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Renato Cisneros: "Un recuerdo ya es una ficción"

El finalista peruano del Premio de Novela Mario Vargas Llosa por 'La distancia que nos separa'  critica las ínfulas mesiánicas de Alberto Fujimori, desconfía de quienes nombran a sus hijos como sus padres y aspira a hacerle honor a su propio padre distanciándose de él.

Publicado: 2016-04-21

“La función de los periodistas hoy es poner las cosas en contexto y recordar”, afirma Renato Cisneros, periodista peruano de la era digital y autor de La distancia que nos separa, una novela que, justamente, pone en contexto y recuerda la vida de su padre. “Me espanta la debilidad de la gente por el futuro, por consultar brujos, por la cartomancia. Creo en el pasado como la etapa donde se narran las cosas”. Aunque La distancia que nos separa es, según la advertencia inicial del autor, una novela de autoficción, Cisneros ejerce en ella su labor de escritor con el detallismo obsesivo y el tono veraz que solo pueden provenir del oficio periodístico. 

Gracias a esta actitud, que por momentos se percibe como un profesionalismo casi oficial, la novela de Cisneros es capaz de trascender las confesiones, secretos y detalles íntimos de su relación con su padre, el controversial militar conocido como el Gaucho Cisneros, para equilibrar los recuerdos y la historia. En ese equilibrio, la lectura de La distancia que nos separa tiene el doble efecto de representar con claridad una época de la historia política peruana y de obligar al lector a pensar en sus propios padres: al fin y al cabo, la relación entre el Gaucho y su hijo está marcada por las mismas frustraciones y complicidades que cualquier otra.

En uno de los capítulos finales de la novela, Cisneros relata un viaje a Disneylandia durante los últimos años de vida de su padre. El hijo, como todo buen adolescente, se porta pésimo y solo intenta resarcirse en el último instante, cuando el viaje está terminando y es demasiado tarde. “No sé si quise rectificar o corregir el pasado, pero lo que haya sido fue completamente inútil”, concluye Cisneros con su estilo directo y fáctico. Nada más lejos del Cisneros adulto, del autor de La distancia que nos separa, que intentar corregir o rectificar nada. Más bien, echando mano de su propia premisa para el periodismo, se limita a poner en orden su propia historia con la esperanza de aclarar, así, su presente.

Ahora, la novela de Cisneros es finalista para el Premio de Novela Mario Vargas Llosa, acaba de emitir su quinta reimpresión a solo un año de ser publicada y su autor ha emigrado a Madrid para dedicarse exclusivamente a la escritura. Desde el exilio, Cisneros se ha encontrado con que el Perú, a diferencia de él, no parece estar dispuesto a pensar en el pasado para tomar sus decisiones en el presente: tras una primera vuelta electoral, el país vuelve a dejar en el primer puesto a Keiko Fujimori, hija también de un padre autoritario, aunque notoriamente menos reflexiva que el hijo del Gaucho.


Pareciera que el ejercicio de memoria e investigación que tú has hecho con La distancia que nos separa el Perú no lo ha asumido como una responsabilidad educativa o política.
Hay una renuencia general a mirar hacia atrás. No me gustaría achacarle esto a ninguna ideología en particular, pero muchos ideólogos de derecha o los partidos de derecha tienden a despreciar el pasado como una temporada que fue violenta y que debemos olvidar, cuando en realidad nuestra idiosincrasia y nuestro temperamento se entiende mejor leyendo el pasado que prediciendo el futuro. Yo he asumido el tema de la memoria algo muy individual, y es muy difícil llegar a un acuerdo colectivo respecto a las cosas que nos ocurrieron como país. Hay desacuerdos hasta en términos retóricos: no sabemos si lo que pasó fue una guerra, violencia política, únicamente terrorismo o también terrorismo de estado. Hay tantas versiones cruzadas que, aun cuando todos sabemos que aquel periodo fue básicamente desastroso, conseguir algo así como un análisis de la memoria es muy individual.
En ese sentido, ¿cómo ves la situación de ser hijo de un personaje político implicado en conflictos reflejada en Keiko Fujimori?

