente”. 

De ese viaje, Rodríguez —peruano que reside en Argentina hace más de ocho años—, nos entrega su personal mirada fotográfica del “Takanakuy”. Aquí un repaso de las imágenes más impactantes, acompañadas del testimonio del artista visual. 

“Aquí nos agarramos a golpes y está todo perdonado”

El Takanakuy no es un deporte pugilístico. Aunque hay golpes y heridos, esto más bien “se trata de un ritual que goza de una estructura definida y momentos muy marcados, donde todos los participantes (el pueblo entero) conocen claramente su rol y qué es lo que tienen que hacer. Entonces, el pueblo se vuelve una gran unidad. Es un momento muy íntimo”, dice Henry en conversación con LaMula.pe 

Pero la unidad se pacta con violencia y las desavenencias de todo el año se arreglan a puño limpio. “Esta es una violencia pactada y sacramentada. La 'buena violencia', como ellos la llaman. Si tenemos un problema, te pego o nos pegamos y listo, se acabó. Se elimina de esa manera todo lo malo que hay entre dos personas. Después seguimos para adelante, con todo lo que nos queda hacer en el año”, cuenta Henry. 

Henry captura ese momento que, aunque público y envuelto por lo masivo, es íntimo y tenso. En el Takanakuy, a diferencia de otras culturas, lo religioso tiñe los momentos más agresivos.

“El hombre y en especial el hombre andino es profundamente religioso y ritualista. Leí que para los Q´ero no existía la palabra ‘trabajo’. Los que existía era el concepto de comunicación con su dioses, y en ese dialogo atendían por consecuencia sus necesidades.”

Si hay algo que llama nuestra atención son los animales disecados acomodados sobre las cabezas de quienes van a limpiar su honor al Takanakuy. Estos cumplen un rol fundamental en tanto distinguen a los luchadores en términos de jerarquía social y fuerza. Así lo recuerda el fotógrafo: 

“Cuando estaba en camino, faltando una hora para llegar a Santoto subió un pasajero al micro y se sentó a mi costado. Después de un rato veo que lleva, en la mano, la parte superior de la cabeza de un venado. Era hueca como un casco. Nos miramos y le pregunté si era su casco, y él con una dulce y ebria sonrisa responde un orgulloso sí. A los tres minutos yo alistaba la cámara mientras él se ponía su máscara y ‘casco’. Una vez listo se paró frente a mí y se puso en guardia mostrándome los puños. Un minuto después, los pasajeros del micro le gritaban: ¡Pégale! ¡Pégale! Esa fue mi primera foto.”

Las máscaras no siempre ocultan el rostro

El fotógrafo retrata a quienes cubren su rostro con un pasamontaña tejido con hilos de colores. Contrario a lo que podría pensarse, estas no intentan ocultar la identidad:  “La máscara es un elemento gravitante en rituales y expresiones de muchas culturas”, apunta Henry. Pero “no oculta el rostro de la persona o al menos no es su fin principal. Es en todo caso el primer acceso a una realidad alterna, donde las reglas y códigos son otros”.

“Cuando una persona tiene la máscara puesta se transforma en un 'Pablito', una criatura de cuento que habla con la voz impostada. Entonces adopta un papel. Cuando quiere pelear con alguien, se le acerca bailando por el borde interno del círculo y lo reta. Entonces se saca la máscara y le fajan los puños”. 

“¡Tú eres Chumbivilcano, carajo!”

La tradición es el motor que permite la continuidad de este ritual colectivo a través de los años. Es por eso que ahí nadie se salva: “al menos una vez en la vida un Chumbivilcano debe pelear en esa ronda”, explica Henry. Pero, quizás,  lo que más conmociona es ver niños peleándose como un ingrediente normal del Takanakuy.

“Con miedo o disfrute, son ellos quienes solos van al centro del círculo y, claro, es chocante para nosotros ver a niños intercambiando golpes al centro de un ruedo. Pero, es verdad que todos tenemos cosas chocantes para otra gente, ¿no?”, comenta Henry. 

“Cholas bravas”

Otro punto interesante en la muestra de Henry Rodríguez Ortiz es el papel de las mujeres, quienes parecen adoptar, a simple vista,  un papel pasivo. 

No obstante, Henry las retrata con el rostro decidido y vigilante, como si de ellas dependiera, en realidad, que la jornada se desarrolle en buenos términos. 

“Ellas tienen varias funciones en la organización de la fiesta. Un grupo es encargado de imponer orden durante las peleas y dar licor a los participantes antes de pelear. Ellas son también las dueñas de la chicha y la comida durante los días de fiesta”, dice Henry. “Pero ojo, las mujeres también pelean. Esta vez yo no lo presencié, pero es normal que formen parte del ruedo, peleando mujer contra mujer”, indica.

Danza y ritual impenetrables

El canto y la danza son ingredientes importantes en el Takanakuy. Si bien las imágenes reflejan una danza colectiva, estas también encierran, otra vez, un acto muy íntimo. “El vínculo que tiene la gente con lo sagrado es muy fuerte; nadie en el pueblo hace otra cosa que la fiesta. Todos tienen una misma intención y hacia allí van sus cantos, sus danzas y sus peleas. Es esa conjunción creo, la que genera aquella densidad casi terrorífica en el ambiente de la fiesta, la que vuelve al Takunakuy tan impenetrable”, dice el fotógrafo. 

“Es mi deber ser invisible”

En el Takanakuy, un ritual apolíneo y dionisíaco, el fotógrafo parece ingresar en el círculo y, a veces, salir de él, expulsado. “Como fotógrafo, es mi deber ser invisible. Entro hasta donde puedo y me dejan". Para Henry este acto íntimo y, simultáneamente colectivo, no es un atractivo turístico actuado, es una práctica cultural arraigada en Chumbivilcas. Ante eso, como fotógrafo no puede hacer menos que mantener una distancia de etnógrafo y respetar el espacio. “Ellos quieren su intimidad y es su derecho y yo quiero las imágenes de un ritual que se da en un espacio público y en ese diálogo la idea es salir ileso”, finaliza.

(foto de portada: Henry Rodríguez Ortiz)

 

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