El estibador del puerto de Amberes adopta una postura desafiante, con las manos posadas en la cintura; lleva puesta una camisa que le queda holgada en los brazos y ceñida en el torso; el sudor hace que trasluzca su pecho robusto. Su cabeza, cubierta por un manto que cae hasta sus hombros, alberga una mirada penetrante que desde hace 93 años posa en el este, por donde cada mañana amanece en Lima.

Sin embargo, por primera vez, su mirada también es protectora. Desde que El Estibador, obra de Constantino Meunier, fue inaugurada en junio de 1922 en la Plazuela Bélgica, a la altura de la cuadra uno de la avenida Arequipa, no ha ocurrido algo parecido. A los pies del monumento de bronce, un grupo de jóvenes acampa desde hace veintinueve días en protesta contra la decisión de la Municipalidad de Lima de construir un bypass en el cruce con la avenida 28 de Julio.

El Estibador en la plazuela bélgica. foto: toma el bypass

La tarde del lunes 20 de abril, en cuya noche la Plazuela Bélgica quedaría a oscuras, una veintena de jóvenes descanzaba bajo la protección del estibador del puerto de Amberes o en los pastos que rodean su campamento. Rasec, estudiante de diseño gráfico y operador de maquinaria pesada, que prefiere no revelar su verdadero nombre, intentaba dormir debajo de una de las tantas pancartas que los manifestantes han elaborado y colocado entre árboles y postes: utilizando pliegos de tela y pintura en aerosol, han aprendido el arte del stencil.

Desde que inició la acampada, la madrugada del 12 de abril, el autodenominado colectivo ‘Toma el Bypass’ organiza talleres y jornadas artísticas. En el escenario de la plaza pública, de brillosas baldosas color naranja oscuro, se han presentado Patricia Ciriani, historiadora del arte y de arquitectura, diplomada en la Sorbona de París; William Zabarburú, coordinador Social del Proyecto Vía Parque Rímac; Pablo Vega Centeno, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú, además de Doctor en arquitectura y sociología; y hasta el reconocido artista peruano Alfredo Márquez, que el último miércoles 22 de abril, llenó la plazuela abierta con un conversatorio de combativo nombre “Utopía Mediocre 2015: Entre la distopía y el enfrentamiento al fascismo municipal”.

patricia ciriani. foto: toma el bypass

Si no hay conversatorios, se canta. No es raro escuchar la guitarra de Amadeus X o las rimas improvisadas de los miembros del bloque Hip Hop, que invitan a un par de ojos curiosos a asomarse desde el edificio de arquitectura colonial y paredes con pintura azul descascarada -los rumores señalan que adentro, entre otros negocios, funciona un informal hostal para colegiales bajo la fachada de una cabina de Internet- que ciñe el ala sur de la Plazuela. O, cuando ha disminuido el ruido de los carros que inunda las otrora anchas avenidas, de tránsito rápido, Arequipa y 28 de Julio, problema que un bypass no solucionará como explica Jareth Solís, miembro del Colectivo Dignidad, se oyen los poemas de Efraín Altamirano, un ingeniero que siempre lleva un megáfono colgado al hombro.

Todas estas actividades han convertido a la Plazuela Bélgica en una casa, donde “cada día, tras salir del trabajo, me encuentro con mi familia, la gente con la que pienso que vamos a construir una Lima diferente”, cuenta el diseñador gráfico y literato Daniel Mathews.

Aunque, la verdad, en las noches no se duerme. Cuando se encienden los tradicionales faroles del centro de Lima, y los obreros de la constructora brasileña OAS han apagado los taladros y el cargador frontal, los manifestantes se apropian del espacio público: la plazuela deja de ser solamente un lugar de tránsito. Las baldosas sirven de soporte para cuatro tableros de ajedrez; el muro plateado colocado por la Municipalidad para delimitar la obra, que utiliza los fondos del proyecto Río Verde, es lienzo para los artistas; las palmeras del lado sur de la plaza son el soporte de una gran tela blanca, donde se proyectan documentales y películas; uno de los lados de la base del monumento de Meunier cumple las funciones de alacena, donde guardan, junto a un botiquín, la comida que reciben en donación por los vecinos de la zona, sobre todo galletas, que no deberían traer más, porque tienen suficientes cajas por ahora, explica Solís.

Aunque no todas las noches el sueño se disipa por alegrías. Los miembros del colectivo están pendientes de los policías que resguardan la zona, asentados dentro del perímetro de la construcción, con escudos y bombas lacrimógenas. La madrugada del 29 de abril, por ejemplo, fueron desalojados y los efectivos les robaron sus carpas, sleepings y frazadas, según denunciaron a través de su página en Facebook

foto: Toma el bypass 

Por todo esto, Rasec tiene sueño a las cuatro de la tarde. El lunes 20 de abril, en cuya noche la Plazuela Bélgica quedaría a oscuras, comparte su cama -un cartón doblado por la mitad sobre el césped- con tres perros callejeros a quienes el colectivo ha rebautizado como Quispe, Unión Civil (o Mostaza) y Okupa.

A los tres se les ha quitado las pulgas y desparasitado, por defensores de los animales que comparten el espacio, entre otros, con activistas de los derechos de la comunidad LGTB, miembros de la Zona 6 (San Borja, Surco y Surquillo), promotores de la legalización de la marihuana, activistas del Colectivo Dignidad y Acción Ciudadana por Lima, hasta ex funcionarios de la anterior gestión municipal (aunque a la mayoría no les agrade).

biblioteca libertaria. foto: toma el bypass

Una de las principales reglas que permite la convivencia es el respeto de la plazuela: no se toma alcohol, no se fuma ni se lanza. Y todo se comparte, como el router de Internet donado por El Blog del Binario; el único tomacorriente escondido en una de las esquinas de la plaza; o los libros de la ‘Biblioteca Libertaria’, una cómoda adornada con stickers que hasta ahora tiene tres categorías: poesía, prosa (literatura y teatro), y ciencias sociales con filosofía.

Aquella noche Rasec y los demás manifestantes no pudieron compartir ninguna de esas cosas. Minutos antes de la medianoche, la Plazuela Bélgica quedó a oscuras. Los trabajadores de la constructora aprovecharon para arrancar de raíz más de 10 palmeras de la zona donde se pretender terminar un bypass que no cuenta con aprobación del Ministerio de Economía ni del Ministerio de Cultura.

Algunos gritaban frente a la puerta del perímetro de construcción, entre los bloques de cementos que se usan en el día para desviar el tránsito; otros intentaban razonar con el único policía que resguardaba la entrada hasta que se sumaron siete efectivos con escudos; y por lo menos uno lloró frente a la cámara, al darse cuenta que no podía responder claramente a la pregunta: ¿Qué harán ahora?

Mientras estemos juntos, no tienes por qué temer, reza una parte de la canción que el bloque Hip Hop cantó horas antes de que la Municipalidad decidiera cortar los árboles de la avenida 28 de Julio. Esa noche, al regresar a la Plazuela, se acompañaron veinte jóvenes, algunos rompieron las reglas y prendieron un cigarro para apaciguar la frustración.

Pero no siempre han sido tan pocos, como el último 15 de abril, cuando cientos de manifestantes tomaron el patio del estibador, o como el último viernes 8 de mayo, cuando marcharon por la defensa del espacio público de Lima.

(Foto de portada: Toma El Bypass)


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