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Hemingway en un lugar limpio y bien iluminado

A través de la narrativa del premio nobel norteamericano se evidencia una lucha contra la nada, la búsqueda de un sentido vital. 

Publicado: 2014-07-21

Carlos Eduardo Zavaleta fue quien me dio a conocer a Hemingway, prodigando en sus clases admiración y pasión al autor de París era una fiesta. Lo que Zavaleta transmitía en aquellas tardes en el repertorio bibliográfico de la Facultad de Letras no solo era una erudición de la literatura norteamericana sino, sobretodo, las lecciones vitales de Hemingway.

Recuerdo que mencionaba que a Hemingway poco le gustaba hablar de literatura ante el público, que si bien posaba en revistas como Life o que había conseguido una fama semejante a la de una estrella hollywoodense, el respeto de Hemingway por la escritura se mantenía incólume, reservado a su trabajo en soledad, lejos de la parafernalia de flashes y seguidores. 

Habrá quienes lo admiren por sus viajes, por sus años en los San Fermines, por sus épicas anécdotas con tragos encima, su faceta de boxeador o cazador, lo cual contrasta duramente con su suicidio. ¿Por qué se suicidó Hemingway?, ¿qué llevó a un hombre que rezumaba energía y riesgo en cada paso, en cada cuento a terminar disparándose un balazo el 2 de julio de 1961?

Posiblemente no haya sido la primera vez que muriera Hemingway. Así como algunos sentencian que el hombre nace dos veces, son más las que mueren. Aquí podría entenderse todo su despliegue escénico como un intento por huir de los resabios mortuorios. La fuerza de escribir lo evidencia, pero, por otra parte, el desfile de sus personajes nos muestran una decadencia. Hay siempre es sus cuentos una reyerta que se oculta como aquel iceberg del que hablara en su famosa teoría del cuento. 

Y aquello que se oculta puede ser bien como las heridas ocultas de Jake Barnes o la abulia interna de Ole Andreson (quien como gustaba enfatizar a Zavaleta ya no tenía ganas de vivir y miraba a la pared esperando la muerte final). La muerte, de hecho, es una presencia que acecha y daña al hombre, valga sino recordar como atestiguar un cuello sangrando trastoca la existencia de Nick Adams, a tal punto que ni el amor lo divierte. 

Pero Hemingway, quien tempranamente comprendió esta fatalidad, no aprovechó estos afectos o golpes con ribetes pesimistas o nihilistas, contrariamente su narrativa insta a la sobrevivencia, a búsquedas vitales, no importan si estos momentos duran como una epifanía (verbigracia el caso de Francis Macomber). La conciencia de la tragedia permite la creación de acontecimientos, de puntos de fuga del miasma existencial, un escape de aquella nada primigenia y temible que es invocada en uno de sus cuentos: . "Era una nada que conocía demasiado bien". 

En novelas como Fiesta o El viejo y el mar asistimos a un fluir de energías, las mismas que chocan, se contraen o explotan. La clave es que este fluir no se detenga, ya sea bajo los caminos de la bohemia o sin rumbo fijo. Este es el sentido de la vida para Hemingway: descubrir la vida aún en los peores momentos, tal como le sucede al Harry de "Las nieves del Kilimanjaro". Solo de esta manera el hombre abandonará la vida autómata al que lo condena la modernidad y podrá encontrar lo que Hemingway encontró en su escritura: Un lugar limpio y bien iluminado.

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Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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