En Sicario: Tierra de nadie, la jefa de un escuadrón de rescate de secuestrados del sur de los Estados Unidos, es convocada por Matt, un misterioso agente que usa sandalias en las oficinas de la policía, para una misión cuyo objetivo es desmantelar una red de narcotráfico mexicana. Aunque Matt (Josh Brolin) le dice a Kate que la misión será en la ciudad estadounidense de El Paso, el jet privado en el que viajan los lleva a una base cercana a Ciudad Juárez. Ahí, Kate, Matt y otro hombre misterioso, Alejandro (Benicio del Toro), trasladan –con un pequeño ejército de fuerzas estadounidenses y mexicanas–, a un narcotraficante preso para interrogarlo en los Estados Unidos. A partir de ese momento, queda claro tanto para Kate como para el espectador que la función de la más que correcta agente de policía en esa operación más bien ilegal no tiene nada que ver con sus habilidades, y el resto de Sicario consiste en tratar de descubrir la verdadera razón de su presencia.

Así, la Kate de Emily Blunt se convierte en un medio a través del que el público trata, como ella, de entender la situación y de justificar de alguna manera las acciones lideradas por Matt y Alejandro. La premisa de esa búsqueda es una de las primeras cosas que Alejandro le dice a Kate: “Ahora nada de esto tiene sentido, pero al final comprenderás”. Felizmente, la película de Denis Villeneuve no da por sentada la veracidad de esa afirmación y, aunque cada vez se ve con mayor claridad la cadena causal de las decisiones de los agentes, los elementos de Sicario se van acomodando de tal forma que la causalidad no sirve como justificación para la violencia.

Usando un trabajo fotográfico que encuentra la belleza en el desierto y deja la mayor parte de la violencia a las impresiones auditivas, Villeneuve consigue retratar, con la misma intensidad, dos cosas: por un lado, la confusión y la indignación de Kate, que no es un soldado raso sino una líder dispuesta a asumir una actitud crítica; por otro, la soledad de la protagonista no solo en su nuevo trabajo sino en su vida personal, su depresión y la fuente de su falta de ‘feminidad’ en el sentido tradicional de la palabra. Para ambas cosas, la actuación de Emily Blunt es esencial, y por momentos Sicario parece construida alrededor suyo. Blunt consigue, en una película en la que usa una camiseta de hombre casi todo el tiempo que no usa su chaleco antibalas, expresar en un lapso de diez minutos los imperativos morales de Kate, su frustración con la autoridad, su sensualidad y su agilidad física.

Si algo descuida la película de Villeneuve, como la mayor parte de producciones acerca de la guerra contra el narcotráfico, es la pregunta por la necesidad de esa guerra. En una escena de Sicario, el personaje de Josh Brolin le dice a Kate que, para que termine el conflicto, alguien tendría que convencer a la gente de dejar de jalar y fumar drogas. Se da por sentado, entonces, que el consumo de drogas es en sí mismo algo negativo –incluso pecaminoso– y es responsabilidad del gobierno estadounidense intervenir en cualquier lugar con tal de suprimir la sola posibilidad de ese consumo.

Es cierto que hay una cantidad limitada de temas que puede abordar una película, y Sicario ya pone sobre la mesa el debate sobre los métodos de guerra estadounidenses, pero seguir culpando a los consumidores de marihuana y cocaína de la guerra contra el narcotráfico no parece llevar a ningún lado. Por otro lado, aunque la película aborda la cuestión del derecho de guerra, tampoco termina de preguntarse por la justificación del intervencionismo estadounidense en sí mismo, y en ese sentido la traducción del título resulta reveladora: tanto los cines castellanos como los portugueses aumentan el subtítulo de ‘Tierra de nadie’, pero la guerra que los estadounidenses libran en Sicario sucede en tierra que es de México.

Se podría alegar, en favor de Sicario, que el personaje que emite esa sentencia no queda muy bien parado en la película, así que lo que diga no representa el punto de vista de sus creadores. Sin embargo, y aunque estrictamente parezca adecuado, también es necesario dar cuenta de manera explícita de la discusión alrededor de las fuentes de una guerra que ya tiene más de treinta años. 

En todo caso, Sicario es una película que obliga al espectador a ponerse a pensar sobre la guerra y la forma en que la ejerce, particularmente, Estados Unidos. Denis Villeneuve lo hace no solo recurriendo a las cualidades estéticas y dramáticas ya mencionadas, sino de una manera que explota las mejores herramientas del cine para hipnotizar a quien mira y mantenerlo en el borde de su asiento: lo entretenido no quita lo reflexivo.


Notas relacionadas en lamula.pe:

Narcos, episodios 1-3: Una serie con ambición de documental

11 películas sobre la Guerra de Vietnam

American Sniper: un retrato acrítico de un hombre extraordinario

Magallanes: Culpa, redención y egoísmo en Lima