"Un poema sobre el amor —ahora estoy convencido— es totalmente/ innecesario, totalmente desagradable como hablar de la / muerte o hablar de la vida en tiempos como este", escribe Víctor Ruiz Velazco en 'Defensa del Amor [Discurso]', uno de los poemas de El fin de la poesía, su más reciente publicación bajo el sello de Paracaídas Editores. Un libro en donde la voz poética se echa andar para explorar -a través de su ojos- el entorno y su propia memoria. Ambos elementos navegan juntos. Y en algunos casos con una precisa claridad y cadencia que sumergen al lector en un mundo de escenarios cotidianos que esconden -en su interior- una complejidad filosófica.
La narración poética no es un recurso ajeno al escritor nacional que hace algunos años decidió publicar un selección de cuentos titulada La felicidad es un arma caliente. Desde sus primeros versos –hablamos de poemarios como Aprendiendo a hablar con las sombras, Dèlibàb (enemigo del viento)- fue clara la utilización de este recurso que responde –podríamos conjeturar- a una marca generacional.
El fin de la poesía es el testimonio de un recorrido, un viaje sin retorno que significa volcarse a la vocación poética, de un autor con varios libros tras la espalda. Al mismo tiempo, el poemario puede leerse como un homenaje -directo e indirecto- a figuras relevantes para formación literaria del autor como José Watanabe, Jorge Eduardo Eielson, Juan Manuel Roca, Bob Dylan, Pearse Hutchinson, entre otros.
"el poema que nunca acaba con la escritura del poema" reza uno de los versos escritos por Ruiz Velasco. La constante reflexión sobre la escritura y el sentido de ser poeta se 'respiran' en los 24 poemas que conforman este libro que se presentará el 24 de noviembre en la XXXVI Feria del Libro Ricardo Palma de Miraflores (Parque Salazar). Antes de ello, el poeta se animó a conversar con LaMula.pe:
¿Por qué insistir en el título con el tópico del 'fin de la poesía'? ¿No es claro que la poesía, al final, prevalece?
Semánticamente el título es muy rico y también, en alguna medida, es una paradoja. Es decir, puede ser interpretado como tú lo has hecho: la poesía es una respuesta en sí misma; allí se resume su utilidad y belleza. Siguiendo a Platón: todo lo útil es bello. No en un sentido estético sino como una valoración ética. Como cuando William Carlos Williams dice: «Solo hay ideas en las cosas». Por otra parte, el título también puede interpretarse como la aceptación de que existe un agotamiento, una caducidad en lo que conocemos por poesía, que es básicamente aquello que Eielson llamaba, sabiamente, «poesía escrita». Y en ese punto es importante incidir en que el único agotamiento posible sería el de la materialización, o el intento de materialización de un estado que encuentra su encausamiento en el poema. Se trata, entonces, también del agotamiento de un lenguaje que ha dejado de servirnos para horadar al propio lenguaje, que comporta un proceso de estructuración del mundo, y que se ha domesticado, banalizado, se ha convertido en mercancía y ya no dice, no tiene un correlato con lo real, y que cuando dice no sabe ni busca saber, sino que es elusivo o, en el mejor de los casos, solo nos sirve para hacer objetos, fósiles de palabras, fórmulas que no transportan sentido. Y existe una tercera lectura que se disfraza de exorcismo público y que resume, probablemente, las dos lecturas anteriores; aquella que se refiere al término de un proceso en mi propia obra.
En tus poemarios, la prosa es un elemento recurrente ¿Elegir este recurso responde a una cuestión de seguridad al momento de escribir o tiene que ver más bien con la elección de los tópicos poéticos que abordas?
Más que la prosa creo que es el elemento narrativo. Y esa elección está presente en la génesis misma del poema, como cuando escribes un cuento o una novela y lo primero que decides es con qué persona narrar y en qué tiempo. Como mínimo tienes tres opciones en cada caso y el resultado de la combinación de estas entre sí… En poesía no es tan distinto, aunque quizá el punto en que se parten las aguas este en que en vez de un narrador (en primera, segunda o tercera persona) construimos un Yo poético, sea hierático o maleable, y mientras en un cuento desarrollas una historia casi siempre a partir de una pregunta, una escena (la metáfora del hueso que aflora de la tierra y el escritor que empieza a desenterrarlo sin saber si hallará un perro o un dinosaurio, como dice Stephen King), en el poema, incluso en un poema narrativo, incluso en un poema escrito en prosa (nunca debe decirse prosa poética porque es un reduccionismo que parte de pensar la poesía exclusivamente como lírica), cuyo hueso encontrado es casi siempre una primera imagen que se fija para generar un ritmo, en lugar de escarbar como arqueólogo (como lo haría un narrador que se precie de serlo: sabiendo exactamente delimitar su zona de trabajo, usando minúsculos cinceles y finísimos pinceles para retirar el polvo y la tierra del esqueleto sin dañarlo), lo que hace el poeta es desenterrarlo como lo haría un perro: para quebrarlo en su hocico buscando el tuétano que estuvo allí alguna vez pero ya no.
