Batman y el caos
Apariciones ominosas en "El caballero de la noche"
Batman: El caballero de la noche, aparece como una desarticulación del orden, como una revelación turbulenta que nos obliga a considerarla distinta a una cinta más de un personaje de cómic, o diseñada bajo la solente victoria del bien.
Ahora, dejemos para otra oportunidad los comentarios sobre juegos de cámara y los lugares comunes de los efectos especiales, pues de lo que se trata es de abocarnos al discurso provocativo, visceral que la película nos ofrece. Comencemos partiendo de ese paroxismo que es el Guasón, para nosotros, la potencia de la película y, por qué no decirlo, de toda la saga.
Tal es así que ha logrado, incluso, derrocar a Jack Nicolson y relegado a Burton, el único que, por cierto, dentro de toda la saga ha sido, hasta la fecha, el único que hizo justicia al Caballero de la Noche. Esto sucede precisamente porque este Guasón deja de ser un simple personaje y se convierte en el terror, en la crueldad, en la muerte misma, resaltado el espíritu de la vesania propia de los infiernos del Arkham house.
Hay una semejanza entre su pensamiento y las cavilaciones de Maldoror: la fragilidad de nuestra humanidad, el placer del dolor, del caos fecundándose, así como el reconocimiento del estado congénito de la maldad . Pero dicha comparación en realidad resulta insuficiente, ya que en esos parlamentos, esos contundentes parlamentos, está también Adamov, está Richepin, Huysmans.

Así, oírlo tan siquiera se torna un entierro, sí, nos convierte en ese cuadro de Goya: el perro es el orden enterrado por el caos, y lo poco que emerge de él, hemos de recordarlo, es la poca cordura que habitamos.
Lo proteico de los parlamentos del Guasón desmorona nuestra ingenua psique: “¡Oh, es tan sencillo caer en a locura, esa frontera tan invisible entre la psicopatía y la razón, solo ver, caer, sufrir y ya está!, ¡oh, humanos, tan propensos al grito, tan miserables!”, es lo que nos dice esa voz truculenta.
Él, a fin de cuentas, es el producto desquiciado de una humanidad enloquecedora y degradante. ¿Por qué esto? , porque en realidad somos lo primitivo, el magma, el caos, la efervescencia, y eso es justamente lo que desea recordarnos: el bien es una ficción.
Este asunto resulta considerable en la película. Expliquemos: Al final Batman decide que Harvey Dent (Aaron Eckhart) sea el héroe aún a pesar de haber caído en la corrupción, no obstante, debe serlo, puesto que representa una esperanza, y allí está el asunto, es una esperanza fabricada, un engaño, y hay que reconocerlo, qué seríamos sin ese engaño, tal vez eso que dice el Guasón: “unas bestias que nos devoraríamos unos a otros”.

La fácil emergencia de lo primitivo es lo que representa e incita el Guasón. En realidad su discurso es lo primitivo en lo cotidiano, lo siniestro. Él, considerado un fenómeno, en realidad se diferencia de cualquiera de nosotros por tan sólo el maquillaje, es nuestra esencia.
Así lo advertimos cuando menciona las maneras en que obtuvo sus cicatrices. Ya sea un padre borracho o un marido que se castiga a sí mismo, en ambos casos se trata de entornos familiares donde, de repente, es soltado ese perro caótico, esa explosión. Habría además que precisar que esas cicatrices aparecen como la señal, la huella de nuestro espanto, de nuestra monstruosidad.
Estas consideraciones hacen lógica nuestra consideración: el Guasón no es un personaje sino una encarnación, sus huellas dactilares no existen, no tiene nombre, ni orígenes. Actúa así como la personifi cación del mal: provoca la ira del policía que lo cuida en la comisaría, incita el asesinato de los tripulantes de los barcos, corrompe a Harvey Dent. Lo que quiere demostrar, y lo hace, es dejar en claro cuán sencillo es ser crueles, pérfidos, degenerados, asesinos.
Desde un inicio, ello se hace presente cuando en el robo uno a uno sus cómplices van matándose, ya que les ha dicho que hacerlo equivale a más botín (mientras menos más), es decir, hace emerger lo capaces que seríamos por dinero, así, siendo el mal, no le interesa el dinero, éste es sólo un medio, lo que quiere hacer es ver arder el mundo con su propia roña.
En esta medida Harvey Dent es el desmoronamiento más considerable y que hace posible los resultados efectivos de la película: incluso un héroe, incluso el hombre más virtuoso no está exento de caer, de contagiarse de la podredumbre. Nada está desuncido del Guasón, es decir, del mal, ya que todo es siempre una oscilación, una disyuntiva.
En esta medida resulta significativo la moneda que siempre usa Dent: ella es siempre la misma, es decir, siempre homogénea, igual, y eso es lo que al inicio representa: la transparencia. No obstante, luego se transformará en el hombre de las dos caras. Sin embargo, al final, será el modelo de la esperanza a fin de mantener la fe de la gente, a fin de hacerla creer en algo, en un orden, en un ideal, que en el fondo son resultados de un truco, un artificio, los cuales hacen posible una moneda de dos lados iguales, un aparente equilibrio.

Batman (Christian Bale), por su parte, hace que la película supere la dualidad bien/mal: Batman no es bueno, es un conflicto interno, constante y doloroso (humillar a Dent, pretendiente de su amada, a quien más de una vez intenta dar celos; matar al Guason, comportarse egoístamente con sus deseos de abandonar su condición de vigilante de Ciudad Gótica por una vida normal).
Como vemos, el bien no existe a plenitud, así uno de los mayores logros del director (Christopher Nolan) es retomar la esencia de Batman –como saga- al desmitificar toda heroicidad y presentizar una discordancia, que destaca el perfil gótico que se había perdido en sucesivas entregas, la misma que se consigue con la configuración ominosa, diabólica, e igualmente compleja, del Guasón.
Sólo bajo esta contradicción, como dice el Guasón, ambos resultan ser mutuos complementos, justamente porque se trata de una oposición en tanto heterogeneidad contra heterogeneidad, si bien, en distintos grados: el Guasón sabe que todo es una ficción y busca develarlo para advenir la acción del caos; Batman reconoce el carácter ficcional del orden para conservar la humanidad, circunstancia, que por cierto, se torna trágica, pues a través de ella se reconoce que luchar contra el mal es una empresa imposible siempre que se realice “limpiamente”. Se hace, entonces, necesario el uso de estrategias no morales –la mentira en este caso– que resulta así necesaria para la vigencia del orden.
Ante estas consideraciones quien vea la película ha de hacerlo no sin la advertencia de esperar el choque del desequilibrio de nuestro orden, de ver cómo se nos enrostra nuestra frágil civilización, dejando así no un mensaje ingenuo, sino un reto, una responsabilidad: reconocer la ficción de la realidad y tratar de convertirla en una manera de evitar el caos.
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Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today
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