La lógica musical detrás del trabajo de Mario Maywa hacía inevitable que publicara dos discos juntos. Su trabajo es un diálogo entre los sonidos más primarios y acústicos cercanos a la música étnica, folclórica o tradicional, y los sonidos eléctricos y enérgicos del rock. Y si bien en ambos casos la fórmula es psicodélica -lo que resulta en composiciones con constantes cambios de tiempos y modos que son acompañados de sintetizadores- Maywa ha acertado en separar en un disco blanco y uno negro las dos versiones de él mismo.
En el primer disco, Expansión, Mario Maywa se aferra principalmente a la punteos acústicos y a los tambores que en su constancia reiterativa crean una atmósfera más cercana a los trances. Agiberidu, el primer tema del disco del cual realizaron su primer video, resultó un adelanto fiel a la propuesta de temas como Chinita del monte, Ruta al sol y Animales sueltos, temas en los que los sintetizadores, el bajo eléctrico y el contrabajo surgen como complementos.
En Familia, por el contrario, Maywa deja de lado la guitarra, el protagonista principal hasta ese momento, para centrarse únicamente en la percusión y el canto. Tras ese paréntesis, los dos últimos tracks, Viento eléctronico y Danza raíz, despedida, resultan los más logrados. Se trata netamente de dos huaynos al que Maywa, en la primera, sobrepone su particular canto cercano a algún tipo de canto ceremonial y, en la segunda, el juego de ritmos que ha transitado durante los nueve tracks hasta culminar con una guitarra eléctrica que inicia el tránsito hacia el segundo disco.
Para el segundo disco Andrei Marambio (bajo) y Rubén Guzman (batería), que aparecían como invitados en algunos temas de la primera parte, se transforman en Los Lemurianos para acompañar a Mario Maywa en los ocho temas. Desde el primer guitarrazo de No encuentras claridad, la energía es otra, rocanrolera. El cambio conjunto hacia la guitarra eléctrica y la batería resalta la contundencia del cambio. A ello se suma el canto de Maywa que ahora se permite gritar. Si en la primera parte su canto parecía solo funcionar para las letras cortas, acá las oraciones largas permiten apreciar con mayor claridad la cantidad de tonos y tiempos con los que puede jugar en una sola frase.
Unos volantines destaca por la complamentariedad que logran los tres. Si bien es el momento en el que la guitarra de Maywa se explaya, la batería de Guzman acompaña con un ritmo semejante a las ráfagas de golpes de un boxeador.
Más allá de Cielo y Azul Ultramar que recuperan la atmósfera del primer disco y terminan confundiendo, la intensidad reaparece en No me esperes nada, no, donde el bajo de Marambio marca la pauta acelerada. Proto Moto, al final, resulta una despedida adecuada porque en cuatro minutos y medio, sin canto de por medio, agrupan la psicodelia, el rock, el jazz, y demás ritmos que el oyente encuentre ahí, de tal manera que no solo resulta la última prueba de las distintas ramas por las que parecen querer seguir experimentando, sino que también permite un final que va llegando a partir de una especie de descomposición sonora.
Es un acierto de Maywa no haber decidido únicamente por alguno de los dos caminos.
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