Jaime Higa Oshiro (Lima, 1960) estudió en la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Católica del Perú y en la Escuela Superior de Bellas Artes Corriente Alterna. Ha realizado 15 exposiciones individuales y participado en más de 150 muestras colectivas en ciudades de América Latina, Estados Unidos y España.
Entre el minimalismo y el arte pop, sus obras despliegan una visión lúdica y rabiosa de la sociedad que se alimenta a menudo de la alteración de imágenes procedentes de las más diversas fuentes: de la gran tradición pictórica, de los símbolos de la patria o de la cultura pop, con referencias constantes al universo del cómic, a las películas de terror, al manga japonés. En la obra de Higa la transgresión y el exceso están a la orden del día, aunque al servicio de un desmantelamiento crítico de los convencionalismos huecos de la vida cotidiana.
En palabras del curador Miguel López, su producción “desde los años 80 ha retratado con humor e ironía distintos momentos de crisis y convulsión social, así como las formas en que la cultura popular se transforma y reinventa de manera diaria”.
Hoy he venido a visitarlo a su casa —que es también una librería y un espacio de exposición de obras— para hablar de un tema que le interesó desde muy temprano y que se ha vuelto central en su producción: la presencia de subjetividades homosexuales en el arte.
- ¿Cuándo es que empieza a manifestarse en tu obra una sensibilidad explícitamente gay?
A fines de los ochenta hice una serie de collages de contenido explícitamente homoerótico, aunque la mayoría de esos trabajos se han perdido; no sé qué habrá pasado. Los expuse en un espacio under en Magdalena, el Centro Cultural “Magia” que pertenecía a José Carlos Urteaga. El lugar era una casona antigua en la Avenida Brasil donde se presentaba el grupo de teatro de José Carlos y donde también se hacían, de vez en cuando, conciertos de bandas subte. Como era un espacio contra-cultural la muestra no creó ninguna fricción en ese momento. Luego he vuelto a temas relacionados con la homosexualidad en varias ocasiones. En 2004 me retraté a mí mismo como La libertad guiando al pueblo [el famoso cuadro de Delacroix], solo que con la bandera peruana, y esa es la pieza que fue incluida en el Museo Travesti de Giuseppe Campuzano. Un par de años antes me había retratado como Frida Kahlo.
- ¿Hasta qué punto consideras que subjetividades gays, lésbicas, trans, han sido incorporadas en la historia oficial del arte?
La sensibilidad gay ha estado presente desde el inicio de la humanidad, y por eso se ha hecho sentir en el arte desde muy temprano: en Grecia podemos apreciar la poesía de Safo; en Roma, Catulo escribió poemas con una fuerte carga homoerótica. En Japón ha habido poemas y narraciones que hablan del amor entre samuráis en el siglo XVII. Hace unas semanas di una charla en la que hablé de varios artistas plásticos de los siglos XX y el XXI que hacen un despliegue de esta sensibilidad. Uno de esos casos es el del fotógrafo norteamericano George Platt Lynes, que vivió en la primera mitad del siglo pasado e hizo unas fotografías de cuerpos masculinos extraordinariamente plásticas. Desgraciadamente, como le tocó vivir la etapa macartista en la que los homosexuales eran perseguidos, tuvo que quemar él mismo sus fotografías, archivos completos de su trabajo. Si muchas de sus imágenes se han salvado fue gracias a Alfred Kinsey, el famoso pionero de los estudios sobre la sexualidad en Estados Unidos.
Ahora bien, si es cierto que esa sensibilidad siempre ha existido, es solo a partir de los movimientos contra-culturales de los sesenta que empieza a hacerse más visible, y lo hace junto a otras subculturas, como por ejemplo la sadomasoquista. Robert Mapplethorpe, un fotógrafo norteamericano que muere de sida, descubre su lado homosexual después de haber sido pareja de Patti Smith. Él tuvo un amante que se convertiría casi en su mecenas, y que le permitió entrar en contacto con muchas nuevas influencias. En un momento, por ejemplo, se hace amigo de Tom of Finland, un ilustrador que hacía dibujos homoeróticos con unos personajes con penes enormes. Mapplethorpe se vuelve así un cronista de esa vida, de esta subcultura sadomasoquista. Tiene un autorretrato impresionante en el que sale en cueros, de espaldas, mirando a la cámara, con un látigo insertado en el ano. Él y Tom of Finland tuvieron una producción que expresó plenamente esa sensibilidad, y que gracias a todos esos movimientos contra-culturales llegó a encontrar un eco.
Antes de los ochenta estuvo también Andy Warhol. Todo el mundo sabía que Warhol era gay pero sus obras homoeróticas no son tan conocidas. Él tiene una serie muy explícita con cuerpos masculinos, penes y todo, pero en su momento pasó desapercibida. Warhol es famoso por los retratos de Marilyn, de Elvis y de Mao, pero toda una parte de su producción un poco que se ha quedado en el clóset. Es recién en los 80, me parece, que ese tipo de arte se hace mucho más visible.
- ¿Cómo se dio ese proceso en el Perú?
- Yo diría que el primero en expresar esa sensibilidad, si bien no exactamente en sus obras pero sí en su actitud, es el pintor Cuco Morales. Sus obras no expresan directamente esa sensibilidad homosexual, pero es algo que de algún modo está presente en la ironía, en el kitsch, en la dimensión barroca de su propuesta. Esto es a comienzos de los ochenta o fines de los setenta.
- ¿Y cuál era la atmósfera en la que surgen esas obras?
