El jueves último el ministro de Cultura Jorge Nieto juramentó su cargo sin crucifijo, por una cuestión de credo. Fue el único con quien se procedió de tal manera.

Este es un gesto que resalta en un 28 de julio, día en el que los protocolos y celebraciones previas al discurso presidencial y a la misma juramentación están rodeados de intrusiones católicas.

Pese a que el estado peruano se precia, a través de su Constitución Política, de ser una estado laico -a través del artículo 2, inciso 3-, en la práctica estamos bastante lejos de ello.

El pago de los sueldos de arzobispos, obispos y cardenal; la intromisión clerical en el desarrollo de políticas públicas; la curiosa atención mediática que recibe la opinión de las jerarquías cristianas, prueban que de estado laico, solo estamos en la teoría.

Por eso el gesto de Jorge Nieto cuenta y vale. Es un hiato. Si se quiere, es oxígeno en medio del acaparamiento de figuras católicas y de las desatinadas opiniones de sus jerarcas en un día como la celebración de la Independencia del Perú.

A partir del minuto 11:00 puede apreciarse cuando le retiran la imaginería cristiana:

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