Empleado de El Comercio
Desde su tribuna en "El Decano", Ricardo González-Vigil lanza un nada halagador comentario sobre la obra ganadora del Primer Premio de Bienal de Novela Mario Vargas Llosa 2014.
Hoy apareció en el suplemento Luces de El Comercio, en la columna del crítico Ricardo González-Vigil, un texto nada halagador sobre la obra ganadora del Primer Premio de Bienal de Novela Mario Vargas Llosa 2014, Prohibido entrar sin pantalones del autor español Juan Bonilla.
La primera impresión que me provoca la crítica de Ricardo González- Vigil es que, hablando en buen romance, se ha tomado la novela de un modo excesivamente literal y no como lo que es: un texto de ficción. Y es que a pesar de narrar, en muchos pasajes, momentos de la vida de algunos personajes históricos, bajo ninguna circunstancia Prohibido entrar sin pantalones busca ser tomada como una novela histórica. Ni siquiera busca “retratar” (ser el reflejo diría Stendhal) una época, sino —precisamente lo que critica RG-V— desarrollar las obsesiones y cuestionamientos que se generaron en el autor Juan Bonilla a partir de la vida y obra de Vladimir Maiakovski. Esto plantea, de facto, una serie de licencias, prestamos, mentiras, si se quiere, que el autor de Prohibido entrar sin pantalones habrá de llevar a cabo para llevar a buen puerto su narración. Pero sería iluso pensar que RG-V no tiene muy en cuenta estos aspectos. Entonces, ¿qué motiva esta crítica puntillosa?
Resulta, cuando menos, interesante seguir los criterios que RG-V utiliza para etiquetar el libro de Bonilla como “una novela menor”, en detrimento, por ejemplo, de otras novelas del mismo autor, como la también galardonada Los príncipes nubios, que en 2003 se hiciera del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Y es que lo que en Prohibido entrar sin pantalones el crítico llama uso de recursos narrativos de una “simpleza ramplona”, asunto que interpreto como la utilización de un lenguaje estándar, desprovisto de marcas de estilo, más consciente de la redacción que del artificio verbal, es celebrado por el crítico en Los príncipes nubios, novela que cuenta con frialdad y cierto cinismo una serie de eventos relacionados a la explotación de seres humanos niños y adultos como mercancía sexual bajo la mirada impasible de un narrador personaje (Moisé Froissard) que ha pasado de ser una especie de ángel benevolente a uno exterminador.
En este punto recuerdo, además de la novela de Bonilla, que no es la del Premio de la Bienal Vargas Llosa, muchos otros textos de “simpleza ramplona” que RG-V ha recomendado entusiastamente una y otra vez en sus columnas. Bastará con citar los versos del joven poeta de la casa Diego Miró Quesada Mejía: “Vistoso popó que la erección ha motivado / yo te aliento con el fusil y el casco / que resguardo detrás del frente // melindrosa es tu movida // y escrupuloso tu acento triste / mas detrás de tu recta raya / se esconde el abrupto goce / hay una alameda de santos canes / que gruñen a tus dos cachetes / seré yo tu protector gallardo / seré yo tu protector de noche”. De Miró Quesada Mejía, RG-V ha dicho: “Se trata de uno de los escritores jóvenes más originales y versátiles de los últimos años”.
Entonces, nuevamente es pertinente preguntarse, ¿por qué la severidad para con Bonilla? Y no digo que RG-V no pueda tener un juicio crítico contrario al que tuvieron, por ejemplo, y en sus palabras, el “jurado de lujo” que premió a Bonilla. Los argumentos que esgrime son interesantes y atendibles en su mayoría, salvo por el ya mencionado asunto de la prosa y por esta especie de sentencia moral con la que RG-V pareciera dar por zanjado el asunto Bonilla: “Reduce sus personajes a caricaturas y acontecimientos privados (ridiculiza el amor al texto del formalista Brik, cornudo y sin potencia viril) y públicos resultan únicamente tejemanejes egoístas o ideológicamente sectarios”.
El lector habrá caído en cuenta a estas alturas que quien escribe estas líneas no busca defender una novela sobre la cual ya manifestó en algún otro artículo su simpatía. Lo que el autor de estas líneas busca es explicarse las razones que llevaron a un crítico condescendiente, como ha demostrado ser RG-V en más de una ocasión, a pronunciarse de este modo sobre una novela que ganó un Premio que el diario para el cual escribe sus artículos no cubrió en la magnitud que se esperaría de un evento impulsado por un Premio Nobel; un Nobel contrario a la línea que el decano de la prensa nacional sigue, ciertamente.