Evidentemente los mecanismos de censura eran mucho mayores en ese entonces -tanto de censura como de autocensura. En realidad la única artista que en la época del gobierno militar pudo exponer obras francamente eróticas -aunque no fueran tan realistas, sino más bien surrealistas-, fue Tilsa Tsuchiya. Tilsa tiene varias pinturas en las que aparecen unas especies de falos, pero falos disfrazados de serpientes. El hecho de que esos órganos se mimeticen con la naturaleza les da varias lecturas, y eso hacía que fuera más difícil reprimirla, pero lo cierto es que en ese contexto esas obras iban bastante lejos. Tilsa fue una artista que, en plena época de Velasco, tuvo mucha aceptación, a pesar de esa fuerte carga erótica.
En cuanto a un erotismo homosexual, después de Cuco Morales el que más ha trabajado una iconografía perceptible como gay en el Perú es Jaime Romero. Él es de la Universidad Católica, estudió en mi promoción, y recuerdo que desde segundo año ya había comenzado a trabajar una iconografía gay, aunque de manera ambigua: pintaba personajes masculinos en discotecas que de repente aparecían con antifaces como los de los carnavales de Venecia. Tú veías que la iluminación era la de una discoteca, que todos eran hombres y te daba una sensación de que no estaban ahí precisamente para una misa. Yo creo que de los artistas que he visto, Romero ha sido el primero en trabajar esa temática, y lo curioso es que él mezclaba todos estos desnudos masculinos con paisajes bíblicos, porque él es una persona muy religiosa.
- ¿Cuáles son las principales inquietudes o temáticas que se han manifestado en estas obras peruanas de contenido homoerótico?
Es una escena que aún está en construcción y hay muchas preocupaciones. Algunas son reivindicaciones como la de la Unión Civil, que quizá encajan tardíamente con lo que se está haciendo en la escena internacional, pero que resultan vitales para nosotros.
Yo por ejemplo a fines de los 80 comencé a hacer collages con figuras masculinas inspirado en una obra del artista inglés Richard Hamilton, que hizo un collage en el que salía un hombre y una mujer en un departamento, todo muy pop. Partí de ese modelo porque me dije: “a mí me gustaría hacer algo así pero, ¿cómo sería con dos hombres?” Es decir, con los objetos de mi deseo. Porque lo que había hecho Hamilton era rodear a su pareja heterosexual, que además se supone que es la pareja ideal, con los objetos de su deseo, objetos de consumo, y yo quería trasgredir eso, transformarlo. Así salió esta serie.
Más tarde ha habido muestras mucho más explícitas como la de Juan Diego Vergara que se expuso hasta hace poco en la librería Arcadia Mediática en el centro de Lima, o como la muestra de Sergio Zevallos, ambas bajo la curaduría de Miguel López, con quien yo también he trabajado.
- ¿Cómo lees la forma en que la cultura popular ha absorbido esta subversión de los roles de género, de la sexualidad, de los modelos tradicionales del erotismo que ha impulsado la comunidad LGBT?
- En el rock siempre ha habido mucha androginia. Robert Plant, el vocalista de Led Zeppelin, usaba blusitas, tenía el pelo largo y parecía un poco una tía, aunque usaba también unos jeans que hacían que se le viera todo el paquete. Es una figura un poco al límite, pero en la que aún predomina lo masculino. En el caso de Bowie no, él más bien se depiló, se pintó el pelo de naranja, era casi como una chica. Bowie es el perfecto ejemplo de la androginia, pero también de un eterno travestismo. Bowie asumió innumerables personajes a lo largo de su carrera y eso le permitió crear piezas culturales notables, discos emblemáticos.
- ¿Hablando de eso, cuál es el significado del travestismo o de la feminización de los símbolos heroicos que se ve en algunas de tus obras?
Mira, es como el caso de Bowie, es asumir un personaje. En el caso de la obra en la que me retrato como el personaje de “La Libertad guiando al pueblo”, lo que yo quise hacer es establecer un juego con esos grandes ejemplos de la pintura occidental y traerlos a la periferia. Y, dentro de la periferia, volverlos más periféricos aún: hacer que el protagonista del cuadro sea un hombre representando a una mujer. Porque si las mujeres son ciudadanas de segunda clase, los gays, hasta ahora, somos incluso de tercera.
Por otro lado, los símbolos heroicos son lugares comunes que son objetos de culto, pero a veces uno no puede evitar preguntase, número uno, ¿hasta qué punto eso representa al Perú?, y número dos, ¿el Perú es una nación constituida? Y de qué comunidad estamos hablando, de qué Perú estamos hablando, porque hay varios Perúes y de eso recién nos estamos dando cuenta ahora que están en discusión la cuestión de la raza, la cuestión del género. Hay varias cosas que están en discusión porque antes no hemos tenido tiempo, porque hemos vivido años de guerra interna, una situación de supervivencia.
Ahora que estamos en una etapa democrática recién podemos pensar en cómo reglamentar nuestras vidas en sociedad. Vemos que hay cosas nuevas que se están dando en los medios de comunicación, hay temas legales que se están empezando a discutir, porque se empieza a ver que hay comunidades que han sido dejadas de lado y que deben ser tomadas en cuenta. Debatir estos temas, informarnos al respecto, es lo que nos va a permitir, como las sociedades más civilizadas, avanzar de manera menos desordenada y convivir las diferentes personas: cholos, chinos, gays, héteros, travestis, todos en una sociedad donde nadie pierda sus derechos. Por eso es que esos trabajos en los que me apropio de símbolos patrios tienen que ver con preguntas como: ¿hasta qué punto esos símbolos nos representan?, ¿a quienes representan?, ¿hasta qué momento nos representan? Son trabajos en los que, como en los de Juan Diego [Vergara], hay más preguntas que respuestas.
Notas relacionadas:
"El proyecto marica está redefiniendo los modos de organizarnos", una entrevista con Miguel López