A mediados de 2013, en Estambul, la capital turca, miles de personas se congregaron para defender el Parque Gezi, que iba a ser destruido para construir un centro comercial. El gobierno turco, liderado por Recep Tayyip Erdogan, había iniciado una serie de legislaciones represivas de la libertad de expresión, y el proyecto del Parque Gezi se convirtió en un símbolo del neoliberalismo musulmán conservador de su partido. Un cálculo del Ministerio del Interior turco dice que, durante las primeras tres semanas de julio de 2013, alrededor de dos millones y medio de personas participaron en las protestas de Estambul.
Ante esta serie de eventos, las cineastas turco-alemanas Ayla Gottschlich y Biene Pilavci sintieron la necesidad de ir a Turquía para ver la revolución de primera mano y hacer una película mostrándola al mundo. El resultado de ese viaje es Un año de Estambul: Crónica de una revolución, un documental en el que Gottschlich y Pilavci narran, en primera persona, su experiencia en Turquía, sus enfrentamientos con la policía y sus nuevos aprendizajes sobre su país. Tanto la madre de Gottschlich como los padres de Pilavci migraron para trabajar en Alemania antes de que ellas nacieran, y Crónica de una revolución tiene la doble cualidad de ser un relato de la forma de vida durante el Verano Turco a la vez que una exploración de las raíces de las directoras.
“No pretendemos ser objetivas: desde el principio somos parte de ellos y pensamos igual que ellos, y la audiencia lo sabe”, cuenta Pilavci en una sala de entrevistas del Festival de Cine de Rio de Janeiro. “No se trata de la verdad, sino de nuestra verdad”.
Una vez en Estambul, las dos amigas se internan en el Parque Gezi y, como por azar, escogen a cuatro protagonistas. Cada uno está en Gezi por razones distintas, cada uno viene de una cultura distinta, pero todos están juntos entre las miles de personas que vivieron varias semanas como una sola comunidad, protegiendo el parque.
En medio de esa gran mezcla de gente, Pilavci y Gottschlich conocen a dos mujeres, cada una con una lucha distinta, cada una feminista a su manera. En el documental, se ven obligadas a confesar que, en su propia mentalidad occidental, no pensaban que las mujeres turcas tuviesen sus propias formas de ser feministas. Así, uno de los grupos es el de los musulmanes anticapitalistas, liderado en parte por una mujer que usa hiyab y defiende la ley Sharia. “¿Entonces entre quienes protestan también están los musulmanes, lo que defienden el apedreamiento de mujeres y que se corten las manos a los ladrones?”, se preguntan las cineastas. Por supuesto, Crónica de una revolución también es una exploración de los prejuicios que Occidente impone, y, a través de Gottschlich y Pilavci, nos muestra una manera distinta de ver la religión más temida de Europa.
“Podríamos ser más abiertos”, dice Gottschlich en una de sus pocas intervenciones durante la entrevista. “Todas nuestras vidas hemos oído que la Sharia es algo malo, pero podemos mirar lo que hay detrás de la religión, porque hay gente que quiere vivir con ella y no podemos decirles que es mala”. Así, curiosamente, la revolución de Gezi se convirtió también en una lucha por el derecho a ser musulmán en un país musulmán.
“Para vivir una vida autodeterminada, tienes que luchar, sin importar dónde vivas”, dice Pilavci pensando en su propio feminismo. Al fin y al cabo, la lucha por la autodeterminación fue lo que convirtió a Gezi en un evento multitudinario, y es gracias a eso que musulmanes, ecologistas, periodistas y homosexuales pudieron compartir –hasta que no aguantaron más la violencia policial– una protesta, formar una comunidad: en la autodeterminación, una multitud de individuos puede unirse sin importar cómo se defina cada uno.
“En Turquía y otros países similares, la familia es una gran prioridad en la vida diaria, y el individualismo no lo es tanto”, afirma Pilavci. “Esto tiene muchas ventajas, pero la gente de Gezi tenía las ventajas de ambas cosas: de ser un individuo y de vivir en un colectivo, como una familia. Quizá eso fue lo más especial.”
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