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“El mercado, hoy, asume la vanguardia”

La Mula conversó con el escritor español Juan Bonilla, ganador de la primera edición de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, a propósito de su fascinación por las vanguardias y de las ironías que esconde a menudo la relación cambiante entre el arte y la política.

Publicado: 2014-03-29
Juan Bonilla (Jerez, 1966) se alzó el pasado 27 de marzo con el Premio de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa por su novela Prohibido entrar sin pantalones, que tiene como protagonista al poeta futurista ruso Vladimir Maiakovski. En medio de la vorágine mediática provocada por la noticia, el escritor tuvo la gentileza de concedernos esta entrevista, en la que tuvimos la ocasión de conversar no solo sobre literatura y sobre la génesis de la novela, sino también sobre lo que el legado de un personaje como Maiakovski nos dice sobre el contexto político actual. Foto: Ana Cabrera

¿Cómo empezó tu fascinación por el personaje de Maiakovski?

A mí siempre me han interesado las vanguardias. En 2001 me dieron una beca para escribir una novela sobre los futuristas italianos que fueron a España en la Guerra Civil a luchar con el bando nacional. Pasé un año en Roma investigando este tema y en un momento dado descubro la pelea entre los futuristas italianos fascistas y los futuristas ruso-bolcheviques; es entonces que me doy cuenta de que ahí el gran personaje es Vladimir Maiakovski. Y es a partir de ese momento cuando decido investigar un poco más sobre su vida, de una manera desaforada, sin idea todavía de escribir una novela, porque Maiakovski, aunque sea poco leído (porque está, además, muy mal traducido), más o menos le suena a todo aquél al que le interese la poesía o la literatura.  

Empecé entonces a investigar y me di cuenta de que si quería contar lo que quería contar, la figura de Vladimir Maiakovski era imprescindible porque se situaba en el centro de todo lo que me interesaba decir: el papel del intelectual en la sociedad, hasta qué punto la poesía o el arte puede afectar a la sociedad a la que se dirige, si el artista se debe recluir en una torre de marfil o si debe salir a tomar las calles, y si una vez que toma las calles, como en el caso de la poesía de los futuristas rusos que colaboraron con los bolcheviques y se alistaron en la Revolución de Octubre, ¿pueden seguir teniendo potencia? ¿O una vez que alcanza el poder la poesía solo puede convertirse en propagandística? Todos estos asuntos me interesaban y la figura perfecta para hablar de ello era Maiakovski -que, además, añadía a todo eso el ingrediente de una verdadera historia desaforada de amor con una mujer, Lilia Brik, que estaba casada y que durante muchísimos años formó junto a su marido y a Maiakovski un triángulo amoroso que se convirtió casi en una institución cultural.

