La irrupción del empresario Luis Fernando Camacho en el escenario político de Bolivia ha captado la atención de propios y extraños, dentro y fuera del país del Altiplano. Erigido como el líder de un movimiento cívico que tomó la batuta de las protestas sociales contra el gobierno de Evo Morales, el cruceño vive su momento de apogeo en medio de una grave crisis que tiene sumido a su país en el caos y la incertidumbre tras la renuncia del presidente izquierdista.

Camacho alcanzó notoriedad cuando aumentó la apuesta de toda la oposición política y grupos contrarios a Evo Morales que se habían alineado al pedido de Carlos Mesa de ir a una segunda vuelta electoral, tras cuestionar los resultados de las elecciones del 20 de octubre, en las que denunció un fraude electoral.

El empresario de 40 años exigió, primero, nuevas elecciones; luego la renuncia del presidente Morales, y por último, la de todos los parlamentarios oficialistas y de los tribunales de justicia. Pero el mismo Mesa y otros opositores del establishment boliviano tomaron distancia y calificaron en su momento la demanda de Camacho de desmedida e imposible. 

Camacho, proveniente de las élites empresariales del país, es un político que dice que no hace política y que no cree en el sistema político. Tiene un discurso que a la par de ser conservador, es también populista, porque ha sabido canalizar el fuerte descontento social en Bolivia. En las últimas tres semanas de protestas, cada vez que se dirigía a las multitudes invitaba a elevar una oración al "todopoderoso".

En su natal Santa Cruz, el bastión histórico de la oposición a Evo Morales, ya lo presentan como "presidente". Cuando le preguntan, dice que no va a ser candidato a nada y que cuando termine su papel como líder de la resistencia cívica volverá a lo suyo, a los negocios, pero la semana pasada miles de personas lo recibieron en el aeropuerto de La Paz, hasta donde llegó con una propuesta de carta de renuncia "para que Evo Morales la firme". 

Protagonizó escenas casi nunca vistas en Bolivia: campesinos, indígenas y hasta productores de coca que se distanciaron de Evo lo recibieron y lo aclamaron en La Paz. Camacho abrazó a mujeres de pollera y aceptó un collar hecho con hojas de coca.

Así, no demoró en multiplicarse su nuevo apelativo de "Macho Camacho", pese al rechazo de organizaciones sociales y colectivos feministas que lo acusan de ser misógino y ultraderechista. En el papel de presidente del Comité Cívico Pro Santa Cruz, que jugó históricamente un papel de contrapeso político, muchos ven en Camacho a una suerte de "Bolsonaro boliviano".  

"En línea con representantes de la nueva derecha regional, como el presidente brasileño Jair Bolsonaro, Camacho maneja un discurso con muy fuerte anclaje religioso", dijo en la BBC Mundo la periodista boliviana Mariela Franzosi, quien explicó que aunque Camacho sostenga "un discurso que intenta asociarlo con 'la paz y unidad del pueblo boliviano', termina cargado de racismo, odio de clase y provocación".

El sociólogo boliviano especializado en movimientos evangélicos, Julio Cordova, coincide en las similitudes entre el presidente de Brasil y Camacho. "Legitima su postura autoritaria con el discurso religioso al estilo de Bolsonaro", apuntó. "Es una expresión de la derecha protofascista", remarcó.

¿Hasta dónde llegará este personaje? Difícil saberlo ahora, pero lo cierto, según coinciden analistas y comentaristas bolivianos, es que se trata de un nuevo líder que encarna las antípodas ideológicas del indigenismo y de la izquierda que por casi 16 años gobernó Bolivia, y cuyos logros en materia económica y social son innegables (la economía boliviana creció a un ritmo del 5% y redujo la pobreza en 31 puntos porcentuales, según datos de la Cepal). Por ahora, Camacho sostiene que uno de sus objetivos es "devolver a Dios al Palacio de Gobierno".

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