El 4 de noviembre de 1780, José Gabriel Condorcanqui -más conocido como Túpac Amaru II- inició una rebelión contra el poder colonial español que, en ese entonces, dominaba buena parte del territorio de América del Sur. Posteriormente, la insurrección sería sofocada y su líder sería ejecutado el 18 de mayo de 1781.
La figura de este noble indígena está tatuada en la memoria colectiva de los peruanos. A él se le asocia con la rebeldía inicial de los mestizos e indios que no estaban de acuerdo con la dominación española (que no eran todos ciertamente). No es de extrañar que en manifestaciones sociales y políticas, su rostro esté dibujado en las banderas de los inconformes.
Desde la academia mucho se ha escrito y debatido sobre Túpac Amaru II. El historiador Charles F. Walker publicó en el 2015 su libro 'La rebelión de Túpac Amaru' (Instituto de Estudios Peruanos) que se convirtió en el segundo libro más vendido en la Feria Internacional del Libro de ese año. Un fenómeno pocas veces visto en eventos de este tipo.
[Mira la entrevista completa realizada a Charles F. Walker por Javier Torres Seoane aquí]
En la introducción de su publicación, el científico social nos aproximada al contexto en el cual surge la rebelión de Tupac Amaru II y su esposa Micaela Bastidas contra la corona española. Sobre ello hay que señalar que el noble indígena era un comerciante con gran influencia social y económica.
"El trabajo de Túpac Amaru como mercader y arriero lo llevó por los Andes, mientras que sus batallas legales para recuperar un marquesado (un título nobiliario) lo habían forzado a pasar ocho meses en Lima, la capital del virreinato, en 1777, donde hizo importantes contactos y ganó un profundo conocimiento del Perú. Tuvo el respeto de los indios del Cuzco, razones para detestar al español y la experiencia y el mundo para organizar un levantamiento.
En términos más amplios, en 1780 las autoridades coloniales continuaron intensificando las reformas borbónicas, una serie de medidas que incrementaban los impuestos y las demandas de mano de obra sobre las poblaciones indígenas, al mismo tiempo que reducían su autonomía. Los reformadores españoles buscaban restringir el pacto creado en el siglo XVI que garantizaba a los indios ciertos derechos, entre los que se incluían un alto grado de autonomía cultural y política, y el control de la tierra comunal a cambio de subordinación y una lista de impuestos".
El peruanista alemán Jürguen Golte también ha abordado la rebelión encabezada por el curaca de Surimana, Tungasuca y Pampamarca en su libro Repartos y Rebeliones: Túpac Amaru y las contradicciones del sistema colonial (Institutos de Estudios Peruanos, 1980). El académico, en una entrevista concedida a la Universidad de Piura, enfatizó en la necesidad de desvincular a Túpac Amaru II de los próceres de la Independencia del Perú:
"La rebelión general se dirige contra la burguesía financiera limeña y no contra la corona española. Por lo tanto, no apunta hacia la independencia, sino a derogar un sistema de captación de riqueza en todo el Virreinato. Precisamente, el causante de esa captación es el grupo social que después de la Independencia toma el poder y reorganiza el Perú en función de sus intereses. Los jefes indígenas y representantes y curas provincianos –incluso el obispo cusqueño–, que acompañaron a Túpac Amaru, luego quedaron al margen de la sociedad. Decir que Túpac Amaru es un prócer de este Perú, sería como incluirlo en una historia de la cual él se quería distanciar. Lo que él quería era que este centro no funcione como centro de captación de renta".
Otra publicación que aborda el tema es La gran rebelión en los Andes. De Túpac Amaru a Túpac Catari (Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, 1995) escrito por la historiadora Scarlett O'Phelan. Justamente, Teodoro Hampe Martínez, al comentar este libro, escribió:
"En 'La gran rebelión en los Andes', perfectamente situada en el contexto económico-social de la región cusqueña a fines del siglo XVIII, la autora expone la vigencia del sistema de tributos indígenas y prestaciones laborales forzadas o mitas (en minas, chacras y obrajes), que existía desde los principios del establecimiento colonial. Una alteración en este sistema hubiera significado un cambio radical, de índole estructural, en la organización social y el modo de producción del virreinato. A esta transformación tendía justamente la agenda política de los indios del común, expresada en numerosas proclamas y rebeliones de la época dieciochesca.
Pero el cacique Condorcanqui mostró al respecto una actitud meramente tibia, abogando sólo por la derogación de la mita minera de Potosí y por la suspensión temporal de los tributos. Hay que tener en cuenta que el caudillo rebelde buscaba salvaguardar también su estatus de indio noble y opulento hombre de negocios, que se beneficiaba con la fuerza laboral aborigen. Es por esto que en el Alto Perú, donde la adhesión de caciques y criollos a la causa tupacatarista fue virtualmente nula, el objetivo de abolir los tributos se hizo más explícito. Pese a utilizar la retórica y parafernalia propias del mesianismo incaico, Túpac Amaru no abogaba por un retorno a la situación del Tahuantinsuyu -como lo han sugerido John H. Rowe y otros autores-, sino más bien por la preservación del Perú virreinal, o sea, del pacto colonial de madurez que se había establecido a lo largo del siglo XVII".
[Foto de portada: Mural de Juan Bravo]
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