La obra de Cristina Planas ha estado marcada por la polémica. Y aunque podría pensarse que ese es su propósito, que busca la controversia como una forma –válida también, si lo fuera– de remover conciencias y susceptibilidades, en realidad nunca ha sido una motivación. “Pareciera que mi deseo es polemizar, pero en realidad es algo que no me hace bien, es desgastante”, admite. Para ella, las obras deberían defenderse por sí misma, como una pieza de arte en sí. Nada más.

Ahora, afortunadamente, algo de justicia parece redimirla: Cristina se ha convertido en una de las tres finalistas del Financial Times y OppenheimerFunds Emerging Voices Awards, premio que, como indica su nombre, reconoce el trabajo de artistas de países emergentes en tres categorías: cine, narrativa de ficción y artes plásticas. En esta última, Cristina comparte la terna de candidatos junto a la mexicana Fabiola Menchelli y el colombiano Pablo Mora, luego de superar una lista previa de 10 nominados y un total de 800 postulaciones iniciales.


ARTE QUE EMERGE

Pero, ¿qué significa ser emergente?

Para las bases del concurso, cualquier país con un ingreso per cápita inferior a los 12.746 dólares. Para Cristina Planas, es una condición más profunda: “Al escuchar esa palabra –dice ella–, pienso en países con problemas no resueltos; países que no se han consolidado del todo, que tratan de establecerse, que buscan salidas”. Esos son, quizá, los rasgos que hermanan a los artistas latinoamericanos que han participado en este concurso: el impulso de utilizar las limitaciones de una región tan rica como compleja, en la que la convulsión social y económica parece funcionar como acicate para la creación.

Planas ha llegado a la instancia final del Emerging Voices Awards con cuatro obras de los últimos años. Seleccionarlas dentro de todo su trabajo no fue fácil, pero en cierta forma, al revisar su producción ha encontrado puntos en común que habían pasado desapercibidos para ella misma. “Este concurso me ha permitido mirar hacia atrás y entender que mi trabajo nunca ha sido demasiado espontáneo. En esta dinámica encuentro cosas que siempre atraviesan mi obra, y otras que ya han cambiado. Es como ir al psicólogo”, afirma.

Además, resultó ser la oportunidad perfecta para mostrar sus trabajos en el exterior, sin necesidad de formar parte de una gran feria, como ella misma asegura: “Nunca me han invitado a una feria ni he querido participar. Creo que no pertenezco a ese espacio”.


DE CRISTOS A GALLINAZOS

La primera de las cuatro obras con las que Planas se presentó al concurso tiene una historia particular, que grafica bien los bemoles del poder y la censura frente al arte. Se trata del Cristo Moreno que pertenecía a la muestra “La migración de los santos” en la galería Vértice, censurada en el 2008 por un sector ultraconservador de la Iglesia Católica limeña que la consideraba un atentado contra imágenes divinas.

el cristo de planas en ritual en colombia.

Curiosamente, años después de ser vapuleada por el cardenal Juan Luis Cipriani y compañía, Planas fue contactada por el sacerdote colombiano Gilberto Jaramillo, quien quería usar su pieza en una ceremonia que representara la pacificación en su país: la figura del Cristo despojada de las armas que la rodeaban en un ritual que se realizó en la ciudad de Envigado y que, visto con ojos más tolerantes y mentes más abiertas, se entendió como una oportunidad para articular mejor los nexos entre arte, violencia, religión y reconciliación.

La segunda pieza presentada por Cristina es Fosa común, una obra que buscaba cuestionar esa práctica tan extendida en el Perú y Latinoamérica. “Las fosas siguen apareciendo cada año y seguirán apareciendo. En México, en Colombia, y aquí. Grupos de personas acalladas y convertidas en NN. Porque, simplemente, no tienes derecho. Porque es fácil desaparecerte”, explica la artista. Fosa común formó parte de la muestra “Así sea” que, para variar, provocó un absurdo escándalo en la sala Luis Miro Quesada Garland por sus “figuras sacrílegas”. En aquella ocasión la exhibición no llegó a ser censurada, pero le costó el puesto al director de la galería, el crítico y curador Luis Lama.

fosa común, que formó parte de la muestra 'así sea'.

La tercera obra, Mesa de negociaciones, surgió a raíz de la minería ilegal en Madre de Dios, un problema acelerado por la corrupción rampante: la pieza representa con elocuencia una mesa cubierta de lingotes de oro y micrófonos sin conexión. Porque el diálogo se vuelve imposible cuando el brillo del dinero enceguece y nubla la razón.

Cierra la selección Gallinazos, quizá la obra más resaltante de Planas de los últimos años y que paseó por varias partes de Lima ante de encaramarlas sobre palmeras muertas en los Pantanos de Villa. Desde esas alturas, las 25 cabezas de gallinazos escrutaban una suciedad que, normalmente, les da la espalda. “Yo quería reivindicar al gallinazo como personaje insigne de Lima –explica Planas–, como animal que nos representa a todos. Un animal recursero, invisible, que representa a toda una comunidad que nadie quiere ver y que, sin embargo, es parte de nosotros y de nuestro medioambiente. Y lo presente en un contexto de cambio climático muy fuerte”.


AIRES DE LIBERACIÓN

Hace unos días, los gallinazos de Cristina fueron desmontados de las palmeras por órdenes de la Municipalidad de Lima. El inquisidor cambió –ya no es la Iglesia, sino el alcalde Luis Castañeda Lossio y compañía–, pero el fundamento es el mismo: la intolerancia hacia una expresión distante, el desprecio por el arte y su carácter “no concreto” o “poco utilitario”. Son taras que parecen grabadas en la historia peruana y que, de una forma u otra, han marcado a Planas desde sus inicios. “Hay artistas que trabajan desde el lado del placer; yo, en cambio, lo hago desde la denuncia. Es algo que me nace, y que utilizo para descargar mucha energía. Por eso mi obra incomoda, pero creo que es una incomodidad necesaria en el arte, porque te permite tener un mundo mirado de otra manera”, explica.

Tal vez vivir los años de violencia interna en el Perú escondan los orígenes de esas pulsiones. O quizá sea el entorno familiar tan religioso en el que creció. En realidad, las razones son diversas, pero todas atravesadas por el miedo como combustible creativo; todas relacionadas, también, con el cuerpo como soporte para materializar esos temores etéreos (Cristina ha incluido su propio cuerpo en algunas de sus obras, señal inequívoca de esas motivaciones). Pese a todo, sin esa fuente inagotable de problemas, quizá no hubiese obra: “Probablemente si encontrara respuestas y soluciones, tendría que buscar otras cosas, otros temas que me generen ganas de protestar”. Porque la inspiración también puede estar maldita.

Este lunes 5 de octubre, en la New York Public Library, se anunciará a los ganadores de los Emerging Voices Awards –con un premio de US$40.000, nada menos–. Y Cristina Planas podría ser una de ellas. Aun así, cualquiera fuese su suerte, su Cristo Moreno –crucificado en Lima– tendrá allá su redención; y sus gallinazos –con las alas cortadas en su propia ciudad– podrán surcar los cielos neoyorquinos con más elegancia que nunca. Y así, de alguna manera, obtienen por fin la justicia que ya hace mucho esperaban.