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Juan Gabriel Vásquez: "No es una metáfora que la violencia del pasado esté presente en nuestras vidas"

El escritor colombiano, finalista del Premio Mario Vargas Llosa por su última novela 'La forma de las ruinas', explica por qué desconfía de la historia oficial de los países, cómo hechos de principios del siglo pasado conviven con nosotros hoy y cuán conservador sigue siendo su país a pesar de sus políticas progresistas. 

Publicado: 2016-04-20

"Los premios son azares maravillosos, pero azares al fin y al cabo”, explica el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, uno de los cinco finalistas de la segunda edición del Premio de Novela Mario Vargas Llosa que se entrega esta semana en Lima. “Este premio ha sido llevado con una seriedad impresionante y además con la vocación de establecer un retrato de la literatura en lengua española y para mí es un privilegio estar acá”.  

Su aporte a ese retrato esta vez se llama ‘La forma de las ruinas’ (Alfaguara), la historia de un hombre obsesionado por encontrar las conexiones entre los asesinatos del político Jorge Eliecer Gaitán que dividió Colombia en dos en la primera mitad del siglo XX, la del diplomático y militar Rafael Uribe Uribe poco antes de presentar un proyecto para proteger a los trabajadores colombianos a inicios de la misma época, e incluso la del presidente norteamericano John F. Kennedy.

Vásquez llega así por segunda vez a la final del certamen con las mismas obsesiones que lo trajeron aquí en la primera edición del premio: el peso del pasado, los fallos de la memoria, la manera en que se cruzan nuestras vidas con el mundo político, fijaciones que novelizó también en ‘Las reputaciones’ (Alfaguara, 2013). En aquella oportunidad el primer puesto se lo llevó el español Juan Bonilla. “La quinta es la vencida”, bromeó Vasquez días atrás ante el público en la inauguración.

La reiteración del trasfondo en ambas novelas es la insistencia de la premisa de sus siete novelas: la historia de los países está demasiado manipulada como para creer en ellas y, por lo tanto, novelizar los sucesos de un país permite ahondar en otras verdades. “Todo esto se hace buscando una verdad humana más profunda que la que puede dar la historia”, dijo a Letras Llibres hace un tiempo. “Eso justifica la distorsión”.


¿Cuándo empezaste a desconfiar de la historia?
Antes de desconfiar de la historia está la sensación de la presencia de la historia, de que el pasado, como dice Faulkner, no está muerto, que el pasado ni siquiera ha pasado. Esa idea me acompañó desde niño porque crecí en una familia donde algunos de mis familiares mayores habían tenido papeles importantes, aunque secundarios, en la historia reciente colombiana. Yo crecí fuera de mi ciudad y solo cuando comencé la universidad empecé a tomar conciencia realmente de cómo la historia había sucedido en esas esquinas y edificios. Empecé a montar caminatas por los lugares donde había muerto Jorge Eliecer Gaitán en 1948, el lugar donde habían matado a Rafael Uribe Uribe en 1914, el lugar donde casi mataron a Bolívar, el lugar donde José Asunción Silva (poeta colombiano) se pegó un tiro en el corazón. Esa es la prueba de que la historia está en cada esquina. Ahí la historia dejó de ser un texto muerto para convertirse en algo que me acompaña.
Mencionas muertes, asesinatos y suicidios. ¿Por qué esa fijación?
Ahí hay algo irracional. La violencia de mi país me marcó de manera especial o creo que soy especialmente vulnerable a la presencia de la violencia pasada entre nosotros. Ahí entra muy fuertemente el nivel irracional que tiene la escritura de una novela. Estos son mis demonios, como dice Vargas Llosa.  Antes de 'La forma de la ruinas', en 'Las reputaciones' mi interés también nació por el suicidio de un caricaturista político de los años veinte, de manera que sí, hay un ingrediente irracional que tiene que ver con los demonios del novelista que trata de resolver en sus ficciones.
¿Por qué la muerte de Gaitán es una de tus obsesiones?

Su asesinato me tocó por razones familiares. Un pariente mío muy cercano, al que conocí más o menos bien, fue un político conservador que tuvo un papel en los días siguientes al asesinato de Gaitán, de manera que eso hizo que yo creciera rodeado de historias y leyendas sobre ese asesinato y que ese crimen sea para mí una presencia más intensa o más visible que para otra persona que solo lo conoce por los libros de texto o las clases de historia de Colombia.

Imagen de la ciudad de Bogotá tras las revueltas posteriores al asesinato de jorge eliecer gaitán 