©RAÚL GARCÍA / LAMULA.PE

Es curioso que me lo preguntes, porque en las últimas semanas me han preguntado por qué critico a la dictadura si mi padre formó parte de una dictadura, como si yo no supiese hacer el deslinde entre lo que mi padre pensaba y lo que yo pienso. En las sociedades machistas, patriarcales, existe la tesis de que los hijos deben ser herederos de los padres en todo sentido, cautelar su memoria, seguir la misma carrera. Creo que Keiko Fujimori se ha demorado mucho, quizá porque en el fondo sí piensa igual que Alberto Fujimori, en hacer estos simulacros de deslinde. Su forma de zanjar con el fujimorismo así como lo conocemos ha sido muy cercana a la campaña, lo que hace pensar que hay algo más teatral que sincero en su nueva postura. Además, en su entorno hay presencias que están contaminadas de aquellos años.

No creo que haya que desterrar la idea de que algún día el fujimorismo pueda convertirse en otra cosa, pero para eso tiene que pasar mucho tiempo y no sé si ella o su hermano Kenji van a ser necesariamente los encargados de hacernos creer que el fujimorismo cambió. Keiko aceptó ser primera dama y toleró una serie de cosas durante el gobierno de Fujimori, pero sus responsabilidades políticas son limitadas. De todas formas, tampoco tiene atributos de buena presidenta potencial, porque como funcionaria pública fue básicamente una nulidad. Lo que le convendría es identificar cuáles son las cosas que la diferencian de Alberto Fujimori, el dictador.

Hay una especie de fetichismo en el fujimorismo. Para empezar, su partido no se llama 'fujimorismo', pero ellos mismos se refieren a él como tal, como tú dices con una línea patriarcal que viene de él.
Sí. Desde su origen fue un partido articulado alrededor de un personaje y con el paso de los años eso se convirtió en un claro ejemplo de caudillismo con ínfulas mesiánicas. Tendría que rebautizarse, pero aunque ha sido rebautizado muchas veces -ha sido Cambio90, Nueva Mayoría, Perú2000- su ADN está contaminado por lo que ocurrió, sobre todo, en la segunda parte del gobierno de Fujimori.
Hace un rato decías que te preguntan cómo puedes opinar tú si tu papá también estuvo involucrado en una dictadura.
Hay una creencia de que los hijos tenemos que pensar como pensaban nuestros padres, y que disentir de eso es como traicionar la memoria del padre. Al contrario, nada habla mejor de un padre que un hijo que discute las cosas que el padre piensa: no es un hijo dogmatizado, es capaz de tener una mirada crítica. La idea de que no hay mejor maestro que aquel que forma un alumno que lo supera me parece aplicable también a las relaciones padre-hijo, no solo en la literatura, sino en la vida cotidiana. Me dan más de fiar los hijos que son capaces de distanciarse críticamente de sus padres que los hijos que bautizan a sus hijos como sus padres. Es absolutamente prejuicioso lo que estoy diciendo, pero esa tendencia a repetir y a pensar igual que la generación anterior, sin discutir nada, es peligrosa.
¿Cuál es, entonces, la separación o diferencia que has encontrado entre el autoritarismo de tu padre y el de Montesinos, en cuanto al uso de la inteligencia como medio para fines dudosos?

©RAÚL GARCÍA / LAMULA.PE

En los 70s, en el gobierno de Morales Bermúdez, mi padre fue Ministro del Interior y echó mano de prácticas como el seguimiento, el chuponeo, que a mí me parecen reprobables. Toda dictadura hace uso de esos mecanismos, pero en el caso de Montesinos, además de esas estrategias un tanto siniestras, hubo perversidad. Mi padre se enfrentó con Montesinos asumiendo una postura que tenía que ver con defender la institucionalidad de las Fuerzas Armadas. Sin negar que mi padre fue un personaje autoritario, que además trabajó para generarse una imagen autoritaria, no encuentro muchos paralelos más allá del parecido en algunos métodos que se utilizaron.
En la novela misma, me llamó la atención la ausencia o presencia muy tácita de tu madre. Desde el principio, el planteamiento es que el psicoanalista te dice que la madre te da la naturaleza y el padre, la cultura. Entiendo que es una investigación sobre tu papá, pero esa ausencia, ¿es consciente, deliberada?

