Por: María del Pilar Velásquez
Politóloga de la Pontificia Universidad Javeriana
Bogotá, Colombia

El 23 de junio de 2016 pasará a la historia como el último día de la guerra en Colombia. Las delegaciones del Gobierno Nacional y de las Farc han llegado con éxito a un acuerdo para el Cese al Fuego Bilateral de manera definitiva: el fin de la guerra entre el Estado colombiano y la guerrilla más antigua del hemisferio parece estar acabando. Aunque todavía falta concretar algunos puntos importantes dentro de los acuerdos (como el Plebiscito por la Paz), este es uno de los pasos más importantes para la firma definitiva. 

Es imposible no llorar de felicidad. Vivo en un país que ha estado en conflicto armado por más de cincuenta años, fui criada en una ciudad miope que ha decidido ignorar en muchas ocasiones la guerra en el sector rural y conocí por los libros y las historias de mi abuelo el genocidio de partidos políticos, grupos sociales y líderes a manos de actores armados que han desangrado a Colombia. Ser testigo de este proceso de paz es presenciar la ruptura de la historia política en dos: dejar las armas para reconciliarnos es el acto más inmenso y hoy como ciudadana comparto con júbilo el “SÍ” a la paz.

Sin duda, el proceso de paz no soluciona los problemas del país, pero si nos presenta un nuevo panorama para debatir problemas de fondo como el del acceso a la tierra y la formalización de los campesinos, o las garantías para la participación política de diferentes movimientos sociales, entre otros. También nos reta como sociedad, nos da una nueva oportunidad que debemos asumir de manera conjunta para blindar de las armas a todas las discusiones y problemas que pueda generar este panorama de incertidumbres. Reescribir nuestra historia no está en manos únicamente de quienes empuñan las armas o de los señores de la guerra, está en las manos de todos los ciudadanos de Colombia.

Este momento es muy significativo: es un mensaje para el mundo sobre la importancia de resolver los conflictos. En plena proliferación de totalitarismos y extremismos religiosos y partidistas, Colombia nos demuestra que solo a partir del reconocimiento del otro como agente de cambio sin importar su orientación sexual, postura política, religiosa, origen étnico o género, es posible la reconstrucción de una nación o sociedad.

Apoyar la paz es un acto básico y fundamental, independiente de cualquier movimiento o partido político. Es aceptar que la vida, integridad y felicidad de cualquier ciudadano o ciudadana está por encima de los conflictos, es aventurarse a construir en la diferencia nuevos caminos hacia el progreso de todos. Ya fuimos dignos de una guerra devastadora, ahora somos dignos de construir una paz colectiva.

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