Hace 16 días que empezó la cuarentena y hace 11 que Sandra Paico, una joven sanmarquina egresada de Derecho, lleva alimento diariamente a casi 100 personas en estado de abandono que viven en las calles del Centro de Lima. La emergencia sanitaria que ha provocado el COVID-19 ha vuelto a poner en franca desnudez todas las tareas pendientes del Estado para proteger a las poblaciones más vulnerables.
Mientras en la Plaza de Acho recién empieza a funcionar un albergue temporal para 122 personas, como parte de las medidas de emergencia adoptadas por la Municipalidad de Lima, el reloj sigue corriendo y el hambre aprieta con más fuerza. Las necesidades son muchas. Los recursos insuficientes. En el ínterin entre la decisión y la ejecución, y aún antes de saber si este anuncio oficial sería una realidad que alcance a todo el grupo en riesgo, una ciudadana puso manos a la obra.
Los destinatarios de esa única ración de comida que verían en el día eran (y son), mayoritariamente, personas de la tercera edad en estado de abandono o con una situación tan precaria que se ven obligadas a salir a vender diariamente para sobrevivir. Cuidarse de Coronavirus no es una opción posible.
Lo cierto es que los adultos mayores son una población altamente vulnerable no solo en tiempos de pandemia. Según estimaciones del Ministerio de Inclusión Social, la cifra actual asciende a 3.5 millones de personas. De estas, alrededor del 87.7% no tiene acceso a una pensión de jubilación que le permita una subsistencia digna, según muestra el informe de la Defensoría del Pueblo Envejecer en el Perú, publicado en agosto de 2019.
La joven empezó con su labor pocos días después de que el presidente Vizcarra anunciara las disposiciones de confinamiento obligatorio. ¿Cómo van a hacer para sobrevivir todas estas personas que no tienen hogar o que dependen de la venta ambulante?, se preguntaba mientras caminaba a su casa y veía las calles vacías y cerrados todos los negocios de comida de la zona que suelen darles algo de comida a los indigentes.
“Llegué a mi casa y mientras me cocinaba algo miré por la ventana y vi a varias personas mayores buscando entre la basura. Entonces decidí preparar un poco más para invitarles. Yo sé lo que es tener hambre y no puedo ser indiferente”, dice Sandra.
Al día siguiente, el plato extra se multiplicó por 10 y salió a recorrer las calles: las avenidas Venezuela, Alfonso Ugarte, la Plaza San Martín, el jirón de la Unión. Las raciones se acabaron en pocos minutos. Entonces tuvo que seguir aumentando esfuerzos y recursos propios. Algunas compañeras de trabajo y amigos de su universidad, y de otros espacios, se unieron.
Para la segunda semana de cuarentena, Sandra ya tenía una rutina de comprar y cocinar pensando en muchos. Compartió su experiencia en Facebook pensando en que otras personas como ella pudieran replicar la iniciativa en otros distritos. Luego, ante el avance de la campaña involuntaria que se generó, decidió abrir en la misma red la página Por una cuarentena sin hambre. El apoyo que recibió le permitió dar continuidad al esfuerzo y ampliar la ayuda también con víveres para quienes tienen una casa pero ningún recurso para comprar. “No basta con encerrarnos y dejar que ellos estén sin saber cómo van a sobrevivir ni interesarse por cuántos días llevan sin comer”.
Más amigos empezaron apoyar con algo de dinero y luego una tía suya se unió a la tarea de preparar la comida. Entonces se pudo aumentar a 30 y luego a 60 raciones para repartir, además de unas 30 bolsas con víveres básicos. Todo sin movilidad propia para trasladar las compras ni implementos que la protejan del riesgo de contagio. A pesar de los obstáculos, ella continuó llevando el mensaje del cuidado y el sentido de colectividad a un nivel distinto.
La Municipalidad de Lima, con su alcalde Jorge Muñoz a la cabeza, ha asumido el encargo de velar por este grupo vulnerable y ha habilitado las instalaciones de la Plaza de Acho para albergar temporalmente a personas en situación de abandono. El operativo para ubicarlas se inició el 31 de marzo, el primer día de la segunda quincena de confinamiento obligatorio y pretendía alcanzar a 150 personas, pero el aforo permitirá solo 122, una cifra insuficiente y que dejará aún a muchas en riesgo.
La joven abogada contactó a la gerencia de Desarrollo para saber del plan a seguir y de la posibilidad de sumar esfuerzos y potenciar lo ya avanzado.
“Lo que a mí me preocupa ahora es qué va a pasar con las personas que no alcancen un espacio en el albergue de Acho. ¿Quién les va a dar alimentación en estas semanas? Además, ¿qué personas estarán en ese albergue si por las declaraciones de las autoridades están pensadas solo para mayores de 70 años, qué va a pasar con los demás?”
Mientras la crisis dure hay muchas urgencias que atender, presupuestos que asignar para alimentar no solo a los que alcancen un lugar en el albergue sino a los centenares de peruanos y peruanas vulnerables que seguirán en las calles.
“Queremos tener una reunión con el alcalde para plantearle todas nuestras preocupaciones sobre la situación. Cómo se va a asegurar la comida para todas las personas en abandono que viven en las calles del Centro de Lima. Son muchos más de los que se pueden quedar en Acho”.
El mensaje de Sandra trasciende la emergencia sanitaria. Es, más bien, el punto de partida para que el Estado asuma los compromisos pendientes y un llamado de atención para que la ciudadanía deje de mirar y preocuparse solo por el metro cuadrado que le rodea.
“Si nosotras seguimos en la calle sabiendo de todos los riesgos es porque de verdad nos mueve la solidaridad y la compasión por este grupo de personas que como cualquiera de nosotros tiene derechos y la necesidad de que se les tome en cuenta, de que se les proteja de la enfermedad y, sobre todo, se les permita tener una vida digna”.
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