A pesar de que su presencia literaria, para no hablar de mi madre biológica, está difuminada, mucha gente ha leído la novela como un homenaje a ella, a las cosas que soportó, que aguantó, en fin. Pude haberme puesto a analizar a los dos padres, pero los escritores operan respecto a aquello que no ven, aquello que dudan, que no tienen. Uno escribe para completar o mejorar la realidad. El que no estaba era mi padre y lo fascinante es poder, a través de la literatura, resucitar la memoria de quien ya no está. 

Fue por eso y porque la figura del padre me parece literariamente más potente, Hay una tradición literaria respecto al padre porque el padre encarna claramente al poder, es el que norma tu vida, el que diseña las reglas. A la larga, cuando uno es adulto y se hace preguntas sobre el padre, también se hace preguntas sobre el poder. Analizar al padre es una manera velada, intimista, de hacerse una pregunta más ambiciosa: cómo se ejerce y se administra el poder en nuestras sociedades y países. Seguramente mi madre será otra novela en el futuro y tendrá otro tipo de influencias, pero en ese momento yo sentía que había que desenterrar al muerto.

Tú hablas de desenterrarlo o de recuperarlo, pero a la vez buscar al padre puede ser más o menos lo mismo que matarlo. Estos momentos de humanidad que encuentras en él a posteriori implican justamente deshacer la figura de poder o de absoluta templanza que él tenía.
Sí, claro. La literatura recrea, pero también para reformar. Es como si la escritura convocase la memoria del padre, pero para tergiversarla y acomodarla a tus necesidades. En la novela digo que la biología de la literatura me permite engendrarlo, y engendrar literariamente al padre es una manera de matarlo; traerlo a mi terreno, así como él me llevaba al suyo cuando era chico. Lo he hecho jugar bajo mis reglas, y opera como un personaje literario hecho de mis recuerdos, pero también de las cosas que he ido encontrando, de los testimonios que recogí de gente que lo conoció. Esa información se concreta en un personaje que ya no es mi padre biográfico sino el Gaucho Cisneros de la novela. Pero estoy de acuerdo contigo: uno lo resucita no sé si para volverlo a matar, pero sí para cambiarlo, para transformarlo.
¿De ahí viene tu impulso de incluirte a ti mismo en la novela?

