“No tenemos planeta B” es una sentencia imprescindible que nos debe hacer actuar de inmediato ante la crisis climática y el calentamiento de la Tierra. Desde los gobiernos hasta la ciudadanía, pasando por el sector privado, la academia y la ciencia. Y este lunes 2 de diciembre diplomáticos y funcionarios de casi 200 países han iniciado en Madrid la 25ª Conferencia de las Partes en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25) con el propósito de discutir la mejor manera de abordar la crisis climática.  

Es un desafío: en medio de una situación geopolítica dura, el auge de populismos de ultraderecha y la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la cooperación en la ONU se está tornando cada vez más difícil. Mientras tanto, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) siguen aumentando y el número de muertes por impactos climáticos cada vez más devastadores crece. Las economías pequeñas, medianas y grandes están luchando con las consecuencias de estos impactos.

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La COP25 se lleva a cabo en un momento en que los impactos climáticos se agravan en todo el mundo. Los incendios consumen bosques desde el Amazonas hasta Indonesia, desde el Congo hasta Australia. Las inundaciones acaban de golpear al Reino Unido y Venecia. Las olas de calor, los huracanes de gran intensidad y las tormentas torrenciales son ahora fenómenos comunes.

Mientras tanto, crece la presión política para que los gobiernos aumenten su acción climática. La ira por la desigualdad, la corrupción, las políticas injustas y la falta de servicios básicos como aire limpio y agua están empujando a la gente hacia las calles. Los jóvenes, los pueblos indígenas y las comunidades vulnerables están empezando a ejercer una presión política significativa, y científicos, artistas, empresarios, alcaldes y ciudadanos comunes se refieren cada vez más a la ‘crisis climática’.

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Se espera que los grupos ambientalistas argumenten que la causa fundamental de la crisis climática está ligada al capitalismo desenfrenado que beneficia a los contaminadores ricos mientras desplaza a los más pobres y pone en riesgo la biodiversidad y la civilización tal como la conocemos hoy en día. Las voces que exigen que la justicia social esté en el corazón de un mundo sin emisiones de carbono son cada vez más fuertes.

En 2015, los gobiernos firmaron el Acuerdo de París, el primer tratado mundial de la ONU en el que todas las naciones se comprometieron a llevar sus emisiones a cero para mediados de siglo. El año que viene, los mismos países deberán presentar planes climáticos nuevos y más estrictos.

¿Qué debemos esperar de esta COP?

Las discrepancias entre lo que los gobiernos deben hacer según la ciencia y lo que realmente están haciendo están recibiendo una atención mundial sin precedentes. A partir de la COP25 comienza la carrera para que los gobiernos presenten nuevos planes climáticos, que deben estar listos en 2020 y, en virtud del Acuerdo de París, deben ser mejores que los anteriores.

Se espera que el secretario general de la ONU, António Guterres, y los países vulnerables al cambio climático generen impulso y presión sobre los grandes contaminadores. La ONU debe reforzar su llamado a los países para que dejen de alimentar su adicción al carbón, exigir planes de neutralidad de carbono para 2050 y pedir el fin de los miles de millones de dólares destinados a los combustibles fósiles. La Unión Europea podría anunciar su plan neto cero para 2050, mientras que 100 o más países podrían comprometerse a la neutralidad de carbono para mediados de siglo.

También se espera que el fervor de las movilizaciones en las calles se sienta dentro del recinto y que el anfitrión de la COP 2020, el Reino Unido, esboce su plan para elevar la ambición global.

La COP25 se lleva a cabo del 2 al 13 de diciembre en Madrid, bajo la presidencia de Chile y con el apoyo logístico del gobierno de España, luego de que su par chileno renunciara a que Santiago sea la sede de la cumbre climática ante el conflicto social que vive Chile. 

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