Justo el mismo día en el que el periodista César Hildebrandt criticó la manera en que el futbolista Raúl Ruidíaz anotó el gol del triunfo peruano contra Brasil, en el último partido del domingo que nos dio la clasificación a los cuartos de final de la Copa América Centenario, su colega y docente universitario Carlos Bejarano escribió un post sobre el caso, que ha sido materia de discusión entre aficionados (y no aficionados) al fútbol.

"El fútbol es mentir", es el artículo escrito por Bejarano, quien a diferencia de Hildebrandt, sostiene que en este deporte, el más popular del mundo, "hay valores y formas que no necesariamente coinciden con las de la vida común". Y también concluye que "la moral del país no es mejor o peor por festejar un gol con la mano".

A continuación, compartimos íntegramente el post escrito por Bejarano, recordado por ser uno de los protagonistas del desaparecido programa de televisión "Informalísimo", que conducía Guillermo Giacosa, hoy en Radio Capital.

EL FÚTBOL ES MENTIR 

“El fútbol es el arte de engañar espontánea e imprevistamente”

Dante Panzeri

El fútbol se trata de mentir. Gana el que más miente, el que más engaña. Por supuesto que si el árbitro se da cuenta tienes que asumir las consecuencias, de lo contrario, es legal. Esa es la naturaleza del fútbol. Un quiebre o regate es decir con el cuerpo que irás para un lado y terminas yendo para el otro. Pelé, Maradona, Cubillas y principalmente Garrincha, fueron grandes mentirosos. Dante Panzeri definía al fútbol como la dinámica de lo impensado. Es el arte de engañar, decía el mejor periodista argentino de la historia. Y le creo.
Decía Sabato, en Sobre Héroes y Tumbas, que la verdad estaba bien en matemáticas, en química o filosofía, pero no en la vida donde es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza. En la Grecia clásica la mentira fue censurada pero sin embargo considerada una estrategia válida para vivir. En La verdad de las mentiras, Vargas Llosa dice que los hombres no solo vivimos de verdades, también necesitamos mentiras que terminamos encontrando en la literatura. Y en el fútbol diría yo.
No se trata tampoco de hacer una apología de la mentira, que por otra parte ya la hizo magistralmente Óscar Wilde, no. Se trata de entender que el fútbol es una instancia donde hay valores y formas que no necesariamente coinciden con las de la vida común. Alguna vez en Matute escuché a una persona quejarse de la trampa de un jugador, alguien respondió de manera contundente: “Si quieres honestidad búscala en una iglesia, no en un estadio de fútbol”. Aunque a decir verdad, incluso ahí también puedes encontrar de lo otro.
Por supuesto que hubo jugadores que reconocieron haber hecho trampa. Ocurrió en el partido entre Nuremberg y Werder Bremen. El delantero Aaron Hunt simuló una falta y el árbitro cobró penal. Inmediatamente el jugador confesó al colegiado que se había tirado y que no le habían cometido falta. Al juez no le quedó otra que revocar la decisión. El hecho dio la vuelta al mundo como rareza, cosa extraña, absurdo. Bueno pero infrecuente.
En Italia pasó lo mismo en un partido entre equipos regionales. Aunque el encuentro era de poca trascendencia igual la noticia dio la vuelta al mundo junto a la del pollo con dos cabezas y la abuela karateca que hizo correr a unos ladrones.
El fútbol es mentira y está bien que así sea. La vida común nos presenta varias oportunidades para practicar la honestidad, la honradez y el cumplimiento de las normas. Ya vendrán los casi siempre complicados trámites, o el sometimiento a una ley que algunas veces es absurda. Ahí no hay trampa que valga pues las consecuencias pueden dolernos mucho. En esa instancia sí hay que hacer buena letra, no queda otra. En el fútbol no, ahí podemos soñar que lo imposible pueda ocurrir, que el grande le pueda ganar al chico, que el humilde humille al poderoso. Y que importa si lo hicimos con una mano que no vio el árbitro. Festejemos que ya vendrá otra ocasión en que se cobré al revés y no valdrá quejarse porque así es el fútbol.
No se preocupe, la moral del país no es mejor o peor por festejar un gol con la mano.

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