La más reciente exhibición de Rudolph Castro (Lima, 1982) es una inmersión en las ramificaciones e implicancias de la vida después de tres dictaduras latinoamericanas del siglo XX. Castro explora específicamente las historias de sobrevivientes y familiares de los regímenes de Alfredo Stroessner en Paraguay, Jorge Videla en Argentina y Augusto Pinochet en Chile. El punto de encuentro de estas historias y de estas dictaduras está marcado por el infame Plan Cóndor, nombre con que se conoce el plan de coordinación de operaciones entre las cúpulas de los regímenes dictatoriales del Cono Sur de Latinoamérica entre 1970 y 1980.
Como precisa Jorge Villacorta en el texto curatorial, el título de la muestra: “…suena críptico, pero tampoco encierra mayor misterio una vez que las claves de las que surge quedan explicadas. Fueron 62 horas las que pasó el artista en los diferentes medios de transporte que lo llevaron por distintos puntos del territorio que eligió recorrer para conocer a personas que quisieran contarle su historia. Y 59 es el número que resulta de la suma de los años que duraron las dictaduras en las que indagó (35 años en Paraguay, 17 en Chile y 7 en Argentina). Paradójico que en menos de tres días (72 horas) uno recorra tres países en pos de memorias que estén dispuestas a configurar ínfimas fracciones de tiempo de un total de (casi) sesenta años de desolación, supresión de la libertad y muerte. En ambos casos, la temporalidad se ve sobrepasada. Vivencia del viaje y memorias no caben dentro de marcos temporales cualesquiera que estos sean.”
El gran acierto de la propuesta de Rudolph Castro está en que, a diferencia de la mayoría de obras relacionadas con los temas de desaparecidos y dictaduras, el artista no recurrió a archivos históricos como fuente de trabajo. El origen de estas piezas está en las entrevistas que realizo el propio Castro a familiares de desaparecidos y sobrevivientes de las dictaduras en su visita a los tres países. Esto dota de un carácter especial al trabajo. Muchas veces el uso de la documentación tiñe de nostalgia la producción simbólica y traslada casi obligadamente al pasado la experiencia del espectador. Lo que logra Castro a través de diferentes medios (la muestra incluye instalaciones, video, grabados y dibujos) es explicitar la vida después de la dictadura y la muy viva responsabilidad histórica de cada nación.
La empatía que logra el artista con sus sujetos es distinta la que genera la aproximación que se tiene de archivo. Eludir esa nostalgia permite abrir otros espacios de significación, cargados más concretamente de la experiencia cotidiana de convivir con el acechante pasado al que se alude. El otro rasgo importante es que la muestra es el resultado de una revisión de un peruano sobre dictaduras en otros países latinoamericanos. Esto dota al trabajo de Castro de una importante conciencia respecto de los terribles denominadores comunes que enlazan al cono sur. "Entendí que Latinoamérica estuvo unida, pero de qué manera... a qué precio”, dice Castro.
Hablar de los grabados realizados a modo de blueprints es una buena manera de aproximarse a la operación que engloba la muestra: se trata de entender el objeto como receptáculo último de la memoria. Así incluso los objetos menos significativos en apariencia son convertidos en detonantes y excusas para los relatos que acompañan. Más interesante aun es el blueprint que no muestra objeto y pone de manifiesto el sistemático despojamiento de vida, símbolo y recuerdo que pretendían las dictaduras aquí referidas.
Los tres armarios que contienen la recreación tanto del uniforme militar del dictador como la ropa de sus víctimas, son la perfecta metáfora de la terrible convivencia a la que estaba condenada la población de cada país. Otro aspecto interesante de esta instalación es la particularidad de cada armario, que busca ser reflejo del gusto individual de cada dictador. Castro convierte así lo cotidiano, en un símbolo orgánico y vivo de la subyugación inevitablemente transformadora que produjo cada dictadura en su respectivo país.
Sin duda la pieza que logra dar el sentido global de la muestra es la video-instalación Libre. En ella, un video de la presentación del cantante español Juan Bau en el de Viña del Mar de 1976, que incluye segmentos de la respuesta del público a la canción Libre de Nino Bravo. Junto al video, encontramos una radio en la que podemos sintonizar distintas estaciones que además del audio del video incluyen discursos de distintos momentos de cada dictadura. El juego simbólico que propone Castro al permitirnos escoger que estación escuchar termina por ponernos de vuelta sobre ese terreno que no puede ser conquistado ni subyugado: nuestro fuero interno.
Es ahí, donde debemos colocar las historias que recoge la muestra, en el lugar donde viven también para cada familiar y para cada sobreviviente.
Sesenta y dos horas de viaje, cincuenta y nueve años en el sur de Rudolph Castro va hasta el 23 de noviembre, de martes a domingo, de 11 a.m. a 10 p.m., en la Sala Luis Miró Quesada Garland [Esquina de Av. Larco con Diez Canseco, Miraflores]. El ingreso es libre.
Notas relacionadas en lamula.pe:
Ilustrando los rostros de Ayotzinapa