"Los problemas de violencia política, religiosa e intercultural que suscitaron en el siglo XVII la reflexión sobre la tolerancia no han desaparecido, más bien han recrudecido o reaparecen con nuevos ropajes en el contexto de una sociedad globalizada y tecnológica", escribe Miguel Giusti en la introducción de Tolerancia: Sobre el fanatismo, la libertad y la comunicación entre culturas. Este es el nuevo aporte que hace el filósofo al análisis de la básica y difícil tarea del respeto de las ideas, creencias y prácticas distintas entre las personas, las sociedades y las naciones.
Después haber ahondado en el tema en libros como Tras el consenso. Entre la utopía y la nostalgia (2006), El soñado bien, el mal presente. Rumores de la ética (2008), ahora ha presentado en la Feria de Internacional de Lima la selección de algunos de los trabajos presentados XV Congreso Interamericano y II Congreso Iberoamericano de Filosofía. Estos, considera, pueden ayudar a posicionarnos frente a la avalancha de atentados ocurridos en los últimos tiempos, pasando por diversos casos en los que la política, la religión, las culturas, el género y la memoria parecen dar cabida, por el contrario, a la intolerancia.
Giusti, especializado en el filósofo alemán G.W.F. Hegel, conocido por su análisis de la relación entre el amo y el esclavo, no siempre fue devoto del concepto de la tolerancia. «Me parecía un concepto filosófico muy pobre. ¿Cómo simplemente tolerar? Uno debería comprender, respetar, tener una actitud más ambiciosa y positiva en términos políticos», recuerda. Pero la lectura de la obra de teatro Nathan el Sabio, de 1779, que plantea que se pueden salvar las diferencias entre el Judaísmo, el Islam y el Cristianismo, cambió su perspectiva. «Me di cuenta que había una forma de comprender la tolerancia de una manera más propositiva, humanitaria, éticamente más rica, que simplemente soportar al otro». Y la urgencia de esa idea se revela, dice, en los últimos acontecimientos políticos y fanáticos en las relaciones internacionales e interculturales: el caso de Charlie Hebdo, las ejecuciones del Estado Islámico, las expulsiones de grupos de un Estado a otro, el atentado de las Torres Gemelas.
- ¿Qué retos representa para la tolerancia la acumulación de estos hechos en los últimos años?
- Uno puede decir que hay fanatismo, locura y terrorismo, pero también se trata de una señal cada vez más extendida de que el orden mundial está basado en relaciones de injusticias, que hay una falta de reconocimiento del valor de las culturas. El orden mundial está desordenado. Cuando se produjo el atentado de las torres gemelas, el filósofo alemán Jürgen Habermas decía que se estaba produciendo una relación entre una cultura dominante e imperial, que es la cultura tecnológica de occidente, y de otro lado las culturas religiosas, no occidentales, que tienen sus propias formas de existencia y de racionalidad. Al no estar en condiciones de igualdad, la dominada reacciona con violencia. Es una forma de explicar las reacciones de violencia que no se pueden justificar. Los hechos de violencia deben ser condenados porque son de una atrocidad clarísima, pero son también síntomas de un problema no resuelto en la relación entre las culturas, de una asimetría en las relaciones internacionales.
- ¿En algún momento el orden mundial ha estado ordenado?
- No. Cuando surgió, el concepto de tolerancia no era simétrico: uno toleraba y el otro era tolerado. Había una religión predominante -que ahora podría ser un país europeo- y la tolerancia se refería a la religión marginal. Esa asimetría, en una democracia por ejemplo, tiene que desaparecer. Claro, no se pueden hacer juicios globales sobre la historia, pero ahora se han ampliado los conceptos que se defienden de los derechos humanos y también ha evolucionado la moral y el derecho internacional. Pero al mismo tiempo la globalización ha acercado a culturas que antes vivían muy alejadas unas de otras. Esto ha hecho que se imponga un solo sistema de relaciones económicas en todo el mundo y este se ha vuelto una aldea en la que parece no caber todos.
- Se ha hablado mucho las últimas semanas sobre la tolerancia e intolerancia a raíz del restablecimiento de la relaciones entre Estados Unidos y Cuba y la relación entre Grecia y la Unión Europea. ¿Son ejemplos de ello?
El caso de Estados Unidos y Cuba por supuesto que es un ejemplo de mayor tolerancia respecto a la situación anterior, donde no solo no había relaciones sino que había sanciones y no se permitía que un país tenga un régimen diferente. Pero uno también podría decir que se está legitimando un régimen que no permite la tolerancia. Es un caso con muchas capas.
Sobre el caso de Grecia y la Unión Europea, Habermas justamente ha declarado que es una de las peores decisiones que ha tomado la Unión Europea, que es un gesto de profunda intolerancia, porque castigó y humilló a un país obligándolo a resolver sus problemas económicos de una determinada forma. La medida de fuerza es una forma de intolerancia porque no comprende todo lo que está en juego en esas relaciones democráticas.
- En el caso de Grecia el intolerante es el sistema financiero. En las temáticas que recorre el libro no se habla de este poder económico. ¿Por qué?
- No directamente. Obviamente es un problema. Hay una sección que es sobre tolerancia y política. Ahí está el asunto. Uno de los grandes temas de la filosofía política actual es saber a qué se llama justicia internacional. ¿En qué marco existe justicia? ¿Se puede imputar alguna responsabilidad al orden económico internacional por la persistencia de desigualdades y pobreza extrema? ¿La pobreza es una fatalidad o una injusticia? La diferencia es que las fatalidades se lamentan pero no se culpa a nadie, en cambio las injusticias son responsabilidad de alguien. Otro autor dice que el sentido de la ley es convertir una fatalidad en una injusticia porque quiere decir que hay un responsable o que hay una causa humana que la produce. Otros autores dicen que las responsabilidades no son del orden económico o los países industriales, sino de los gobiernos corruptos que no atienden a sus poblaciones. Es un caso que va al corazón del problema de la tolerancia porque solo puede haber tolerancia entre personas con igualdad de derechos.