Hay un epígrafe de Pearse Hutchinson que me llamó la atención [" y vi el ser poeta como una prisión/, y todos los soles como limosnas de luz de día"] ¿Son la memoria y el paisaje los canales de escape del poeta?
Hutchinson fue para mí una revelación hace algunos años; un poeta irlandés en expresión inglesa que un buen día decide, encuentra más bien, que el inglés, esa lengua impuesta, no le basta. Entonces explora en el gaélico y esa búsqueda en sus raíces, entiende, es su búsqueda de la sanación también. Como decía Becket: la escritura es la búsqueda de una salud. No confundamos este proceso con la simplificación de pensar la escritura y la literatura con un fin terapéutico per se. No tiene nada que ver. La poesía no es una declaratoria de sentimientos ni una lista de deseos de fin de año arrojada al viento. La idea de la salud va por la posibilidad de salir de una prisión, de la ausencia de sentido, de mundo. Por eso Hutchinson dice, refiriéndose a su escritura en inglés: “Supe que el mismo vacío se encogía,/ que el mundo se encogía,/ y vi el ser poeta como una prisión”. La lectura no tiene que ver con la búsqueda de lo vetusto pueril y el feliz solaz de quien se escapa del mundo para vivir en un pasado edénico en que fuimos más bellos, más fuertes, más inteligentes; sino en emprender el camino para encontrar aquello que falta, que no sabemos muy bien qué es pero que desde siempre nos duele.
¿Cómo afecta a la poesía eventos como los sucedidos en París? ¿Cómo responde la poesía ante ello? ¿Debe decir algo?
Creo que la pregunta es cómo afectan a la especie humana los sucesos de París, Siria, México, Perú o cualquier parte del mundo en que una Idea, en el sentido hegeliano, se sobrepone al individuo. No hay dios que valga la vida de una sola persona; sea este irrepresentable o tenga el color del dinero. No hay vida más valiosa que otra. La muerte de una persona nos diezma como especie, como raza humana; cuánta razón tenía John Donne. La poesía, en ese sentido, si no se revela como un sentimiento de adhesión genuino con nuestro prójimo, no solo es insuficiente sino innecesaria, es patética, mera torre de palabras oportunistas, traiciona su esencia. Es cierto que el escritor es lo que le sucede y que el contexto determina su visión de la realidad, pero estoy seguro que en la escritura de un verdadero poeta o narrador no existe esa direccionalidad, ese timening, esa búsqueda de “utilidad” en un sentido mercantil. El tema se presenta de manera inconsciente, como una falla, un síntoma. ¿Te has dado cuenta de que el poeta siempre vive para contar la historia que otros protagonizan, sean héroes o villanos? ¿Comprendes que esa historia es siempre la Historia de la guerra? ¿Es eso lo que queremos heredar a los que nos sucederán? Y sin embargo, el poeta persiste en su oficio, cual profeta que sostiene un don. El problema, la gran tragedia sucede cuando este poeta o profeta le sobrevive a su palabra.
La obra de Eielson es una influencia muy fuerte. ¿Cuesta mucho llevar esa mochila? ¿Cómo encuentras una propia voz con una sombra tras grande tras de ti?
Eielson es un poeta determinante para todos los que empezamos a escribir a partir del año 2000 y nunca lo he sentido como una carga. Nunca he sentido como carga a ningún poeta al que siempre regreso. Cuando empezaba a escribir los mayores decían: “Aún no encuentras tu voz”. Podía hacer Eielson, Juarroz, Hinostroza, Hahn, Gelman, Cisneros, Roca, sobre todo Roca. ¿Acaso el pintor no aprende su oficio copiando a los grandes maestros? Me preguntaba entonces dónde estaba mi voz. Y a veces también qué era una voz. ¿Ser reconocible siempre? ¿Eso no sería dejar de copiar a otros para empezar a copiarnos a nosotros mismos que pasamos como notables habiendo aprendido a hacer tres o cuatro cosas medianamente bien? En cuanto creí encontrar mi voz decidí no volver a cantar esa canción y si ha habido algo constante en mi obra eso ha sido la necesidad de escribir siempre desde donde ya no sabía. Ahora publico este libro y me preguntas por Eielson y la influencia que ―piensas― tiene en mí, y no puedo dejar de pensar en uno de sus últimos poemas y hacerlo mío para responderte: “No es necesario escribir bien/ Para escribir un poema/ Se necesita solo amar/ Y amar solamente/ Aunque lo mejor es siempre/ No escribir”. Lo mejor es siempre no escribir; por fin lo he entendido.
Biografía
Víctor Ruiz Velazco (Lima, 1982). Sus cuatro primeros libros de poesía fueron reunidos en Barlovento (2001-2011). En 2012 publicó Fantasmas esenciales, libro ganador del Premio Nacional José Watanabe Varas de Poesía 2011, organizado por la Asociación Peruano Japonesa. Ha sido traducido al francés, italiano, portugués e inglés. En 2013 publicó su primer libro de cuentos La felicidad es un arma caliente. Es antologador de El fin de algo. Antología del cuento peruano 20001-2015.
[Foto de portada: Laura Luz Correa]
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