¿Qué de nuevo descubriste o entendiste de Gaitán ahora que lo has llevado a una novela?
No puedo revelar los descubrimientos narrativos que la novela hace, pero la novela trata de explorar vínculos misteriosos que creo haber descubierto entre los crímenes de Gaitán y de Uribe Uribe y que el personaje de la novela, el que se encarga de llevar la intriga, cree haber descubierto. Él entiende el mundo en términos de teorías de la conspiración y él empieza a ver misteriosos parecidos entre los dos crímenes que han marcado la historia de Colombiana. Es un tipo que no está muy bien de la cabeza pero al final de la novela entendemos cuál es la razón profunda, personal, de su obsesión y nos damos cuenta que no estaba tan loco como parece.
Tu viviste mucho tiempo fuera de Colombia y en alguno oportunidad señalaste que te sentías mucho más cómodo fuera del país, pero sin embargo tu país era fijación muy fuerte. ¿Qué te da la distancia para poder contar tu país?
Hay una perspectiva especial que da la distancia y eso no es nuevo, forma parte incluso de la tradición latinoamericana. Las mejores novelas sobre el Perú, como 'Conversación en la catedral', se han escrito fuera del Perú. 'Cien años de soledad' fuera de Colombia. Incluso 'Yo supremo' de Augusto Roa Bastos, que es la probablemente la gran novela paraguaya, se escribió en Buenos Aires. Es como si siempre hubiéramos sentido la necesidad de cierta perspectiva. Pero además pasa por unas circunstancias biográficas y de temperamento que son distintas para cada escritor. Pero desde luego también tenemos los ejemplos latinoamericanos como Borges o Lezama Lima que prácticamente no salieron de sus ciudades. 
¿Qué no podías ver de Colombia estando ahí?
Comprendí cómo escribir sobre las preguntas que me hacía. En algún momento tuve la sensación de que no podía escribir sobre Colombia porque no lo entendía. Gracias a la distancia comprendí que el no entenderlo era la mejor razón para escribir sobre él, que la literatura que a mí me interesaba como lector era una literatura de interpelación y que parte de las preguntas para contar la historia, en lugar de necesitar una certidumbre, eran necesarias como un punto de partida. Me di cuenta que esa preguntas no eran un obstáculo, sino la razón para escribir.
Ahora has regresado al país, a una Colombia que se encuentra en una situación totalmente distinta a la violenta que narrabas a la distancia. Es un país en proceso hacia la paz y que quizá es uno de los más progresistas de Latinoamérica actualmente. ¿Cómo crees que afecta a tu obra el final de estos dos aspectos tan centrales hasta ahora en tu trabajo?

El país se está transformando de una manera muy brusca y radical. Pero Colombia sigue siendo un país tremendamente conservador. Creo que a pesar de las apariencias, sigue siendo intolerante y fanático. Creo que nunca había sido tanta la presencia de la religión en la política colombiana como ahora. A pesar de los beneficios y progresos que para muchos de nosotros representa el hecho de que se esté negociando una salida al conflicto armado, en el ADN profundo del país sigue predominando la violencia. Es el momento de mayor polarización que yo he vivido desde que tengo uso de razón política. Es un país contradictorio y es un momento muy interesante para estar en Colombia.

Foto: andrea jibaja / lamula.pe

¿El poder escribir, el tener como herramienta la literatura, permite sobrellevar mejor situaciones de los países como la que mencionas?
No lo sé. Sí sé que las situaciones de conflictos, los momentos convulsos de nuestras sociedades, producen literatura. El escritor se alimenta de esos conflictos porque esos momentos de tensión generan la necesidad de entender y entendemos a través de historias. Es a través de la escritura, del relato de nuestro pasado, que vamos, poco a poco, entendiendo el conflicto en el que estamos metidos y el momento actual de Colombia no es la excepción. Lo que pasa es que la literatura se toma su tiempo y no sé cuándo empezarán a salir las novelas que expliquen lo que estamos haciendo ahora. Pero sí sé que la literatura nunca ha sido un universo separado de la vida real, siempre ha sido una herramienta para entender el mundo.
Hay dos libros que has dejado en el olvido, que fueron los primero que publicaste. Pero solo dos años después publicaste el libro de cuentos que señalas como tu primer libro. ¿Qué pasó en eso dos años? ¿Qué entendiste, qué cambiaste para empezar a aceptar tu obra?
Es muy complejo. El segundo libro se publicó cuando yo ya tenía conciencia de que los dos eran insatisfactorios para mí. Tenía muy claro qué era lo que no me gustaba. El tercero tuvo el objetivo de empezar un cierto aprendizaje. Es un proceso muy complejo como para explicarlo en pocas palabras pero lo que yo sentía con los dos primeros es que había aprendido muchas cosas con ellos, pero que eran solo ensayos. Y uno no va a al teatro para ver los ensayos de la obra, uno va para ver la obra terminada. Eliminar los libros de juventud tiene una larga tradición también: Borges lo hacía y Bioy Casares también, así que esos fantasmas me apoyan en mi decisión.
En la inauguración comentabas que una de las preguntas que había guiado tu última novela era entender cómo se hereda la violencia. ¿Has encontrado una respuesta para ella?

He tratado de explorar esa pregunta como lo hacen las novelas: sin respuestas claras y tentativas, pero sí con una cierta comprensión nueva del fenómeno. La única manera que he encontrado para explicar esas respuestas está en las palabras de la novela. Sé que he descubierto que esa idea no es una metáfora. La idea de que la violencia del pasado está presente en nuestras vidas no es una metáfora ni una idea poética, es una idea muy tangible. A Gaitán lo mataron 25 años antes de que yo naciera y sin embargo yo siento la presencia de ese crimen en nuestra vida social colombiana e incluso en las negociaciones de La Habana. Y de alguna manera que no alcanzo a entender, condiciona nuestras vidas y va a condicionar también la vida de mis hijas.


(Foto de portada: Andrea Jibaja / LaMula.pe)

Escrito por

Raúl Lescano Méndez

Periodista. Editor de la revista Poder. @rlescanomendez


Publicado en

Redacción mulera

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