Fosas comunes, sangre, dolor, injusticia: estas palabras refieren a la violencia ocurrida durante la guerra contra el terrorismo (1980- 2000) y cuando se enuncian configuran en nuestras cabezas poderosas imágenes. Las mismas que ha sido procesadas y trabajadas por diferentes dramaturgos nacionales.
Para hablar del teatro de violencia política es necesario remontarse a los años sesenta del siglo pasado y recordar la figura de Víctor Zavala Cataño, dramaturgo que le dio al campesino un rol protagónico (fundó el grupo Teatro Campesino) exponiendo los maltratos que sufría y su deseo por obtener justicia. Por primera vez, el campesino no era más una figura decorativa sino protagonista de una nueva propuesta política y estética. Así lo entiende Manuel Valenzuela: "El campesino aparece en el teatro de Zavala como un individuo capaz de decidir sobre su propio destino. Aquí queda de lado la personalidad sumisa descrita por muchos autores indigenistas. Se trata de un campesino con capacidad de expresar qué lo aqueja y qué lo hace feliz". En 1969 se publicó un compendio de su trabajo creativo que incluían siete obras: El Gallo, La Gallina, El Collar, La Yunta, El Turno, El Arpista y El Cargador.
La influencia de Zavala alcanzó al grupo Yuyachkani (palabra quechua que significa "estoy pensando, estoy recordando"), fundado en 1971, y que también se preocupó por construir un teatro que involucrara al mundo andino (especialmente sus ritos y la concepción de lo sagrado). Esta vocación por una estética alternativa, vinculada con los procesos sociales y culturales del país, cobró más fuerza cuando relacionaron sus creaciones con la violencia política, donde el hombre andino tiene un rol primordial. Recordemos que gran parte del conflicto armado interno estuvo localizado, principalmente, en las zonas andinas. Así lo expresan algunas de sus principales obras como Santiago (2000) y Rosa Cuchillo (2004). Ambas fueron dirigidas por Miguel Rubio Zapata.
Santiago aborda el momento posterior al final de la guerra contra el terrorismo. Los tres habitantes de un pueblo casi fantasmal deciden sacar en andas la efigie del Apóstol Santiago para recuperar el brillo perdido del pasado. La interacción entre los personajes nos lleva a la reflexión sobre lo difícil que es cerrar las heridas y sobre la influencia de la fe católica en el proceso de asimilación de la violencia. Por su parte, Rosa Cuchillo, basada en la novela homónima de Óscar Colchado, es una puesta en escena que sale del espacio teatral e interpela directamente al espectador. La protagonista, la mujer del título (interpretada por Ana Correa), busca, más allá de la muerte, a su hijo recorriendo el Mundo de Abajo (Uqhu Pacha) y el Mundo de Arriba (Hanaq Pacha). En su retorno a la tierra de los vivos busca armonizar la vida y, a través de la danza, ayudar a que la gente pierda el miedo y empiece a sanarse del olvido. La obra fue ideada para presentarse en espacios abiertos como plazas o mercados ya que, justamente, la protagonista indaga sobre el paradero de su hijo preguntando a los espectadores. Así, Rosa Cuchillo diluye las fronteras entre el espacio teatral y el público para instaurar una reflexión sobre la memoria a través de la música, la danza y los sueños.
Un proyecto más reciente, y elaborado dentro de una estética más urbana, fue Generación 1980/2000 El tiempo que heredé (dirigido por Sebastián Rubio y Claudia Tangoa). Enmarcada dentro de lo que se denomina teatro documental, cinco jóvenes se reúnen para relatar sus vidas. Todos ellos son hijos de personas que estuvieron involucradas en diferentes eventos políticos ocurridos durante esa época. A partir de fotos, videos, música y los propios recuerdos se pone en evidencia el lado cotidiano de la violencia política. Además, visibiliza a una generación que le tocó crecer entre apagones y cochebombas. Un conjunto de ciudadanos que sacrificaron su infancia y adolescencia por trágicos eventos sobre los cuales no tenían ninguna responsabilidad. La obra, presentada primero en el Centro Cultural PUCP, fue parte del programa del Festival de Artes Escénicas (FAEL) en el 2013.
Ese mismo año se estrenó “Héroes, o así los hombres, así la muerte”, producida por el Teatro de Lima y la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. En ella se expone el tema del terrorismo a partir de la infiltración universitaria por parte de Sendero Luminoso y del Ejército. Desde su concepción, la obra buscó llegar a un público amplio y así generar un debate en los espectadores. Para ello, la producción se valió de actores renombrados como Enrique Victoria o Pilar Brescia. De igual manera, el video promocional interpelaba al espectador acerca del desconocimiento que se tenía (y tiene) sobre los años del terrorismo.