Como mencionabas, uno de los temas centrales en la novela es el de las relaciones entre arte y poder. La imagen de Maiakovski en su etapa de poeta de la revolución, de poeta nacional, representa quizá uno de los momentos más álgidos en la historia de esta interface de arte-política. Pero es una imagen que me da la impresión de que en el contexto actual aparece cada vez más lejana a nosotros, más ajena a este momento histórico. ¿Había algo de nostalgia en la elección del personaje?
Seguramente hay un punto de nostalgia de épocas heroicas. Pero digamos que cuando yo pienso en todos estos personajes de la vanguardia rusa, no estoy viendo tanto a personajes históricos como a personajes míticos. Veo más a Héctor y Aquiles que a una figura histórica. Y el acercamiento tiene que ver más con el mito que con este componente nostálgico que puede aparecer al comparar aquella época a esta.
Mi pregunta iba a lo siguiente: ¿hasta qué punto crees que ha cambiado, desde la época de Maiakovski, la relación del intelectual o del artista con la escena pública?
Ha surgido un personaje nuevo evidente: el mercado. El mercado, hoy, asume la vanguardia. Al día siguiente de producirse cualquier chispazo vanguardista es inmediatamente asumido y domesticado por el mercado. Ni siquiera le da tiempo a ese chispazo de asustar porque si asusta un miércoles, el jueves ya está siendo usado en anuncios publicitarios para la Coca-Cola.
Valdría la pena preguntarse entonces qué queda hoy de la vigencia de ese arte revolucionario, más allá de recursos formales que en muchos casos han terminado siendo absorbidos por la publicidad y el discurso corporativo…
Ha quedado mucho de la estética. De la actitud lo que ha quedado es esa especie de nostalgia que por otra parte puede ser engañosa porque no nos confundamos: esa actitud en los jóvenes futuristas de los años 12-13-14 contra el zar o contra la poesía simbolista, en cuanto se aplica a la política, produce verdaderos monstruos. La Revolución de Octubre fue un chispazo de energía, de emociones, pero derivó en una monstruosidad. Entonces, la pregunta de fondo es: ¿puede el artista o el poeta revolucionario llegar al poder? Pues no, su propia naturaleza hace que en el momento en el que llega al poder el artista deja de ser revolucionario y que por lo tanto solo puede ejercerse desde la contra. El artista solo puede decir “no”, pero no tiene capacidad para decir “sí”. Puede destruir pero construir no puede. Esa capacidad le es ajena porque una vez que construyes te conviertes en la autoridad competente, que era aquello contra lo que tú luchabas. Esa contradicción vital es lo que me ha interesado de toda esa trayectoria.
La escritora Lara Moreno ha dicho que “Prohibido entrar sin pantalones” no es tanto una biografía de Maiakovski como una biografía de la poesía en sí. ¿Crees que efectivamente el final de la vida de Maiakovski, el periodo del Maiakovski proscrito, se corresponde de algún modo con el estatuto actual del poeta?
Maiakovski creía firmemente que una de las funciones fundamentales de la poesía era transformar la vida de los demás. Obviamente creo que esa idea se ha perdido; que hoy, y ya desde hace muchos años, se considera que la poesía es una forma de la literatura que pertenece a una sociedad reducida, de exquisitos, y esa pertenencia a una especie de élite acaba enmudeciéndola. Es verdad esto que se dice: a los poetas solo los leen los poetas. Imagínate un partido de fútbol en el que todos los espectadores fueran futbolistas, es la endogamia pura. Entonces, ¿qué otras vías tiene la poesía hoy para alcanzar el impacto que tuvo gente como Maiakovski? Pues solo la música, el rap, no sé, solo por ahí podría llegarse quizá a algo comparable a lo que fue aquello.
Tu poesía es intimista, es una exploración de la identidad personal. Pero tu novela es sobre un poeta público. Ahí hay un contraste interesante. ¿Cómo entiendes tu propia experiencia y tu propio rol, en tanto que poeta?
No sería capaz de teorizar acerca de ello…
¿Pero reconoces que existe esa divergencia?
Absolutamente. Pero finalmente uno escribe novelas no porque se sienta retratado en los personajes que las pueblan. Quiero decir que, si me hubiera sentido retratado seguramente no hubiera escrito una novela. Yo escribo novelas sobre cosas que tienen que ver conmigo porque me interesan y me fascinan pero que no necesariamente tienen que ver con mi forma de estar en el mundo, con mi vida. Que yo escriba sobre Maiakovski no quiere decir que quiera ir rompiendo escaparates como acto de reivindicación política de algo.
En otras entrevistas has jugado con la idea de acercar al personaje de Maiakovski a la escena punk…
Obviamente no sale ningún punk en mi novela. Sin embargo lo que sí dije es que Maiakovski es un claro precursor del punk, absolutamente. Salvo en un detalle importantísimo…
El tema del futuro, en el que creía Maiakovski y en el que ya no creen los punk.
Exacto.
Efectivamente, la impresión general es que se ha degradado la idea del futuro, sobre todo como el lugar de un posible cambio social. Jameson decía que era más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo… en este estado de cosas, ¿tú crees que es posible recuperar de algún modo ese entusiasmo que tenía Maiakovski en el futuro? ¿O solo nos queda la nostalgia de ese futuro que nunca llegó?

