El editor de Etiqueta negra, Julio Villanueva Chang, hizo una buena descripción al presentar a Jon Lee Anderson en el Hay Festival de Arequipa: “A su lado, Ernest Hemingway podría parecer un paralítico”. Y es que el periodista norteamericano es un todo terreno que ha vivido y trabajado en los lugares más impensados del mundo. Y las personas y experiencias que se han cruzado en su camino han quedado registradas en las extraordinarias crónicas y libros que ha publicado sin cesar. 

foto: carmen díaz

Y si hay un tema que parece interesarle en particular a Jon Lee son los villanos. Los tiranos, dictadores, déspotas que siguen apareciendo de tanto en cuando por el mundo. “¿Te aburren los buenos?”, le pregunta con algo de ironía Villanueva Chang, a lo que Anderson responde: “No es que me aburran. De hecho, he escrito sobre personajes buenos, pero siempre quedan en un lugar secundario, como un doctor que conocí en Sudán y que no me cabe duda de que era casi un santo”.

“Eso sí, nunca me he planteado ir a buscar los buenos del mundo”, agrega. “Yo quiero revelar a los que ejercen el poder”.

Porque Jon Lee Anderson es, como él mismo admite, un hombre fascinado con el ejercicio del poder. Alguien que considera paradójico que a estas altura de la civilización todavía exista gente que cometa el error de seguir y ensalzar a poderosos que utilizan la violencia.

¿SON TODOS IGUALES?

Villanueva Chang cuestionó la forma en que solemos agrupar a todos estos personajes con la etiqueta de “dictador”, pese a que –aunque en el fondo el mal que cometen es el mismo– son sujetos llenos de matices y de diversas motivaciones. Jon Lee Anderson concentró toda esa “diversidad del horror” en un texto sobre Charles Taylor, otrora tirano de Liberia.

“Una tarde fui a conocer al dictador más malvado del mundo. Su nombre es Charles Taylor, gobernaba Liberia y era un asesino en serie con el disfraz de un presidente. Había ido a entrevistarlo a su residencia de Monrovia, la capital de ese país, en los días que había ordenado exorcizar su palacio presidencial. No era un megalómano como Saddam Hussein, quien se creía la reencarnación del rey Nabucodonosor de Babilonia, y ejercía su poder de una manera tan absoluta y brutal como otro de sus héroes favoritos, Stalin. Tampoco era como el disparatado de Kim Jong II, el sol Radiante de Corea del Norte, cuyos caprichos llegaban hasta raptar a directores de cine para que rodaran películas bajo su dirección, y era hijo de su fallecido papá Kim Il Sung de quien había heredado su poder dinástico y, gracias a ese curioso sincretismo de estalinismo y confucionismo, también su estatus de dios viviente. Tampoco encajaba en la estirpe de dictadores fundamentalistas como Pinochet, quien desde una lógica nazi y anticomunista de la Guerra Fría, creía que todos sus crímenes eran por el bien de su pueblo.”

Por estos días, Jon Lee Anderson viene escribiendo para The New Yorker un extenso perfil sobre Michel Martelly, el actual presidente de Haití y quien fuera una estrella de la música en su país. Un tipo que hoy ejerce el poder en la nación más pobre de este lado del mundo, pero que antes era un viral en Youtube por bailar en paños menores:

Martelly es un tipo extraño. “Los norteamericanos están enamorados de él, pero a la vez se lleva muy bien con el gobierno de Venezuela, por ejemplo”, explica. Según Anderson, parece una buena persona, pero su séquito está compuesto de un extorsionador, un estafador, un violador, y otros personajes de historial polémico, por decir lo menos.

EL USO DE LA INTUICIÓN

Más allá de las luces y sombras de hombres poderosos como Taylor o Martelly, ¿está el periodismo encargado de juzgar las acciones que cometan? Para Jon Lee Anderson, la respuesta es negativa. “No soy yo quien puede tirar la primera piedra. No estoy para juzgar ni para fiscalizar”, explica.

“Yo escribí que Charles Taylor era el dictador más malvado, pero nunca lo vi matar gente; yo solo sentía que quienes lo acusaban decían la verdad, tenían razón. Eso es intuición”, cuenta cuando se le consulta si la intuición debería ser una palabra prohibida en el periodismo. “No tengo un patrón que seguir al momento de abordar una historia, y quizá por eso uso la intuición”.

Finalmente, aunque pueda parecer una verdad de perogrullo, Anderson hace una aclaración importante: “La intuición es válida, pero la mentira no. Yo nunca he mentido para cubrir una historia: puedo haber omitido cosas, más bien como un gesto diplomático. Pero nunca he mentido”.


Fotos: Carmen Díaz


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