- ¿Ha habido algún momento de tolerancia en el Perú?
- La historia del Perú es un historia marcada por la conquista que es un hecho de violencia y de dominación y eso no tiene nada que ver con la tolerancia. Fíjate que el concepto de tolerancia apareció en Europa en un momento en que había una guerra de treinta años. ¿Cuándo hay guerra? La guerra es fatal, pero tienen como supuesto básico que entran en guerra los que se consideran iguales y no aceptan la imposición del otro. Por eso Thomas Hobbes dice que el estado natural es un estado de guerra: todos creen que tienen igualdad de derechos y todos se pelean entre ellos. El nacimiento del Perú es un hecho de violencia y creo que la historia del país ha estado todo el tiempo bajo ese signo. Mira, se produce la independencia y no hay abolición de la esclavitud. Ni siquiera se les ocurrió a los defensores de la independencia que los seres humanos son iguales. Ahora vivimos en un régimen político y jurídico postizo porque es un régimen democrático, sí, pero en una sociedad en la que hay relaciones feudales donde no existe la igualdad de derechos.
- Hace poco una encuesta señalaba que la mayoría de peruanos tiene una mentalidad autoritaria ¿Cómo hablar de la tolerancia en una sociedad con estas estadísticas?
- Las estadísticas revelan un estado o estadio de la cultura cívica. En una sociedad poco integrada, fragmentada, sin instituciones estables, hay muchos signos de desorden cívico: el tránsito, el descuido de los espacios públicos, el desinterés del bienestar conjunto, el reclamo del orden sin importar el precio. Es una falta de cultura cívica pero también una historia de desórdenes y de fragmentación. Los países con mayor cultura cívica son los que tienen mayor tradición de igualdad de oportunidades, una clase media más general.
- ¿Cuánta responsabilidad de ello hay a nivel político?
La clase política peruana es ahora peor que nunca. Es decir, que todo lo que hemos conocido. Ni siquiera hay opciones ideológicas, proyectos de país, algo que haga pensar a la gente en un proyecto político nacional. Más bien hay mucha corrupción y la población parece haberse adecuado a esas reglas de juego. Se trata de una inmoralidad pública tremenda de la cual se aprovecha el que pueda. Es un panorama desalentador.
- ¿El haber permitido que esto suceda es también haberlo tolerado?
- Eso no es tolerancia. Se usa la palabra, es verdad, pero se está usando mal. La tolerancia no consiste en aceptar lo inaceptable sino lo que es aceptable bajo ciertas reglas que son la libertad individual y el estado de derecho. Ahí se juega la tolerancia. La corrupción es intolerable porque va en contra del derecho de otros y el estado de derecho. Es como decir que puedo tolerar que alguien me pegue, eso es aceptar lo intolerable.
- ¿Se ha avanzado algo respecto a la tolerancia en el país? Hay un discurso que habla de la tolerancia y la diversidad. ¿Cuán real es?
- Hay avances pero también hay prácticas persistentes de intolerancia. Hay mayor conciencia cívica sobre los derechos de las personas y mayor conciencia sobre la necesidad del estado de derecho. Todavía estamos a la zaga de muchos países de la región y del mundo porque mientras más conservadores somos, más intolerancia hay y menos derechos se reconocen a las personas. Todos los días se ve la persistencia de la intolerancia en los medios: es discriminación que se cuestione cómo Nadine se vistió en España; es de un racismo insólito que el ministro de energía y minas que está favor de Tía María diga que hay una explicación tan clara que hasta su empleada la entiende; es un burdamente racista que los programas cómicos sigan usando como prototipo de burla al homosexual, al serrano, al negro.
- ¿Qué tan directa es la relación de la intolerancia cotidiana de las personas con la intolerancia del país en general?
- Es un reflejo en el que la micro y macro tolerancia se transforman en un espejo. El tráfico en el Perú, por ejemplo, es un clarísimo reflejo del modo de relación, de convivencia o de intolerancia a nivel macro. Todos los malos hábitos de los políticos o de los empresarios o de los abusivos en el Perú se refleja en el tráfico. Uno podría pensar que acatar las reglas de tránsito es lo que más le interesaría y le convendría a cualquier chofer, pero no: la gente no está dispuesta a aceptar reglas de juego. Mejor es imponerse a estas reglas. En otros niveles macro es igual, las reglas que uno no respeta en el tráfico, no las respeta tampoco en el comercio, en los contratos, en las licitaciones públicas.
- ¿Qué te ha resultado lo más difícil de tolerar?
A los intolerantes, el autoritarismo, la obcecación. No se debe tolerar el autoritarismo, pero cuando uno vive en una institución, en una universidad, en una sociedad, hay sectores donde hay personas que son autoritarias, intolerantes y muchas veces uno tiene que convivir con personas que tienen esas característica. El autoritarismo irracional, querer imponer ideas sin tener razones, eso es lo más difícil de tolerar.
(Miguel Giusti presentará también en la FIL el libro La mirada de los otros: diálogos con la filosofía francesa contemporánea, en el que se analiza cómo la cultura occidental ha vivido mirándose a sí misma y cuál es la necesidad de que amplíe sus perspectivas. La cita es a las 6:00 p.m. en la Sala Ciro Alegría).
(Foto de portada: Adrián Portugal / LaMula.pe)Notas relacionadas en LaMula.pe
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