Yo creo, y ahí sé que no soy nada maiakovskiano, que el futuro es la gran mentira. El futuro es literalmente el lugar donde nos espera la muerte. Ese es el futuro, no es otra cosa. En realidad solo hay presente -pero el sistema, la autoridad competente y la sociedad capitalista, es mucho más maiakovskiana que yo: ella si cree en el futuro, ofrece créditos para que te compres tu casa y el próximo verano te puedas ir de viaje a algún sitio, y va compartimentando tu vida de tal manera que te hace creer que hay un futuro, que un día tendrás una pensión de vejez, etc. Esas cosas que pretenden ser el futuro no existen, no son nada, son una fantasmagoría. Cuando Maiakovski cree en el futuro, cree en un lugar donde por fin las cosas calcen, donde por fin la revolución llegue a ese momento cumbre que realmente no llegó nunca y que, en sus propios términos, no es más que una utopía imposible de alcanzar. Realmente las utopías solo han producido pesadillas. En ese sentido yo estoy mucho más cerca de los punks que de Maiakovski. 

El futuro es el traje del emperador, como en el cuento. Futuro no hay, ni ha habido nunca, ni nunca habrá; porque es un lugar de referencia, es como el horizonte. Por mucho que te dirijas hacia el horizonte vas a estar siempre igual de lejos porque se mueve contigo. Sin embargo todo en tu vida está diseñado para satisfacer a ese monstruo que ni siquiera existe. Ahorramos para el futuro y hacemos cientos de cosas para un futuro que no es más que un espejismo.

Deben haberte dicho que eres un autor bastante nihilista...
Me lo han dicho, me lo digo yo mismo muchas veces pero… es una palabra con connotaciones negativas que…
No necesariamente, en la filosofía no necesariamente.
En la filosofía cada vez menos pero ten en cuenta que existen varios tipos de nihilismo. Hay nihilismos que llevan por ejemplo al existencialismo y eso me parece muy deprimente. Yo creo que el nihilismo es pura alegría. El nihilismo es decir, justamente, que la vida es una fiesta.
Por eso has mencionado a Nietzsche a menudo como una influencia...
Absolutamente. Solo él podría haber creado a un personaje dionisíaco, embriagador, intenso, como Zaratustra. Y sobre todo creo que es autor de una de las frases más importantes de la filosofía; dice: la pregunta esencial no es por el ser o no ser, la pregunta esencial es por el vivir. Muchas veces nos mareamos, nos entretenemos en la pregunta por el ser pero la pregunta importante es por el vivir, porque es lo único que tenemos.
Esta es la segunda vez que recibes un premio con el nombre de Vargas Llosa. Me gustaría aprovechar la ocasión para preguntarte cuál es tu opinión sobre la obra del escritor y sobre la influencia que tiene en el mundo literario.
Yo creo que tiene una influencia inmensa que es evidente para todos los que escribimos en español. Y luego, dentro de su producción, tengo mis obras favoritas y otras que me gustan menos. La ciudad y los perros me parece una novela impresionante, sobre todo si pienso en la edad en la que la escribió. Me ha gustado cada vez que la he releído. Me he tirado al suelo de la risa con La tía Julia y el escribidor. Pero en cualquiera de las obras, incluso con las que he conectado menos porque el tema me interesa menos, se aprecia que hay detrás uno de los grandes prosistas de la literatura en español.
Tus primeras palabras al recibir el premio de la Bienal fueron unos versos de Vallejo. Eso debe haber sido una sorpresa para muchos, pero en realidad tu relación con la poesía peruana va mucho más allá de la anécdota. Llegaste incluso a preparar una reedición del libro “Poemas simplistas” de Alberto Hidalgo, que presentaste en Lima en 2011. ¿Me podrías hablar un poco sobre tu relación con la poesía del Perú? ¿Hay algunos otros poetas peruanos que te interesen?
Es un tema inacabable... Hay muchos poetas peruanos que me interesan, sobre todo de la época de Alberto Hidalgo, de César Vallejo. Me parece muy interesante el grupo de Puno que hace el Boletín Titikaka, así como el grupo de poetas en la órbita de Mariátegui. Me gusta mucho Carlos Oquendo de Amat, me parece un maestro José María Eguren; Martín Adán es uno de los nombres imprescindibles. Hay muchos. Mis favoritos son Alberto Hidalgo -pues llevo mucho trabajando en él- y César Vallejo, sobre todo porque Poemas Humanos me parece el gran libro de poemas en español del siglo XX.

Escrito por

Alonso Almenara

Escribo en La Mula.


Publicado en

Redacción mulera

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