©RAÚL GARCÍA / LAMULA.PE

Yo no aparezco mencionado en la novela. El narrador es el hijo, pero yo no quería escribir una novela únicamente sobre mi padre, eso podría tener peligrosos tintes biográficos. Lo que quería era escribir la historia de un hijo que investiga a su padre y descubre en el pasado información sentimental sobre él que no tenía antes, narrando a la vez su intimidad con él en la etapa de la enfermedad, el deterioro y la muerte. Quería contar esa historia teniéndolo a él como personaje central, pero siempre con el hijo como un espejo en el que la figura del padre se va refractando. En el camino aparecen personajes secundarios que ayudan a dimensionar al personaje poliédrico que es el Gaucho. La novela era sobre las dos cosas: sobre él, pero también sobre mí preguntándome por él.
Tú pones una advertencia en la primera página, que es como un paraguas legal, pero supongo que sabes que mucha gente lee tu novela como una biografía del Gaucho Cisneros.
No es una biografía desde el momento en que dice que no es una biografía. Yo lo he dicho siempre: hay mucha memoria reconstruida, pero cuando uno reconstruye la memoria implícitamente está tergiversando los hechos. Un recuerdo ya es una ficción. Seguramente hay lectores que la leen más como una biografía, casi como una transcripción de lo que ocurrió, pero yo siento que los lectores ven la novela como una invitación a explorar su propia intimidad. El lector más sensible, al que me gustaría pensar que el libro está dirigido, piensa en su padre mientras yo hablo del mío.
Yo veo dos dimensiones de la novela: esta parte más íntima, que es más universal, y otra más singular que es la investigación, el capítulo más largo y documentado.
Hay una parte más periodística, deudora de la crónica periodística, que es la recapitulación de los hechos de los 70s, 80s, 90s, siempre alternándolos con lo que se vivía en mi casa y cómo veíamos esos hechos. La parte en que hablo de mi padre en Buenos Aires no te diría que es del todo inventada, pero está ficcionada a partir de datos verídicos que yo he compaginado a mi libre albedrío. Cualquiera de mis hermanos podría escribir la última parte, la de la convivencia con él en la enfermedad y la muerte, desmintiéndome, porque cada uno tiene sus propios recuerdos. Los hijos son como lámparas que alumbran un sector del padre pero nunca llegan a tener una imagen completa de él, porque tienen una ubicación en su vida. He intentado alumbrarlo lo más posible desde esa incómoda posición de quinto hijo, con todas las limitaciones que eso implica.
¿Has sentido que la publicación de la novela ha sido un impulso adicional, como superación del padre, para tomar la decisión de irte de Lima?
Yo no creo en la literatura terapéutica. No me he curado de nada, no es que sea una mejor persona ahora o que esté más facultado para ser padre que hace dos años. No creo en el exorcismo de los demonios; en el mejor de los casos creo en su domesticación. Pero aparecen nuevas neurosis, nuevas preguntas. He encontrado cierta voz para contar, y ese es el capital con el que me estoy yendo para invertir los próximos años en escribir, a ver si esta vocación que yo creo real termina por asentarse en libros reales, en historias reales.
Hay un momento en que te diferencias de él por su incultura ("En todos los otros terrenos del conocimiento, su inteligencia y olfato de lobo me arrollaban, pero la poesía me dio superioridad..."). Tu voz para narrar, ¿es parte de esa diferencia?

©raúl garcía / lamula.pe

Parte de la distancia que nos separaba tenía que ver con la distancia generacional. Sus referencias culturales eran muy distintas de las mías porque él tenía cincuenta años más que yo, pero además por su educación militar. Aun cuando era una persona muy sensible y leída para el estándar de los militares, sus inquietudes culturales no eran las que yo tenía. Por eso en algún momento yo pensaba que mi padre debió haber sido mi tío Luis Jaime (Cisneros), que tenía fotos con Borges, con Cortázar, y no este hombre que tenía fotos con Videla, con Kissinger y con Pinochet. Aun así es una demanda del hijo que en las páginas siguientes se contrasta con una amistad que se pone en evidencia sobre todo con la enfermedad.
Pregunto por esa superación a través de la escritura porque pienso en lo que cuentas al principio sobre tu hermana Melania, que se rebela a través de la política. Esa es su forma para distanciarse. Tú has podido escribir este libro, en parte, gracias a su muerte. ¿Cuál crees que habría sido tu rebelión si él hubiese seguido vivo?

El libro en sí es un acto de sublevación. Husmear en el pasado de tu padre sin su autorización es rebelarse ante el poder de las tradiciones que nos invitan a acabar nuestra relación con los muertos una vez que los enterramos. No lo pensé mientra lo escribía, pero el libro también es un acto de protesta. Conscientemente o no, mi padre nos enseñó a protestar ante el poder establecido. Cuando le abrieron un juicio por insulto al superior, porque había dicho que el general Hermoza Ríos, entonces comandante general del ejército, lo sentenciaron a prisión suspendida de 90 días y él pidió ante el juez que la pena se haga efectiva. Tenía la maleta en el auto para purgar la pena. Al exigir que no se lo castigue con medias tintas, mi padre estaba maximizando su actitud de rebelión. Sus hijos, cada uno a su manera, hemos encontrado la forma de aplicar ese legado a nuestra circunstancia.


[Foto de portada: Raúl García / LaMula.pe]
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Escrito por

Valentina Pérez Llosa

(Ex)estudiante de filosofía. Amante del cine, la fotografía fuera del estudio, el café y la comida. facebook.com/vperezll @vperezllosa


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Redacción mulera

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