A Irvine Welsh lo diviso en el aeropuerto Jorge Chávez. Es un calvo de metro noventa y cinco de estatura encogido en una de las estrechas sillas de la sala de embarque, tipeando en su MacBook solo con el índice de la mano derecha. No parece tener ninguna prisa. El vuelo que nos va a llevar de Lima a Arequipa tiene un retraso por problemas técnicos. Me acerco a pedirle que me firme un par de libros –uno mío, otro para un amigo– y le cuento que tenemos prevista una entrevista para la mañana siguiente, muy temprano. Él me dice que anda despierto desde las dos de la mañana –ya son las ocho de la noche– y que se la ha pasado haciendo escalas desde Guadalajara, donde participó en la Feria del Libro. Para entenderlo hay que afinar el oído: tiene un acento escocés durísimo. “Pero todo el mundo anda muy inseguro del acento escocés. Hasta yo me pongo paranoico cada vez que vuelvo a Escocia y escucho a mis compatriotas”, bromea.
A la mañana siguiente nos volvemos a ver en la sala de prensa del Hay Festival para la entrevista pactada. Ahora lleva puestos lentes oscuros, no sé si para proteger la falta de sueño o su primera noche de copas. Da lo mismo: su buen humor sigue intacto. Welsh es un hombre curtido, que estuvo preso, superó adicciones, pero logro salir del hoyo para debutar en la literatura con un súper éxito de ventas, 'Trainspotting', que luego fue llevada al cine bajo la dirección de Danny Boyle y también se convirtió en un súper éxito de taquilla. Lo que vino después –más libros, más adaptaciones, más fama– es historia más o menos conocida. Pero es justamente 'Trainspotting' el punto de partida más fácil para esta conversación.
- En algún momento pensé que podías odiar la adaptación al cine que se hizo de 'Trainspotting'. Digamos, toda la exposición mediática, la fama… ¿Cómo lidiar con eso?
- Sí, me dio tanto dinero y tanta fama, fue terrible [risas]. En realidad tuve que lidiar con el hecho de acostarme con modelos y actrices, tomarme todo el alcohol que me ponían enfrente, esnifar toda la cocaína posible, y así hasta que caí en una debacle total y tuve que escapar y buscar una nueva vida. Uno empieza a tener la vida de un estrella de rock casi sin darse cuenta.
- Has dicho que cuando eras niño sentías como si tuviera una especie de “hermano siamés”: mientras uno salía a jugar a la calle con su grupo de amigos, el otro prefería la pasión por la literatura. ¿Esa doble situación sirve al momento de crear, verdad?
- Sí, definitivamente. El libro que publiqué el año pasado, 'The Sex Lives of Siamese Twins', va en parte sobre esa supuesta dicotomía entre el arte y los deportes. A mí solía encantarme jugar fútbol o ir al club de box. En general hacía todas las cosas que los chicos hacen en las calles. Pero luego, de pronto, quería estar solo conmigo mismo, dibujando o escribiendo historias, lo cual es genial porque todos necesitamos momentos de soledad. Y es algo que, me parece, le pasa a todo niño. El problema es que cuando eres pequeño y te quedas leyendo en casa de pronto aparece alguien que te dice: “qué haces, debería estar jugando”. O lo contrario: cuando estás estudiando y de pronto quieres salir a jugar fútbol, ya no te dejan.
- Ahora que hablas de fútbol, tengo que recordar el Mundial de 1978… [cuando la selección peruana eliminó a Escocia venciéndola 3 a 1.]
- Sí, sí, eres el segundo que me lo menciona. Sabía que me lo iban a preguntar así que vine listo para tener que hablar sobre cómo destrozaron a nuestra selección. Era el mejor equipo que teníamos y no hemos podido levantarnos desde entonces. Toda la debacle empezó desde ese punto. Ese día todo el mundo se había encerrado en sus casas o en bares para ver el partido, y luego vino la depresión. Lo peor es que no hemos podido curarnos de eso después de tantos años.
- Pero ahora en el Perú tenemos una selección de mierda también.
Muy bien, se lo merecen. Merecen sufrir lo que sufrimos nosotros [risas].
- Ahora bien, ¿qué tiene más peso para ti al momento de escribir? ¿Lo que has experimentado en la vida o tu imaginación?
- Esa es una buena pregunta porque es una de las cuestiones primarias en mi trabajo. En mi caso, la escritura es un proceso muy del subconsciente: yo nunca estoy del todo seguro dónde empiezan y dónde terminan mis historias. Pero diría que, en última instancia, la imaginación es lo más importante porque un escritor de verdad puede escribir en cualquier entorno, encerrado en una caja o en una celda. Hay grandes escritores que pueden hacer obras extraordinarias con muy pocos estímulos alrededor, solo explotando al máximo su imaginación. Y a la vez la imaginación se puede nutrir de tus experiencias de vida, por supuesto. A lo que voy es que las dos tienen que trabajar juntas. La diferencia está en que las experiencias puedes provocarlas tú: viajar a tal lugar, aprender un idioma, iniciar determinada relación; la imaginación, en cambio, es como un don, algo que se va formando desde niño. Todos tenemos imaginación, pero la clave de un artista es crecer con mucha confianza en ella. Por eso cuando un niño le dice a su mamá “tengo dos amigos en Marte”, el peor error es ignorarlo o reprimirlo. Lo mejor sería decirle “de acuerdo, invita a tus amigos marcianos a la casa para tomar té”. Hay que fomentar la expresión de esa imaginación.
- Cuando escribes de drogas, de libertinaje sexual y de tantos otros excesos, ¿lo haces de una manera fría, objetiva? ¿O hay implícita una crítica?
- No, no lo hago con un afán abierto de crítica. En realidad todos esos episodios suelen provenir del personaje. Yo acostumbro construir personajes muy trabajosamente. Si en mis libros encuentras personajes que de pronto se vuelven alcohólico o enfermos mentales, es realmente el resultado de la crisis interna de ese personaje. Porque me gusta ese tipo de personajes en transición –debido, esencialmente, a que vivimos también una época en transición–.
- La música es muy importante en tu literatura. ¿Escuchas nuevas bandas?
En realidad escucho de todo. Siempre he estado muy interesado en todo lo nuevo que aparece, sea música, cine, literatura. Todo en el fondo me resulta interesante. Y sí, hay muchas buenas bandas. Solo para mencionar algunas de Escocia comenzaría por Chvrches, que es fantástica. Y también We Were Promised Jetpacks o Frightened Rabbit, que son buenísimas. Pero lo que más rescato es cómo se forman escenas locales. En el Reino Unido cada ciudad tiene su escena local de bandas, algo que parece ir un poco en contra del mundo globalizado, pero que lo hace mucho más interesante.
- ¿Por qué elegiste vivir en Estados Unidos?
- No sé si lo elegí. creo que nunca fue una decisión, sino un movimiento natural. Yo me mudé de Dublín a San Francisco y luego pasé a Chicago por cuestiones familiares. Y ha sido muy interesante estar allí. Además, mi editor principal está en Nueva York, lo cual lo hace todo mucho más cercano.
- La última, quizás un poco obvia: ¿cómo ves el siempre permanente deseo independentista escocés?
Creo que va en aumento y que es un indicativo de que, como ya dije, vivimos una época de transición. También es el resultado de la decadencia del imperialismo y de que la economía está cambiando. No sé cuándo se concrete, pero intuyo que podría ocurrir una vez que la reina Isabel muera, porque ella es en esencia un símbolo de esa unidad. Y la mayor parte de la gente que apoya a la reina y la unidad son en realidad gente bastante antigua.
Fotos: Carmen Díaz
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